ARCADI ESPADA-EL MUNDO

El catastrófico interrogatorio del abogado Van den Eynde a un teniente coronel de la Guardia Civil empezó con la pregunta de si era usuario o propietario de una cuenta de Twitter llamada Tácito. El guardia le respondió que no. Fue una respuesta delicada. Hace un año el diario Público dio a conocer la grabación de una conversación telefónica entre el periodista Bayo (Carlos Enrique) y el guardia. Cualquiera que la oiga entiende que el guardia usaba esa cuenta, solo o en compañía. Ahora lo ha negado bajo juramento. De modo que ahora pueden empezar sus verdaderos problemas. No serían probablemente graves, porque su hipotético falso testimonio ni beneficiaría ni perjudicaría al reo. Pero problemas.

Los que tenía hasta ahora podían pertenecer al código disciplinario de la Guardia Civil, que no sé qué dice exactamente sobre el caso de uno de sus miembros que use, embozado, una cuenta de Twitter en la que se den opiniones denigratorias del Proceso y del estado general del mundo. El caso del teniente coronel replantea el falaz lugar común de que las opiniones de alguien sirvan para invalidar sus hallazgos fácticos. Algo así como si las desechables opiniones del periodista Bayo fueran a invalidar la evidencia de su conversación con el teniente coronel y el mérito de haberla publicado. La principal, para lo que nos ocupa, de estas opiniones de Bayo es, justamente, que el trabajo del teniente coronel deba ser invalidado por sus presuntas opiniones sobre el Proceso. Nada de eso: la objetividad es la posibilidad cierta de describir los hechos al margen de las convicciones; y si esto rige incluso para los comunistas como no va a regir para un guardia civil. Es más: conocer las opiniones de alguien sobre los hechos o sobre sus protagonistas solo hace que fortalecer las garantías de objetividad. Es completamente pueril suponer que alguien dejará de tener opiniones por no hacerlas públicas.

Me desvié del catastrófico y ahora vuelvo. Lo cierto es que Van den Eynde aceptó que el guardia le dijera que no era él, sin someter a la Sala al contraste entre sus manifestaciones y lo que Público había dado a conocer. El teniente debió de crecerse, porque lo que vino a continuación fue un despiadado encarnizamiento del testigo con el abogado. Hasta el punto de que una y otra vez el temeroso Marchena le indicaba al joven Van den Eynde que se apartara del camino de perdición al que iba a llevarle su interrogatorio. Es seguro que Marchena temía que el despedazamiento levantara la indignación en Estrasburgo.

Todas las preguntas del abogado fueron cerrilmente encaminadas a demostrar que el teniente coronel investigaba opiniones y no hechos. Como si el interrogatorio lo fuera sobre los tuits de Tácito y no sobre los atestados que firmara el guardia. Cuando los testigos son inexpugnables, algunas defensas admiten la inutilidad de sus esfuerzos y practican agradecidas faenas de aliño, que evitan la melancolía. Pero otros encaran la roca con una maniobra de elevación que siempre es la misma. Este es un juicio político, basado en la evidencia de que en España no hay libertades democráticas. Al modo retórico de un senador francés, bien sûr. Así el abogado. Así el testigo recordándole una y otra vez que él no investigaba ni lo que decían ni lo que pensaban los nacionalistas, sino sus hechos. («De primeras no empezamos a buscar sediciosos». «A mí se me ordenó investigar el uso ilícito de fondos públicos». «Investigamos los hechos de personas y no investigamos entidades»).

El teniente coronel negó con datos que hubiera recibido el mandato de investigar el Proceso. El mandato y el sentido de todas las investigaciones fue el de investigar los hechos del Proceso, se cansó. No es lo mismo. Quizá la distinción se entienda mejor si se aplica a un individuo. No es lo mismo investigar los delitos de un hombre que investigar a un hombre para saber de sus delitos. Exasperado, ya a lo último, quiso explicarle el testigo al abogado lo que realmente estaba investigando: «Lo que viendo la tele se ve». Y solo entonces Van den Eynde, chico al fin y al cabo de su tiempo, pareció comprender.