Conferencia de Madrid: intervención de Fernando Savater

FERNANDO SAVATER

(…) bien orientadas y esclarecedoras, divertidas. No, yo reconozco que no me siento en ánimo de competir precisamente con esa diversión no, y me siento, en eso que llamaban los griegos un ánimo melancólico, que quiere decir que tiene uno el líquido negro, melas, o atrabiliario, que quiere decir uno mismo con la bilis oscura. Entre melancólico y atrabiliario, de modo que no me siento como para, digamos para competir con el tono festivo que es el adecuado probablemente.

Yo, la última pregunta que hacía Roberto, es la que me he hecho muchas veces también, bueno y todo esto ¿para qué? Es decir, todo esto, ¿qué y quién va a sacar algo de todo esto? Yo me acuerdo una vez hace años viendo en Euskal Telebista la vuelta ciclista a España, que a mí me gusta mucho, y entonces había una competencia del locutor por hablar de los ciclistas localizándolos en su pueblo y pasaba el navarro Miguel Indurain y el vasco Abraham Olano, y no se cuál era andaluz, no que cuántos gallego, y llegaba Fernando Escartín y decía «el ciclista del Estado». Yo miraba con especial simpatía a Escartín porque era el hombre, como una cosa oficial, el único ciclista oficial que había allí en el Estado.

Bueno, pues yo me siento a veces como el ciclista del Estado, porque no se siente uno vinculado a este debate. Yo estoy, reconozco, totalmente ciego a las adhesiones patrióticas, nacionales. Yo la única patria, digamos, que reconozco es la infancia, y esa ya la he perdido definitivamente, de modo que me siento exiliado, acepto el exilio definitivo y todo lo demás lo utilizo del Estado de Derecho. Entonces yo no entiendo, nación… ¿qué más da? Es decir a mí no me importa llamar nación a lo que se quiera, lo único que me preocupa es… ¿qué quiere Vd. conseguir con eso de que yo le llame nación? Es decir, el problema nominalista para mí es ese, es decir ¿qué pretende Vd. conseguir con esto de llamarlo nación?

Mi amigo Nicolás Redondo, por ejemplo me dice: a partir de mañana quiero que me llames Gran Archimandrita de Baracaldo. Yo, como tengo mucho cariño por Nicolás, a partir de ahora siempre me dirigiré a él como Gran Archimandrita de Baracaldo. Pero si resulta, que después de esto me entero de que Nicolás, por ese nombre que se ha puesto, exige que yo le pase una mensualidad todos los meses o tenga que arrodillarme a su paso, etc., claro, le retiraré el tratamiento con mucho sentido, porque lo que me importa, no es lo que le vaya a llamar, lo que me importa es qué va a significar eso, qué va a significar ese nombre…

Entonces, la pelea nominalista no es nominalista, porque lo que nos interesa es saber de qué estamos hablando. Cuando alguien reclama, cuando un grupo, porque naturalmente es un grupo de personas, es un grupo de políticos el que reclama el nombre de nación, cuando reclaman el nombre de nación, qué otra cosa puede querer decir más que tenemos derecho a un estado que reivindicaremos antes o después. Yo hace muchos años escribí un artículo diciendo ¿por qué nadie se contenta con ser nación y todo el mundo quiere ser estado? Es sencillo, porque los que piden ser nación son políticos, y las naciones no tienen cargos pero los estados sí. Por eso toda nación antes o después quiere convertirse en estado. Todo lo que los políticos quieren es tener cargos, y quieren tener una burocracia y la nación es un concepto si Vd. quiere cultural, es un concepto histórico pero el estado en cambio es un concepto que tiene una nómina y naturalmente, pues entonces esa nómina, y ese reparto de poder, y ese ejercicio de poder es lo que se busca. Entonces yo, claro, desde el momento que se empieza a hablar de que Cataluña es una nación, si no fuera más que llamarle archimandrita, no me importa, pero lo que importa es lo que se está pidiendo, que es esto que estamos viendo y que se ha desmenuzado con más o menos claridad.

