Confebask y el sufrimiento de la clase empresarial vasca

MIKEL BUESA – LIBERTAD DIGITAL – 29/04/17

Mikel Buesa
Mikel Buesa

· Señor Larrañaga: No trate usted de lavar la ignominiosa actuación de su entidad patronal en materia de terrorismo.

A Ricardo Benedí, empresario ejemplar y miembro del Foro Ermua que no pagó y lo dijo.

En este país, el que no corre, vuela. Ahora que se atisba el cierre por derribo de ETA, al presidente de la patronal vasca Confebask no se le ha ocurrido otra cosa que sugerir, en una entrevista a Europa Press, la organización de un «acto de memoria» con el fin de que la sociedad reconozca el sufrimiento de la clase empresarial como consecuencia del terrorismo. Roberto Larrañaga –que, según parece, no conoce muy bien el asunto, pues señala que «llevamos cinco años de paz», cuando han pasado siete desde que ETA dejó de atentar– afirma que «somos un colectivo que ha sufrido mucho», que en la clase empresarial hay personas que han sido «asesinadas, secuestradas y muchísimas han sufrido extorsión» y que «ha habido gente que se ha ido [del País Vasco] porque la presión era insoportable». Todo ello es cierto y, al parecer, justifica un sarao político de reconocimiento oficial que, a la vez, constituya el «cierre», el «fin de los fines de ETA», según los deseos de este dirigente empresarial.

Vayamos por partes. Que entre las víctimas de ETA hubo numerosos empresarios es un hecho indudable. No sólo porque algunos fueron asesinados o heridos, sino porque muchos fueron amenazados. No sabemos cuántos estuvieron en esta última circunstancia, aunque, como expongo en mi libro ETA, S. A., una estimación razonable elevaría la cifra correspondiente a alrededor de 11.000. Si tenemos en cuenta que durante las tres décadas en las que se desarrolló la extorsión terrorista estuvieron en activo, en el País Vasco, como promedio, unas 50.000 empresas con asalariados, podemos pensar que, en uno u otro momento, a una quinta parte de los empresarios ETA les requirió el pago bajo amenaza de una u otra cantidad. Los datos disponibles señalan que la organización terrorista obtuvo por este procedimiento 53 millones de euros (valorados a precios de 2010) entre 1978 y 2010; o sea, una media anual de 1,66 millones.

No obstante, hay que indicar que hubo una gran variabilidad en las cantidades recaudadas por ETA en esos más de treinta años. Digamos adicionalmente que la cifra indicada sólo supuso el 31,9 por ciento de los ingresos de ETA –no tengo en cuenta aquí los contabilizados por sus organizaciones aledañas dentro del MLNV– y que hubo otra fuente de recursos mucho más importante, como fueron los secuestros, también de empresarios. Con éstos, ETA logró sacar a 44 industriales 98,5 millones de euros, el 59,3 por ciento de sus ingresos. Los secuestros, sin embargo, decayeron en el curso de la década de 1990 debido a la fuerte oposición popular que suscitaron, sobre todo después de la campaña del lazo azul que emprendieron varias organizaciones pacifistas con ocasión del apresamiento del ingeniero Julio Iglesias Zamora.

 Los empresarios amenazados no fueron todos iguales en cuanto a su comportamiento y no constituyeron, por ello, un «colectivo», como los denomina el presidente de Confebask. Quiero decir que ese no fue un «conjunto de personas con intereses comunes», según el significado que el diccionario da a esa palabra. Y no tuvieron los mismos intereses, sencillamente, porque mientras unos cedieron a la extorsión y pagaron a los terroristas, otros se resistieron a hacerlo aun a riesgo de sus propias vidas. Esta es una diferencia fundamental que el dirigente patronal no quiere reconocer y que, seguramente, desearía olvidar.

Sigamos con los que pagaron a ETA. Sólo de unos pocos conocemos su nombre porque fueron muy escasos los datos que sobre este asunto trascendieron –el lector los puede consultar en ETA, S. A.–. Y desde luego no fueron héroes. Más bien todo lo contrario, pues, aunque en algunos hubo miedo, en otros –seguramente, los más– lo que hubo fue cálculo mercantil. Con ETA se negociaba lo que eufemísticamente podríamos denominar coste de seguridad: se fijaban cantidades, muchas veces con la contabilidad en la mano; se establecían plazos como si fuera una transacción comercial más; incluso sabemos que, en 118 casos, se negociaron rebajas en el impuesto sobre sociedades con la Hacienda Foral de Vizcaya para que la cobardía recibiera el premio de la opacidad fiscal. ¿Cuántos pagaron a ETA? Pues tampoco lo sabemos con precisión, aunque a partir de las informaciones policiales se puede estimar una cifra que no irá mucho más allá de los mil individuos.

¿Y qué hicieron las patronales mientras algunos de sus representados –los más– resistían con dolor las amenazas y otros –los menos– acababan pagando los dineros con los que ETA mataba? Pues poco, muy poco. Izaskun Sáez de la Fuente, en su libro recién publicado Misivas del terror, concluye sobre este punto:

El empresariado vasco con sus organizaciones al frente (…) ha tratado de situarse al margen de las polémicas políticas, producto de una compleja mezcla de cálculo, miedo y cobardía. (…) No aprovecharon su potencial corporativo para aportar (…) estudios, informes, testimonios, manifiestos o criterios para comprender y atajar el fenómeno de la red criminal.

Sólo algunos, ya en la década de 2000, escapan a tan contundente diagnóstico, según señala la profesora de Deusto, quien anota las excepciones de la Confederación de Empresarios de Navarra y la Goierriko Herriaren Ekintza Fundazioa, también en esta comunidad autónoma, así como la Sociedad de Empresarios Vascos, en Vizcaya.

O sea que hay decirle al señor Larrañaga que menos lobos, que están los que sufrieron el terrorismo como otros perseguidos, pero también los que carecen de cualquier título para considerarse víctimas y los que, como no les tocó la china, vieron los toros desde la barrera. Y está también la organización que él preside, Confebask, que nunca compareció, ni se le esperó, en la lucha de la sociedad civil contra ETA. Así que, señor Larrañaga, no trate usted de lavar la ignominiosa actuación de su entidad patronal en materia de terrorismo porque los que conocemos esa historia aún sostenemos el dedo en el gatillo de la memoria.

MIKEL BUESA – LIBERTAD DIGITAL – 29/04/17