Como un motor diesel

JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA, EL CORREO 17/02/13

· Nada justifica la parsimonia con la que el nuevo Gobierno se toma una legislatura que requeriría una rápida toma de decisiones.

El jueves pasado, el presidente de Confebask nos dejó helados al declarar que «la industria vasca está muriéndose». Algo parecido había dicho ya días antes a título personal, pero, al repetirlo con la solemnidad de quien representa a todo el cuerpo empresarial y en presencia de los presidentes de sus tres organizaciones territoriales, la declaración adquirió un carácter perentorio. Ni siquiera el mensaje colateral que se adivinaba detrás de ella –hacia los sindicatos, de un lado, para urgirles a renovar los convenios que pronto expiran sin pretender eludir el marco de la nueva reforma laboral y hacia los partidos políticos, de otro, para ponerles sobre aviso en vísperas del debate que se disponían a celebrar sobre la fiscalidad– logró quitar a la declaración un ápice de su gravedad.

En efecto, aunque el presidente de los empresarios no se hubiera pronunciado en términos tan dramáticos, anunciando nada menos que la «muerte» de la industria vasca, los datos que arrojan las estadísticas nos transmiten el mismo mensaje, sólo que con la fría objetividad de las cifras. El desempleo crece, en los últimos meses, a mayor velocidad que en otras regiones de nuestro entorno, y la destrucción de nuestro tejido industrial, a tenor del número de empresas que cierran, resulta en los últimos tiempos más que preocupante. Por otra parte, el estadio recesivo en que han entrado quienes compran los bienes y servicios que las empresas vascas producen no augura nada bueno para el próximo futuro. No parece, pues, que fuera ánimo de alarmar lo (único) que movió al presidente de Confebask a hacer la perentoria declaración que comentamos. Todo da, más bien, a entender que la crisis ha comenzado a golpearnos más tarde que a nuestros vecinos, pero que no va a hacerlo con menor dureza.

Ahora bien, si a nosotros, ciudadanos de a pie, ha podido dejarnos helados la declaración del presidente de Confebask, quien no habrá podido hacerse de nuevas es el partido que nos gobierna. Ya antes de acceder a Ajuria Enea, allá por la primavera pasada, cuando se jactaba de «gobernar desde la oposición», el PNV dio la sensación de estar tan al tanto de la crítica situación económica que sufría el país que se atrevió a augurar la quiebra de las finanzas públicas y, unos meses más tarde, al disolverse el Parlamento, no dudó en ir a las elecciones con la alarmante afirmación de que el país se hallaba en estado de «emergencia nacional».

Y si aquel primer augurio se ha demostrado falso y motivado por un afán descalificador, nada ha desmentido de momento, sino todo lo contrario, esta última afirmación. Al Gobierno no ha podido, pues, cogerle por sorpresa el dramatismo con que se expresó el jueves el presidente de la patronal.

Más aún, tampoco pudo ser precisamente por sorpresa el modo en que al PNV le cogió su vuelta al Gobierno. Todo lo contrario. Desde hace ya cuatro años, cuando lo perdió a raíz de las elecciones de marzo de 2009, el partido jeltzale disponía de todos los datos para saber, casi a ciencia cierta, que a él retornaría una vez concluida la legislatura. Era, en efecto, más que previsible que, recompuesta la representación parlamentaria con la incorporación de la izquierda abertzale, el PNV consumaría su vuelta al Ejecutivo con la misma naturalidad con que las aguas retoman su cauce después de haber inundado las tierras adyacentes.

Resulta por todo esto más que chocante la parsimonia y los titubeos con que el nuevo Gobierno está tomándose las cosas en este inicio de legislatura. Y es que ni la situación objetiva de la agobiante coyuntura económica del país, ni el conocimiento que de ella había hecho ostentación de tener el partido que ha accedido a gestionarla, ni la experiencia que ese mismo partido ha tenido ocasión de acumular a lo largo de los treinta años en que ha ejercido la función gubernamental habrían hecho pensar que fuera necesario respetar, en este caso concreto, la cortesía de los cien días de gracia que se concede a todo nuevo Gobierno. Por el contrario, todas esas circunstancias daban a entender que el PNV volvería al Gobierno con un proyecto claro de acción bajo el brazo y que lo pondría en práctica nada más hacerse con sus mandos. Le está costando, sin embargo, arrancar como si un motor diesel la moviera.

En el fondo de esta ya un poco irritante parsimonia está sin duda el hecho de que el PNV osase lanzarse a gobernar sin haberse asegurado de antemano el apoyo parlamentario suficiente, no ya para hacer valer sus propias propuestas, sino para darles el sentido y la orientación que el necesario acuerdo con el diferente tendría que imprimirles de manera obligada. Aquella falta de apoyo original está revelándose hoy la asignatura que no cabía haber dejado pendiente para tiempos mejores, sino que habría de haberse aprobado antes de comenzar a ejercer la profesión de gobernar.

Quizá ahora, una vez que el viernes pasado también quien parece ser a priori el socio más seguro de cara a la estabilidad de toda una larga legislatura, a saber, el PSE, pudo comprobar en el debate parlamentario los límites de sus posibilidades, se haya abierto la oportunidad de lograr, con vistas a la aprobación del Presupuesto, lo que no se logró para la votación de investidura. Y es que parece llegada ya la hora de poner abiertas sobre la mesa las cartas que cada uno esconde y constatar sin vergüenza las muchas coincidencias que entre ellas existen para combinarlas en una buena partida.

JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA, EL CORREO 17/02/13