Cielos y paraísos

EL CORREO 17/02/15
LUIS HARANBURU ALTUNA

Los yihadistas matan porque esperan ir directamente al Paraíso, allí podrán gozar de las setenta y dos huríes que estarán a su disposición. Los cruzados cristianos mataban infieles para así alcanzar la gloria del Paraíso. Los de ETA mataban para crear su particular paraíso. Siempre y cuando se cumpla con las normas dictadas, todas las religiones ofrecen a sus fieles el Cielo en el más allá. Las ideologías totalitarias incluso habían prometido convertir este mundo en un paraíso. Hitler prometió el Gran Reich, Lenin la sociedad sin clases y Franco la España una, grande y libre. Los vendedores de cielos y paraísos cuentan con la renovada credulidad de los hombres para venderles el señuelo que más se parezca a la felicidad eterna. La mayoría de los políticos son, de algún modo, vendedores de parcelas celestes y algunos, ni cortos ni perezosos, prometen el Paraíso entero siempre y cuando se les vote.

A los de la Generación del 68 nos costó lo suyo aprender que la arena que aparecía debajo de los adoquines parisinos de St. Germain y St. Michel no era el anticipo de la playa dorada, sino la arenisca necesaria para empedrar las calles. Aquel año intuimos que la revolución era imposible en el siglo XX; las revoluciones fallidas de los campus americanos, la abortada Primavera de Praga en agosto y la matanza de la plaza de Tres Culturas en México vinieron a confirmar la constatación del Mayo francés: no era cierto que había que pedir lo imposible, el paraíso no estaba al alcance de la mano, la revolución no era posible, solo cabía reformar lo que había.

Tal vez por la conciencia de la revolución imposible, nuestra generación apostó por la reforma política que supuso la Transición desde la dictadura franquista a la democracia parlamentaria. Aquel gran pacto de convivencia ha supuesto más de tres décadas de estabilidad política que algunos pretenden revisar ahora. Son los nostálgicos del paraíso perdido. Piensan que la Transición democrática fue una componenda, donde la democracia sirvió de moneda de cambio para tapar la fosa séptica del franquismo. Quieren revisar la historia para volver a escribirla en clave de derrotas y victorias; están persuadidos de que la revolución era posible y nos culpan de haber vendido nuestras almas. Son los puros e íntegros que entienden la historia como una guerra entre buenos y manos; entre fieles e infieles; entre demócratas consecuentes y fascistas vergonzantes. Pero la historia es como es, no esta hecha a golpe de revoluciones, sino que es la resultante de la urdimbre de costosas reformas, que siempre dejan descontentos y frustraciones.

Ahora que las cosas van mal y la crisis se ha vuelto sistémica, algunos pretenden ‘asaltar el Cielo’ y otros prometen el paraíso, pero tanto el paraíso como el cielo son dos realidades que jamás existieron. Son tan solo nostalgias de tiempos pasados que jamás figuraron en los anales de la realidad histórica. El Cielo y el Paraíso son otras tantas quimeras para engañar a necios y desesperados.

Las religiones históricas han subsistido hasta ayer, a base de crear y mantener expectativas desmesuradas sobre lo que cabe esperar al hombre. Durante dieciocho siglos el Cielo se había convertido en la dulce promesa de una felicidad inasequible en este mundo. El Cielo, o el Infierno en su caso, han sido los baluartes que han configurado el poder de quienes pretendían ser los intermediarios entre los hombres y la divinidad. La modernidad acabó por desmentir la existencia tanto del Cielo como del Infierno y situó al hombre ante su responsabilidad histórica, sin subterfugios ni excusas piadosas. La historia será la resultante de nuestra capacidad de acuerdo y de convivencia. Nada podemos esperar del Cielo, porque tanto el cielo como el paraíso fueron abolidos al proclamarse la autonomía del hombre.

De las grandes ideologías totalitarias que ensangrentaron al mundo en el siglo XX, todavía quedan vestigios en forma de dictaduras más o menos solapadas. Queda Cuba y agoniza Venezuela, donde el paraíso logrado se asemeja al infierno travestido de teologia política. El presidente Maduro acaba de confiar la suerte económica de su país al Altísimo y los Castro todavía hablan de revolución o muerte. Sería triste que quienes ofrecen asaltar el Cielo tan solo nos condujeran al infierno de las promesas incumplidas o, en todo caso, a la modesta estación de la ruta hacia ninguna parte. Tsipras ha ofrecido a los griegos el paraíso, pero muy posiblemente solo podrá conducir a Grecia fuera de Europa. Si no emprende las necesarias reformas, el paraíso prometido se tornará en desesperanza.

Sencillamente, el cielo que algunos prometen asaltar no existe, en el salvaje bosque que atravesamos no existe el Paraíso, solo existen los ocasionales jardines que los hombres podamos construir. Unos jardines que no son sino los espacios de convivencia que acordemos para reformar y reconfigurar el mundo.

Cuando, allá en el siglo XVII, John Milton en ‘El paraíso perdido’ puso en boca de Satán el axioma de que «es mejor reinar en el Infierno que servir en el Paraíso», posiblemente tenía en mente a los políticos capaces de todo con tal de obtener el poder; incluso prometer que se puede convertir el infierno en paraíso.

La modernidad supuso la secularización de las religiones, que fueron sustituidas en vano por las grandes ideologías totalitarias, estas trataron de llenar las expectativas metafísicas del hombre sin lograrlo. La política adolece todavía de rasgos religiosos que es preciso criticar y depurar, ya que alumbran expectativas que la política no puede resolver. La frustración es el resultado de la política convertida en proveedora de la metafísica. Ni el Cielo, ni el Paraíso son asuntos de la política, a lo más que puede aspirar es a ser el guardián del jardín democrático.