Entonces eso, efectivamente como muy bien señalaba Roberto, además hay que multiplicarlo, que no se trata de ese sentimiento absurdo, es decir, es que es anticatalán, no, es contrario a todo aquello que va a introducir un principio de disgregación, que se va a multiplicar porque por no ser anticatalanes, tendremos que convertirnos en antiextremeños o en antiandaluces o en antigallegos o en lo que antisea, porque otros vendrán a pedirnos exactamente lo mismo. Y si no queremos ser antinada, como naturalmente no queremos ser antinada, entonces tendremos la consiguiente nación, es decir tendremos un archipiélago, no un país, un archipiélago unido por lo que nos separa, que es lo que se propone realmente ¿no?

Un archipiélago es un conjunto de islas unido por lo que les separa, bueno pues esto es lo que vamos a hacer. Claro, eso terminará, ahora nos parece un poco absurdo el hecho de que todo el mundo vaya a ser nación y todo el mundo vaya a tener constitución dentro de nuestro país, pero terminará como todas las reivindicaciones nacionales, empiezan siendo absurdas y terminan siendo obvias. Dice un libro de un profesor inglés, que tiene también una genealogía muy divertida, muy mezclada, es un tío que escribe con un humor inglés muy gracioso y se llama “Ética de Identidad”. Es un libro sobre la identidad, el concepto de identidad y tal, entonces tiene una frase maravillosa de éstas que sólo a los ingleses se les ocurren que dice: “en el jardín del nacionalismo las flores artificiales pronto echan raíces”, que me parece una frase perfecta, esta es una flor artificial, pero pronto echará raíces y pronto echarán raíces todas las semejantes que hay a ella, todas van a echar raíces al unísono o paulatinamente y entonces nos encontraremos con que habremos perdido el concepto del Estado de Derecho, que es una forma de hablar un poco enfáticamente de democracia.

En tiempos se caracterizaba la democracia clásica por la isonomía, la isonomía era la base de la democracia en Grecia, es decir, “isos nomos”, la ley igual. La ley igual, pero una cosa es que haya diferencias y que haya un derecho a las diferencias culturales etc. y otra cosa es que haya una diferencia de derechos. Lo que se está pidiendo no es un derecho a la diferencia, sino una diferencia de derechos y eso rompe la isonomía, rompe la ley igual que es la característica del Estado de Derecho, a mi entender.

Yo con eso de la unidad de España, la historia, todas esas cosas … pues sí, pero a mí lo que me interesa es que después de tantos años, por fin, algunos que nos hemos destrozado bastante con ello, tengamos un Estado de Derecho, no por méritos propios sino por acontecimientos históricos. Tenemos un Estado de Derecho, y ese Estado de Derecho yo creo que es algo que hay que defender, y se ha defendido en el País Vasco, de una manera, en fin, luchando con criminales, y yo creo que hay que defenderlo también con la razón, porque lo que se está defendiendo es eso.

Es decir ¿cómo va a haber un país asimétrico? En un artículo, me parece, de Maragall… decía, hay que reformar la revolución francesa.., hombre no solo reformar el Estatuto sino que además la revolución francesa, parecía que eso ya estaba un poco a salvo, pues no señor, también la revolución francesa y donde dice libertad, igualdad y fraternidad, hay que decir diversidad, capricho y no se qué… y dice que porque no se puede tratar igual a los desiguales. Y yo pensaba, hombre, la pobre María Antonieta pensaba también esto mismo y así le fue, esto es lo que creía María Antonieta y no la perdonaron. O sea, hemos acabado en las leyes del Estado de Derecho, se ha acabado con las diferencias de nacimiento, con las diferencias de sexo, con las diferencias de color, de etnia, de religión y ahora va a resultar que la única opción que va a quedar es si uno ha nacido en Gerona, Lugo o Albacete. Es que ¿cómo va a ser que vayan a quedar las diferencias regionales, cuando ya precisamente la revolución del Estado de Derecho ha sido acabar con las diferencias entre las personas que comparten este Estado de Derecho?

