ANTONIO ELORZA, EL CORREO – 27/02/15
· Lo nuevo es que el llamamiento a cuestionar el carácter endógeno de la actual oleada de terrorismo yihadista proceda en España de fuentes oficiales.
Es algo que tuvimos ocasión de experimentar en los años del terrorismo etarra y que se ha dado también con frecuencia a escala mundial cuando se han producido actos de barbarie. Siempre cabe esperar que surja una condena generalizada, seguida de la adopción de políticas dispuestas a sancionar a los responsables y hacer imposible su repetición. No ha sido así, unas veces porque se movilizan importantes intereses, otras por una reacción de naturaleza psicológico-social. Pensemos en la reacción internacional ante el genocidio de los jemeres rojos en Camboya, inmediatamente probado por ingente documentación (Tuol Sleng). Pero estábamos en guerra fría y contaba más la oposición a la URSS y el revanchismo americano tras la derrota en Vietnam. Así que los chicos de Pol Pot se vieron salvados de derrota total por una alianza de China, Tailandia y Estados Unidos. Los campos de refugiados en la frontera tailandesa, rebosantes de criminales, recibieron la visita solidaria de la cantante Joan Baez, la del ‘We Shall Overcome’, y de la esposa del solidario presidente Carter.
No hace falta recordar aquí la comprensión con que fue tratada durante mucho tiempo ETA por aquello de la comunidad de ideas, hasta culminar en Lizarra. Como trataba de explicarme en carta reprobatoria una persona cercana, al protestar yo contra un atentado mortal en Durango y criticar la tibia reacción del Gobierno vasco, «la escandalosa ola de violencia subía [a Euskadi] desde Madrid». Las víctimas se convertían en los culpables.
Algo de esto viene sucediendo desde que se registró el atentado contra los dibujantes de ‘Charlie Hebdo’ en París, si bien fundiendo la opción ideológica con la antes mencionada componente psicológico-social, cuyos antecedentes históricos determinaron comportamientos e inhibiciones significativos. Las propias sentencias del juicio de Nuremberg tenían en el fondo la idea de que la tragedia nunca podría repetirse y Nuremberg había de ser un punto final. En el plano de las emociones colectivas, interviene también esa demanda de alejar la pesadilla de que la barbarie puede repetirse. Te quedas mucho más tranquilo cerrando los ojos ante la advertencia de Primo Levi, consistente en que cancelar esa memoria contribuye a crear las condiciones para que bajo esa u otra forma la barbarie reaparezca. La observación sigue siendo de actualidad aquí y ahora.
A la hora de considerar el terrorismo islámico, a esa propensión se unió desde un primer momento, por un lado y por otro, la tendencia a imponer visiones maniqueas. El 11-S no ofrecía problemas interpretativos para George Bush: frente al mal, la cruzada, que luego había de prolongarse, con el éxito conocido, hasta la conquista de Bagdad. En la vertiente opuesta, convergieron el progresismo antiimperialista y la inmediata vocación filoislámica de negar todo enlace entre islamismo y violencia. Los estudios arabistas tenían buenos, pero pocos especialistas en España, y de ahí surgió, en torno al exrector Martínez Montávez, una corriente de opinión que a lo anterior añadía la advertencia de que todo análisis que buscara las raíces en el islam suponía un ejercicio de ignorancia eurocéntrica (no lejos del concepto islamista de ‘yahiliyya’). Un poco, Edward Said para andar por casa. El problema de esta actitud fue que sirvió para declarar políticamente incorrecto todo análisis de la cuestión, y llevar a la vía muerta de la Alianza de Civilizaciones.
Ahora el Guadiana regresa a la superficie. A los especialistas de entonces se han sumado apologistas, que colocan las figuras de Jesús y de Mahoma en el mismo nivel en cuanto a violencia, o toman la salida fácil de que la culpa es de Occidente por no remediar la pobreza de las poblaciones musulmanas… (ver en contra el artículo de Peter Bergen, Nonsense about terrorism’s ‘root causes’, CNN, 19/02/2015). El masivo seguimiento entre nosotros del artículo de ‘The New York Times’, rechazando el ‘todos somos Charlie Hebdo’, fue señal del repliegue.
Lo nuevo es que el llamamiento a cuestionar el carácter endógeno de la actual oleada terrorista proceda de fuentes oficiales. En un acto celebrado la pasada semana bajo los auspicios de la UE, el investigador principal del Instituto Elcano, Haimza Amirah, desarrolló todos y cada uno de los argumentos en ese sentido, arrancando de descalificar el uso por la prensa de Estado Islámico para, con claro sentido reverencial, no decir IS o ISIS, sino el acrónimo árabe Daesh. Segundo, la culpa la tienen los errores de Occidente y los regímenes autoritarios de Oriente Próximo; solo de pasada se mencionan ‘versiones oscurantistas’ del islam, en que no hace falta adentrarse. Tercero, Occidente olvida que son los musulmanes quienes más luchan contra el yihadismo (sic), los que más mueren y quienes protestan, ejemplo Jordania (como si los jordanos hubiesen protestado antes contra las degollaciones). Así que Occidente no lucha contra la yihad, sino que toma equivocadamente al mundo musulmán como chivo expiatorio desconociendo, lo suyo es desconocer, que los del IS son «ciegos» (sic), aplican la lucha de civilizaciones de Huntington (y no de los teóricos de la yihad global y del ‘jeque del islam’ Ibn Taymiyya, como creería cualquier estudioso contaminado).
Conclusión: alejaos de toda explicación religioso-política. Además, los atentados no lo son «contra nuestra civilización, sino contra LA civilización». Como si existiesen una civilización o una humanidad contra las cuales pudiera atentarse sin hacerlo a sus componentes concretos, tales como esos coptos o esos caldeos, víctimas del IS. Amirah desdibuja a las víctimas, culpabiliza a su campo y deja en sombra a los verdugos. De no ser tan grave la situación, cabría tomar esa cascada de falsas evidencias como algo irrelevante. Pero viniendo de una instancia cuasi-estatal resulta inevitable destacar su significado.
ANTONIO ELORZA, EL CORREO – 27/02/15