Juan Carlos Girauta-ABC

  • Es curioso que las agencias de verificación, que hace un año querían restablecer la censura a cuenta de las mascarillas o de lo que fuere, callen como putas ante tanta mentira

No hay en la historia atavismo más perdurable que la judeofobia. Un espectáculo siniestro condena a la modernidad y da la razón a Adorno y Horkheimer, que veían en Auschwitz la estación final del tren de la Ilustración. Una Europa alfabetizada, con su democracia y su Estado del bienestar, con todos los medios a su alcance para identificar a la legua el atavismo, denunciarlo y desmontarlo, se entrega sin embargo a él con el ensañamiento, la vesania y la injusticia de cualquier otra era. ¿Qué diferencia suponen entonces las Luces?

Corresponsales trocados en activistas transmiten sus consignas y sus patrañas en la seguridad de que impresionarán, conmoverán, indignarán. Un relato tan ajeno a la verdad, tan opuesto, no podría prosperar

con ningún otro conflicto del mundo. Pero se trata del judío. Clic: el pueblo deicida. Clic: el que envenena los pozos. Clic: el que sacrifica bebés en secretos rituales. Clic: el que gobierna el mundo sin mostrar la cara. Clic: el culpable de nuestra ruina. Y del clic mental -respuesta milenaria convertida en reflejo, grabada ya en el cerebro reptiliano de la sociedad- al clic del golpe de tecla.

La conformidad judeófoba -que hoy llaman antisionismo, e incluso nada- es más hija del prejuicio injertado por los retatarabuelos que del interés. ¿Qué interés podrían tener medios respetables, dirigidos a gente culta y moderada, en publicar reportajes de activistas, refritos de boletines terroristas de desinformación? La conformidad judeófoba es el desfile siniestro de esas masas europeas alfabetizadas, que no practican pero ven la tele, entusiasmadas por la posibilidad de volver a sentir la intemporal inquina, al compás de las élites, eso que de forma risible ha dado en llamarse ‘la cultura’.

Casi todo lo que circula es falso. Es curioso que las agencias de verificación, que hace un año querían restablecer la censura a cuenta de las mascarillas o de lo que fuere, callen como putas ante tanta mentira. Este conflicto empezó por el desahucio de unos okupas, un asunto judicial civil de impago de rentas. Lo magnificó Hamás, organización terrorista que manda en Gaza sin elecciones, ante la tesitura de tener que convocar unas. Desde Gaza se han lanzado millares de misiles dirigidos a causar el mayor daño posible a la población civil. La operación, como es costumbre en Hamás, ha utilizado a su propia población como escudo humano. Suelen usar como almacenes de bombas y como bases de operaciones de sus ataques escuelas, hospitales y otras estructuras civiles. Como el edificio donde radicaban algunos medios de comunicación que no informaron sobre lo que sucedía en sus instalaciones. Y que fueron avisados con antelación, junto con el resto de vecinos, por el ejército israelí para que desalojaran. Una práctica de guerra sin parangón en el mundo. Ni siquiera que Hamás quiere destruir Israel en un nuevo Holocausto les explicarán.