Luis Ventoso-ABC

  • Un estado de alarma de seis meses es insólito, político y discutible

No ocurre solo en España, aunque aquí se extrema. Los gobiernos invocan a expertos sanitarios para justificar sus medidas extraordinarias contra la epidemia. Pero son incapaces de facilitar al público las supuestas evidencias científicas que sustentan esas actuaciones, que coartan la libertad de movimiento de modo inaudito en tiempo de paz. Así ha sucedido con la psicodélica declaración de un estado de alarma que pretenden de seis meses. «Obedece a una serie de criterios científicos», zanjó Sánchez. ¿Seguro? ¿Cuáles?

La Escuela de Higiene y Enfermedades Tropicales de Londres (LSHTM), fundada en 1899, es uno de los centros mundiales de referencia ante afecciones como la que tiene al mundo en jaque. A sus científicos se les ha ocurrido algo elemental, pero que nadie hace: estudiar si realmente el toque de queda y la prohibición de reuniones de más de seis personas han servido para reducir los contagios. Su conclusión es que la utilidad de estas medidas ha sido «casi cero». Inglaterra aprobó el 14 de septiembre el toque de queda en restaurantes y pubs y diez días después limitó los encuentros a no más de seis. La teoría es que con esas restricciones cada ciudadano tiene menos encuentros con otros, con la consiguiente reducción de contagios. Los científicos de la LSHTM han encuestado a miles de ingleses y su conclusión es curiosa: prácticamente se han mantenido los mismos contactos antes y después de las restricciones. Ergo la gran medida de Boris Johnson no sirve para nada, según el centro de referencia británico. Pero la primera máxima de los políticos actuales es hacer como que hacen, porque gobiernan bajo el imperio de la imagen.

No hay que ser Isaac Newton, Einstein o Gregori Perelman para deducir que decretar seis meses de estado de alarma, hasta el 9 de mayo, invocando razones científicas es una boutade, pues nadie sabe a fecha de hoy cómo evolucionará la enfermedad en ocho o diez semanas. Incluso podría existir una vacuna a comienzos de año. No tiene sentido establecer un toque de queda uniforme para todo tipo de poblaciones, el mismo en una aldea de quince paisanos que en una metrópoli. Es absurdo que las medidas concretas se dejen en manos de las taifas autonómicas, como si el virus sucumbiese al frenesí identitario y mutase de Tarragona a Teruel, o de Burgos a Álava. Es tremendo cepillarse todas las reservas turísticas, en un país que tiene ahí su petróleo, pregonando urbi et orbi que España estará en alarma hasta mayo (el toque de queda de Francia es de seis semanas e Italia no va más allá de enero). Es propio de un Estado autoritario pretender limitar nuestra libertades básicas durante medio año al capricho marketiniano de un gobernante. Y es jugar con el pan de los españoles que este tipo de medidas se tomen sin una memoria económica aparejada que estime los costes para empresas y trabajadores. Ciencia. ¿Qué ciencia? ¿La de Illa, Simón y Redondo?