Comprometidos sin compromisos

MANUEL MONTERO. EL CORREO 16/09/13

Manuel Montero
Manuel Montero

· Declararse comprometido es la mejor forma de no comprometerse. Sólo muestra que el político tiene un corazón.

Los políticos ya no suelen prometer. Prefieren declararse comprometidos. No es lo mismo. Un ejemplo. Si Rajoy promete arreglar las finanzas de Murcia empeña su palabra, valga lo que valga, y los murcianos podrán pedirle cuentas en caso de fiasco. Pero si dice que «está comprometido a hacer una financiación autonómica más justa», como estos días asegura el presidente de Murcia, ha salido del paso con fuegos de artificio, que le dan pátina de hombre de Estado sin arriesgar nada. La vida pública española marcha hacia la elusión de responsabilidades. Quedan sustituidas por la afirmación de buena voluntad.

Declararse comprometido es la mejor forma de no comprometerse. Tan sólo muestra que el político tiene un corazón, pues comparte con el ciudadano preocupaciones y sensibilidad. Que es buena persona, comprometida con el bienestar de los vecinos (cuanto más etéreo sea el compromiso, mejor). Sin prometer, aunque lo sugiera. Si luego no hace nada, el ciudadano sabrá que no ha sido por mala voluntad, pues él está comprometido con lo que de verdad preocupa al vecindario.

Es más fácil declararse comprometido en la lucha contra la corrupción –todos lo hacen– que combatirla. Paradójicamente, el estribillo de moda no compromete a nada. Se queda en declaración de buenas intenciones. Sitúa al interfecto en el lado bueno del mundo, presto a combatir el mal. Que lo haga o no es harina de otro costal.

El latiguillo «comprometido» no establece compromisos ni promesas, pero sirve para la autodefinición del personaje. Deja al político en plena conexión con la ciudadanía: guay o superguay. Después se puede tirar a la bartola. Si no salen las cosas –por vagancia, incompetencia o simpleza– le cabe culpar al resto del mundo, a la UE, a los de siempre, a la crisis, a la oposición, a la banca: él queda exculpado por su natural bondadoso. Resulta irrelevante que no analice/estudie/decida, con tal de que sea un tipo comprometido.

Habida cuenta de la función marketing que cumple la declaración de «comprometido» se cae en el sobreuso. El rey de este tipo de compromisos fue Zapatero, que se decía comprometido con todo. Con todo lo que le sonase progresista, aunque fuera de chichinabo. Se decía comprometido con la igualdad, comprometido «a trabajar por el carbón más allá de 2018», pues su apoyo a Asturias era «comprometido». Se tenía que hacer un lío, pues también le decían el presidente «más comprometido con la Comunidad Valenciana» –igual que Rajoy ahora– y su Gobierno era «el más comprometido con Cataluña», mientras estaba comprometido con Andalucía así como con los resultados electorales de Galicia y Euskadi. No es fácil averiguar qué querría decir este galimatías, pero su vida tuvo que ser un sinvivir, de tanto parcelar las buenas intenciones.

Además, las fronteras patrias se le quedaban cortas. Se decía comprometido con Israel y Palestina, cuando fue por allí a ver si arreglaba aquello, o con la reunificación de Chipre –tenía esta fijación–, con Túnez y Libia (en sus coyunturas antagónicas). Experto en la actitud, llegó a pedir a Obama un enfoque más comprometido con Oriente Medio. Al presidente norteamericano estas palabras le impactarían. Todavía estará estudiándolas, para entenderlas.

No es tan fácil descifrarles el significado. Véase lo de Rajoy, hombre de menos alharacas pero igualmente comprometido. Al decir de los suyos, pues da en callar y que sus acólitos digan que está comprometido con las causas más diversas. Lo está con España –todo el PP–; con la financiación autonómica, con la agricultura y ganadería, con Extremadura, con la igualdad, con «guardar la Constitución» –como si le cupiese otra posibilidad–, con Cataluña, con la rebaja del déficit, con la igualdad de género… Los presidentes son repetitivos, como el ajo, con la diferencia de que este sirve para reducir el colesterol y combatir la depresión. Poco originales y evanescentes, les gusta quedar bien. Son capaces de declararse comprometidos con la ciudadanía (PSOE), con la juventud (PP), con el empleo (IU), con la estabilidad (CIU), con buscar acuerdos (PNV).

Todos se dicen comprometidos con la paz, sólo faltaba. Y en el País Vasco también con Euskadi, con la excepción de Bildu, que lo es con Euskal Herria. Estos también se ven «comprometidos hasta las cachas» con el fin de la violencia y por el contexto se entiende que no se refiere a las cachas de las armas, menos mal. Para el PNV «el compromiso es Euskadi», en genérico, y ha hecho escuela. Los socialistas han estado «siempre comprometidos con Euskadi», dicen –imaginarán que una declaración tan inextricable les da fuste–. El PP aseguraba en junio que colaborarían en el Plan de Paz por estar «comprometidos con Euskadi». Conclusión: el discurso político liquida las relaciones causa-efecto. Las sustituye por un lenguaje asociativo, tipo dónde vas manzanas traigo.

El «comprometido» llega a autonomizarse. Se predica de algunos sujetos en abstracto. «Este hombre es muy comprometido», sin especificar en qué. «Su compromiso es un ejemplo para todos»: a lo bruto. Así dicen los elogios. Por lo común se refieren a individuos especializados en conseguir subvenciones, pues creen que el Estado ha de financiarles sus aficiones; o a sujetos obsesivos incapaces de divertirse con otra cosa. Si se aplica a un político conviene que se eche a temblar: o se lo dicen los pelotas o le están haciendo la necrológica. Acabamos creyendo que los tales «comprometidos» son un modelo social y no los pesados que siempre habían sido. Antes se les decía insustanciales.

MANUEL MONTERO. EL CORREO 16/09/13