Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo

  •  Tras una investidura plácida en las votaciones y convulsa en las negociaciones, Junts y ERC tardaron siete horas en pedir sendas comisiones de investigación y Urkullu preguntó inmediatamente ¿qué hay de lo mío, de mi referéndum?

Es posible que esta haya sido la investidura más áspera y desgarradora de la democracia española actual, la que ha abierto las grietas más hondas en la ciudadanía, a pesar de que Pedro Sánchez ha justificado sus medidas más arriesgadas y desconcertantes en la búsqueda de una concordia en especial con quienes no desean ‘concordar’ y así lo expresan sin tapujos tanto antes como después de las votaciones. Una investidura plácida en las votaciones finales y convulsa en las negociaciones previas. Una investidura holgada en el resultado, en la que los votos se han emitido envueltos en un espeso aroma de desconfianza y resquemor. Una investidura que nace ayuna de ilusión, salvo para quienes ocupan los asientos correspondientes a los partidos que forman el Gobierno. El resto se han emitido en contra de más que a favor de, y advierten desde el momento cero que su voto es provisional y condicionado al cumplimiento de una pléyade de concesiones difíciles de cumplir. Junts y ERC tardaron siete horas en pedir sendas comisiones de investigación y Urkullu preguntó inmediatamente ¿qué hay de lo mío, de mi referéndum? Una investidura negociada en el extranjero (¿por qué?) con un prófugo de la Justicia (¿cómo es posible?) que vigilará todo desde el extranjero (¿y esto?) rodeado de ‘árbitros’ internacionales como si estuviésemos ante un conflicto internacional (¿lo estamos o lo estaremos?).

Una investidura lograda gracias a la concesión de la amnistía, que ha sublevado a la mitad del país y enardecido a la totalidad del ámbito judicial, con actuaciones insólitas y declaraciones desconocidas y que, a pesar de ello, la reciben sus destinatarios no como el punto final de nada, sino como el principio de una nueva era que debería terminar con el referéndum de autodeterminación. ¿Será este un nuevo paso hacia la concordia siempre pretendida, siempre deseada pero nunca alcanzada? Pedro Sánchez tiene razón. Los independentistas catalanes no le han organizado a él ningún referéndum, pero hay que ser muy iluso para pensar que tan noble actitud se debe más al convencimiento, a uno de esos ‘cambios de opinión’ a los que él es tan aficionado y no a los avances gratuitos en sus aspiraciones que han conseguido sin esfuerzo, sin ceder ni un ápice en su agreste postura. Dos no riñen si uno de los enfrentados se rinde y le da la razón al otro. No habría habido guerra en Ucrania si Zelenski hubiese abierto las puertas de su país a Putin con mansedumbre. Bueno, pues eso es lo que tenemos, y ya veremos como resulta la experiencia.

Una investidura negociada en el extranjero (¿por qué?) con un prófugo de la Justicia (¿cómo es posible?)

Lo que me ha parecido muy sorprendente es que la economía haya acaparado tan escasa atención, cuando vivimos un momento económico delicado. Aparte de la interminable e invencible acumulación de promesas de ayudas y de subvenciones, de recortes de horarios y de aumento de salarios intervenidos, oí pocos apuntes sobre el ingreso. Uno, la prolongación de los impuestos a bancos, energéticas y a los patrimonios elevados; dos, el anuncio de un incremento, sin concretar su cuantía, de la progresividad del IRPF; y tres, vagas apelaciones a la lucha contra la economía sumergida y a la ampliación de la base imponible.

Esto último fue lo que más gustó, pero fue una lástima que no nos proporcionase la mínima concreción. El aumento de la base imponible es la mejor receta para obtener más ingresos públicos. Pero requiere de aumentos del empleo y de incrementos de las inversiones. Exige mejorar la productividad, abrirnos más al exterior y competir mejor. En definitiva, la base imponible es sinónimo de la riqueza disponible y eso no llega caído del cielo. Eso hay que trabajarlo y crear un esquema político y administrativo de fomento de la actividad, del que nada oímos y que sospechamos -algunos bordes retrógrados- que no interesa al Gobierno. Prefiere seguir con el ordeño de la vaca más que ampliar el establo, y hay que reconocer que es mucho más cómodo y mucho menos cansado.