Consenso

Maite Pagazaurtundua, EL CORREO, 13/8/12

El desplazamiento del crecimiento económico fuera de lo que llamábamos Primer Mundo nos ha pillado desprevenidos a los viejos europeos a causa de la ensoñación del progreso indefinido. El deseo era hermoso. Los informes que nos alertaban de la posibilidad de problemas severos se desechaban del análisis público por pura inercia.

En el patio interno español, de forma específica, mientras el dinero fluía, ni la parte de amenaza de la globalización, ni los vicios de la política española preocupaban en exceso a la clase media emergente, tolerante de suyo con la pura condición humana y con la tradición histórica de la picaresca, pero ahora todas las costuras del sistema están fallando y la frustración podría dirigirse en poco tiempo –de forma ciega– hacia la clase política, hacia las normas democráticamente aprobadas, provocando algo parecido al caos.

Llevamos más de treinta años de vida democrática y hemos asistido a la sofisticación de las técnicas de la propaganda masiva y a la influencia creciente desde las coyunturas de poder sobre una buena parte del tejido asociativo civil y de la opinión publicada, y eso ha debilitado la articulación de un debate público más rico.

Por otra parte, la representación escénica de la política, su artificio retórico resulta ahora mismo casi indecoroso, porque la situación económica es terrible para la mayoría de los ciudadanos y las luces de la escena muestran las carencias y los trucos –cuando los hay– y los puros trasteos articulados con las palabras como muletas para ejecutar el toreo de salón. Tal y como están las cosas no hay manera de disimular la imagen real ni de los toreros, ni del coso, ni de los toros. En situación de emergencia los liderazgos se ponen a prueba y justamente el mundo de lo público, todo él, Gobierno, oposición y agentes sociales están obligados a probar su legitimación, generando grandes consensos de actuación sobre un diagnóstico compartido de la situación nacional.

Será difícil limitar los recelos sectarios instalados en el profundo ADN de los aparatos de partidos o asociaciones de cualquier clase. Será extraordinariamente difícil limitar la cultura de los entornos jabonosos alrededor de cada jefecito o jefazo, esas estructuras temerosas de enfadar al mandamás del momento so pena de perder pie en el escalafón o descalabrarse, pero desde un punto de vista comunitario no tenemos más alternativa que exigir las mejores prácticas si deseamos evitar el puro derrumbe del mundo en el que deseamos que nuestros hijos e hijas tengan oportunidades para vivir con dignidad. Consenso por narices, ¡vaya!

Maite Pagazaurtundua, EL CORREO, 13/8/12