Iñaki Ezkerra-El Correo

Su salto de pértiga al Gobierno navarro es una peineta a quienes creen que no todo vale en política

Bauman lo llamó «modernidad líquida», Vattimo usó antes la expresión «pensamiento débil» y Lipovetsky ha aportado para definirlo el matiz de «la ligereza». Se refieren a un mismo fenómeno: la vacuidad, la frivolidad, la evanescencia, la inconsistencia; la falta de solidez en las ideas y en la ética de nuestra época. De los tres, yo creo que es Lipovetsky el que mejor acierta a la hora de describir a María Chivite. Siguiendo las últimas apariciones estelares de la emergente, evanescente y delicuescente socialista navarra, no podía quitarme de la cabeza el concepto de la ligereza. María Chivite es etérea y lo es a conciencia, a posta, hasta las patas, como antes se era fascista o comunista: sin concesiones, sin medias tintas. La suya es una paradójica rotundidad en la nada. No sé si le hizo la peineta a Rivera, como se ha dicho, pero su maniobra política, su salto de pértiga al Gobierno foral es en sí mismo una peineta a todos los que pensamos que no se puede llegar a un Gobierno de cualquier forma.

La verdad es que Rivera preguntándole a Sánchez cuándo iba a apartar a Chivite del PSN resultaba un tanto retórico, porque lo que ella ha hecho dista poco de lo que hizo el propio Sánchez para llegar a la presidencia de España. Tampoco Sánchez hizo ascos a los votos de EH Bildu, aunque no los necesitara. Y no les hizo ascos para no irritar a la ERC, al PDeCAT y a Podemos, que podían negarle los votos que sí le eran necesarios. María Chivite es Pedro Sánchez, pero de talla autonómica. Es esa ligereza lipovetskyana que a uno le permite invocar el sentido de Estado, como ayer las esencias de la izquierda, para que se abstenga en su investidura quien haga falta; ayer los que se querían ir de España y hoy los que quieren que permanezca unida. En su discurso de la levedad y la oquedad para justificar lo injustificable, María Chivite invocó «la memoria histórica y reciente». Hizo bien porque, si vamos a la de la Guerra Civil, en Navarra fue franquista hasta el bajito de boina, roja naturalmente. Allí hasta Manuel Aranzadi se fue con Franco después de presidir el Napar buru batzar.

Yo creo que María Chivite ha leído a Lipovetsky y ha dicho «ésta soy yo». Y ha decidido hacerse presidenta de Navarra con una falta de complejos y de peso, una delgadez ideológica o postideológica que aspira a desafiar una gravedad que no es física sino ética. Y para ello ha estrenado ese escote fresquito que la exorciza de cualquier sofoco traicionero o ese estilismo capilar-militarra que supera al de la Bakartxo de Bildu. María Chivite ha ido como bien ventilada para su brinco al poder, como flor escuálida de un socialismo convertido a eso que el filósofo francés ha llamado «capitalismo trans-estético» y otros más carpetovetónicos «jeta de cemento». Sí. Me llamó la atención esa túnica de vestal romana de la Ribera para la puesta de largo de la indignidad.