Coherencia extrema

JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA, EL CORREO 02/06/2013

· Gesto por la Paz y el Pacto de Ajuria Enea fueron las dos caras, la cívica y la política, de una misma actitud ante la violencia y entre ambos se retroalimentaron.

Las organizaciones sociales, una vez creadas, tienden a perpetuarse, aunque el objeto que motivara su constitución haya dejado de existir y ellas corran el riesgo de languidecer en la inercia y decaer en la irrelevancia. La coordinadora Gesto por la Paz ha roto la tendencia. Con un rotundo ‘Lortu dugu-Lo hemos logrado’, reunió ayer a sus miembros y amigos en el mismo lugar en que celebró su primer ‘gesto’ y se despidió de ellos sin ruidos ni aspavientos, con las mismas humildad y sencillez que la han caracterizado a lo largo de sus casi treinta años de existencia. Detrás de sí deja una estela de respeto casi unánime, rayano en la admiración, y un amago de añoranza que queda enseguida reprimido por la alegría que causa el motivo de su desaparición: el cese definitivo de la actividad terrorista de ETA.

No siempre ha gozado Gesto por la Paz del reconocimiento que hoy, al final de su vida, casi nadie le escatima. En estas tres décadas, su aprecio social se ha visto sometido a los mismos cambios de talante, a los altibajos y vaivenes, por los que la ciudadanía ha atravesado en su relación con el terrorismo o, por mejor decir, con la lucha antiterrorista. Así, la perplejidad y aun el recelo que causaron las primeras concentraciones en aquella Euskadi distante e indiferente dieron muy pronto paso a una prolongada etapa de consideración y respeto, la cual se vio a su vez suplantada más tarde por un período de militancia antiterrorista menos silenciosa y más politizada de la que la organización pacifista se había propuesto practicar. A esta oscilación en el aprecio social no fue en absoluto ajena la zigzagueante trayectoria que durante esos mismos años recorrió la clase política en su tratamiento del terrorismo de ETA.

Resulta especialmente significativa la coincidencia que se dio, en cuanto a los momentos de auge y de decaimiento en el aprecio social, entre Gesto por la Paz y el Pacto de Ajuria Enea, los dos fenómenos de más hondo calado ético y político en el reciente período democrático de Euskadi. Nadie puede negar, aunque muy pocos recuerden, que la máxima pujanza del Pacto se corresponde en el tiempo con el más alto reconocimiento de Gesto y, a la inversa, que el movimiento social comienza a ser cuestionado por excesivamente «blando» y tachado –no sin desdén– de meramente «pacifista» (sic) en el mismo momento en que, con el soplo de nuevos aires en la política antiterrorista, el acuerdo político entró en crisis.

El punto de inflexión para ambos, Gesto y Pacto, se sitúa en torno al cambio de siglo. El fallido experimento del Acuerdo de Lizarra y de la subsiguiente negociación con ETA, desarrollado entre septiembre de 1998 y diciembre de 1999, significó una ruptura en la política contra el antiterrorismo y trastocó las actitudes y las alianzas que se habían mantenido vigentes en la década anterior. El Pacto de Ajuria Enea, compartido por todas las fuerzas políticas democráticas, cedió el paso al Acuerdo por las Libertades y contra el Terrorismo, firmado en exclusiva, el 8 de diciembre de 2000, por PP y PSOE. Al cobijo de este acuerdo, a cuyo nacimiento ellos mismos habían contribuido, adquieren pujanza movimientos que, como Basta ya o el Foro Ermua, adoptan actitudes más beligerantes contra el terrorismo y más explícitamente políticas frente al sustrato nacionalista del que aquél se alimenta. Un movimiento como Gesto, que se inspira en el pacifismo gandhiano y mantiene posiciones decididamente pre-políticas o, cuando menos, pre-partidarias, apenas encuentra cabida en ese nuevo ambiente de sobreexcitación política y sufre en su visibilidad y reconocimiento social.

La sintonía o empatía que se dio entre Gesto por la Paz y el Pacto de Ajuria Enea no obedeció a ninguna estrategia deliberada. En primer lugar, el nacimiento de Gesto antecede en un par de años a la firma del Pacto. De otro lado, la pluralidad de posicionamientos políticos que convivían dentro del movimiento pacifista y el carácter, no ya democrático, sino abiertamente asambleario que regía sus procesos de toma de decisiones nunca habrían permitido interferencia política alguna en la orientación de sus posiciones ni la más mínima merma en su tan celosamente guardada autonomía. La empatía mutua provenía, más bien, de la coincidencia en que, desde dos perspectivas distintas, Gesto y Pacto habían confluido a la hora de establecer el diagnóstico y la terapia que eran de aplicación en el caso del terrorismo etarra.

Desde concepciones cristianas, humanistas y pacifistas Gesto llegó a la misma simple conclusión que los partidos tardaron más tiempo en alcanzar desde el debate político para plasmarla en el Pacto de Ajuria Enea: matar a un ser humano es simplemente matar a un ser humano, y no hay causa política ni razón de Estado que lo dignifiquen, justifiquen o disculpen. Se rompía así el vínculo que ETA siempre ha afirmado entre su violencia y el conflicto político que supuestamente la motiva. Y se negaba también cualquier salida que no fuera el desistimiento –espontáneo o forzado– o la derrota. Los hechos han venido a demostrar que tales principios, además de justos, eran eficaces. Y, a decir verdad, la coherencia de Gesto a la hora de mantenerlos ha sido mucho más firme que la de los partidos del Pacto, los cuales, en no pocas ocasiones, vacilaron entre lo que de verdad era justo y lo que sólo creyeron ser más eficaz. La misma coherencia, por cierto, que hoy muestra la coordinadora al disolverse una vez que su primigenia razón de ser ha dejado de existir: denunciar en silencio cada una de las muertes violentas que se produjeran, cualquiera que fuera su autor, en el contexto del llamado ‘conflicto vasco’.

JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA, EL CORREO 02/06/2013