TONIA ETXARRI, EL CORREO – 09/03/15
· Que Esperanza Aguirre haya dicho que no es un «monigote» cuestiona que las candidatas tengan que ser militantes domesticadas.
Este año ha caído en domingo y el festejo se ha mezclado con las celebraciones del fin de semana y los actos electorales. Pero el 8 de marzo, después de haberlo reivindicado durante tantos años, sigue teniendo su razón de existencia. Si durante tanto tiempo ha servido para recordar a las trabajadoras que murieron asfixiadas en la fábrica textil de New York cuando protestaban por sus condiciones laborales, ahora esta fecha se ha convertido en la foto fija de nuestras insuficiencias. En los tiempos en los que nos ha tocado vivir, tan modernos en algunos aspectos, el 8 de marzo refleja todavía la desigualdad de derechos. Se ha avanzado mucho en un siglo, desde luego, pero nuestros responsables políticos tienen que afrontar con mayor decisión y sin intereses partidarios la lucha contra la desigualdad.
No solo en las normativas salariales. Que también. No solo en la presencia de las mujeres en las listas electorales. Que es necesaria. O promulgando leyes que favorezcan la promoción femenina en los puestos de decisión de las empresas. O la conciliación familiar con el trabajo, como hacen los suecos. Quedan muchas zonas de sombra, todavía. La violencia de género sigue dejando en nuestro país imágenes vergonzantes, con el saldo de 50 muertas al año. Y con episodios de tratos machistas y ataques exhibidos y distribuidos por las redes sociales que desvelan ‘agujeros negros’ en nuestro sistema educativo. Y como en la época de la globalización ya no podemos escondernos en el ‘oasis’ europeo, las injusticias tan flagrantes detectadas en otras latitudes del planeta deberían remover las conciencias de nuestros responsables políticos.
Que ahora está muy de moda hacerse un selfie con una pancarta de denuncia del rapto de centenares de niñas en Nigeria por la secta islamista Boko Haram, por ejemplo, pero nadie ha podido todavía, después de tantos meses, rescatarlas. Muy poco se puede hacer por las mujeres iraníes o saudíes que sufren latigazos y lapidaciones en su país. «En África se usa la violación de mujeres y niñas como arma de guerra», denunciaba ayer la eurodiputada de UPyD, Maite Pagazurtundua. Y no le falta razón. Las violaciones en la India, la obligación para las estudiantes en Indonesia de someterse a un test de virginidad como paso previo a la universidad, o la práctica de la mutilación genital se observa, desde Europa, con escándalo pero con pasividad. Como si quedara todo tan lejos.
Los políticos suelen equivocarse con este tipo de sensibilidades. Por eso se les exige mayor decisión. Cuando determinadas costumbres que en Occidente consideramos ofensivas para la mujer, se pretenden imponer en nuestra sociedad es cuando los políticos deben estar a la altura. El Gobierno de Francia, con la prohibición de llevar prendas que oculten el rostro en recintos públicos, actuó sin complejos, sin rehuir la polémica en torno al uso del velo integral. En nuestro país, no ha sido posible porque una errónea defensa de la llamada «alianza de civilizaciones» se interpuso en el necesario consenso parlamentario para plasmar en norma jurídica una iniciativa presentada por el PP y CIU en el Senado.
Ahora que en nuestro país estamos en el año electoral por excelencia, las listas de los candidatos reflejan los intereses de cada opción política. Y, a veces, no casan los discursos igualitarios adornados con formas lingüísticas que rayan en la pesadez por el abuso de los dos géneros en cada expresión (los/las, trabajadores/trabajadoras, padres/madres…) con la presencia femenina en sus órganos de poder. Por ejemplo, los cabezas de lista.
En el PP, el presidente Rajoy habría podido presumir de sus candidaturas por Madrid, con Cristina Cifuentes y Esperanza Aguirre, si esta última hubiera aceptado las condiciones sin rechistar. Pero que Esperanza Aguirre haya desvelado presiones para que deje de ser presidenta del PP en la comunidad a cambio de la candidatura a la Alcaldía, cuestiona que las mujeres candidatas tengan que ser unas militantes domesticadas, como ocurre en tantos casos. En Euskadi, el PNV solo ha presentado a hombres como los primeros de las listas en las tres capitales y las tres diputaciones. El Partido Socialista y el Partido Popular tienen como líderes a dos mujeres: Idoia Mendia y Arantza Quiroga. Pero en sus listas para las tres capitales y las tres diputaciones, tan solo disponen cada una de una candidata (la socialista Cristina González y la popular Miren Albistur). En EH Bildu, cuentan con dos . En el caso de UPyD, el partido de Gorka Maneiro tampoco está para exhibir medallas.
La discriminación positiva (valga la contradicción del término) ha dejado de ser necesaria en muchos aspectos de la vida en este rincón del planeta donde tenemos la suerte de vivir. Pero si no se hubieran impuesto por ley algunas medidas de igualdad jurídica entre hombres y mujeres, estaríamos ahora hablando de la época en la que se han quedado algunas culturas islamistas y africanas. La OIT confirmó, con el dato de que las mujeres españolas cobran de salario medio anual un 19% menos que los hombres, una situación de desigualdad que han venido denunciando todos los partidos de la oposición actual, aunque la situación no es nueva.
Ni tampoco se circunscribe a nuestro país. La actriz Patricia Arquette se ha convertido en el icono de la vindicación feminista cuando denunció la desigualdad salarial durante la ceremonia de los Óscar, en Hollywood. Aquí estamos en campaña electoral. La lucha por el voto femenino subirá la subasta de promesas. Ya hemos visto la gran brecha que separa, en muchos casos, los compromisos de las obras.
TONIA ETXARRI, EL CORREO – 09/03/15