Y sin embargo, aparte de todo esto que se ha dicho y de que el tono de lo que se está pidiendo de una manera o de otra es claramente eso, es decir, aquí tiene que haber una clara diferencia entre los que están en España mientras quieren y los que no tienen más remedio porque no tienen otra cosa que ser. Es decir, los que no tienen más remedio que ser españoles, y los que de momento, ya veremos, estamos aquí según y como. O sea eso es de lo que se trata, de un estado formado pues por los que de verdad digamos están de paso y por lo tanto son bilaterales con el estado y luego ya otra serie de gente, que están ahí metidos y que no se pueden salir porque no tiene otra entidad. Eso es insostenible, y como es insostenible inmediatamente llevará a que se creen los diecisiete estados dentro del Estado. Es decir, o las diecisiete naciones o se acabe la posibilidad de recaudar impuestos, o de educar o de lo que sea y todo eso irá pasando poco a poco, pero irá pasando además de una manera en la que, como ya no habremos detenido lo primero, no se podrá detener lo siguiente, porque claro, de todo esto, el asunto es que cuando empieza no se puede decir eso es un disparate, pero cuando ya llevas cincuenta disparates aceptados, el disparate cincuenta y uno, dices, hombre esto ha sido irremediable. El primer disparate se podía arreglar, el disparate cincuenta y uno ya no, y esto es un poco lo que estamos viviendo, esa deriva de acumulación cada vez mayor, de cosas que no pueden, yo creo que no pueden, acabar más que en apaños que dejen insatisfechos a los que pedían más, dolidos a los que han recibido menos y al conjunto fragilizado en un momento en que precisamente lo que necesitamos frente a Europa, frente al mundo etc. es una solidez.

Todavía estaremos en la amenaza terrorista, una amenaza terrorista que está también buscando sacar réditos políticos de su inevitable desguace y que por lo tanto pues todo lo que no sea mostrar una firmeza y una unidad y un conjunto de ideas claras etc, etc. pues es sumamente peligroso y sin embargo desgraciadamente, pues probablemente por el eco de lo que está pasando en Cataluña, etc, luego repercutirá en el País Vasco y los demás. Por eso les digo que sinceramente, yo lo veo todo con enorme melancolía, con una especie de impotencia digamos.

Cuando estaba viendo un debate sobre el tema del Estatuto en la televisión, en un momento insistían unos y otros, y luego los comentaristas insistieron también, en que el Partido Popular se había quedado solo como de costumbre. Claro, evidentemente. Yo decía, hombre no, no está solo, es decir nadie estaba solo ahí, estaba solo porque el Gobierno y Zapatero, pues podía su mayoría en apoyo de otros grupos parlamentarios, los nacionalistas etc. Rajoy, que podía estar solo en el sentido de que no compartían sus ideas los demás, pero tenía todos sus votantes y una gran cantidad de parlamentarios. Entonces yo decía, el que está solo soy yo. Los que estamos solos somos los que no estamos ni con la deriva hacía el desguace por, digamos por dar gusto, o por favorecer al nacionalismo, porque consideramos que el nacionalismo debería ser racional y discutidamente, pero detenido, precisamente por el pensamiento progresista, los que tampoco estamos con la idea de que haya que numantinamente negarse a discutir y a debatir en el parlamento las propuestas, porque para eso está el parlamento, cosa que me parece muy bien, que se debata todo esto en el Parlamento y que se le traiga al muñidor, de la oreja digamos, para que aclare, porqué ha dicho y porqué ha dejado de decir.

Todo eso lo veía, y yo decía, los que estamos solos somos los que piensan como yo, es decir, los que no están de acuerdo con nada de lo que está ocurriendo aquí, los que no quisieran que se estuviera postrando la simpatía, digamos, por una deriva nacional que no puede acabar en nada bueno para el Estado de Derecho, los que tampoco queremos que se muestre una postura de bloqueo para discutir unas cosas, puesto que se sabe que no llevan a nada positivo y que de alguna manera podemos recaer en viejos demonios familiares, y los que estamos viendo que todo, sobre todo, no tiene aquel, … Es decir, había un personaje de una novela de Salvador de Madariaga, “La jirafa sagrada”, un personaje andaluz, que cada vez que la gente discutía y debatía y hablaba de política y de proyectos, él decía “y tó pa qué”. Pues yo, francamente, cuando veía el debate pensaba desde mi soledad “y tó pa qué”. Y eso es lo único que les puedo decir. Muchas gracias.

Fernando Savater, 15/11/2005