PEDRO CHACÓN-EL Correo

  • En este marasmo político que nos asola surgen voces que proponen no hacer caso ni a derechas ni a izquierdas. Pero lo necesario es confrontar ideas
Una de las razones por las que la historia de España del siglo XIX resulta tan enormemente frustrante y frustrada y empobrecedora intelectualmente, en relación con las de otros países de nuestro entorno como Francia, Gran Bretaña y Alemania, es sobre todo, a mi juicio, porque durante la mayor parte de su desarrollo, o sea, en las décadas centrales del periodo y en su cuarto final, hubo una ideología dominante, el liberalismo moderado, caracterizado precisamente por querer siempre situarse en lo que se llamaba el «justo medio». Quería siempre hacer un enjuague con las teorías y prácticas políticas en liza en cada momento y tomar lo mejor de cada una, situándose, por tanto, en una suerte de mediocridad paralizante, erigiéndose en Salomón de unos y otros, limando aristas, apaciguando ánimos, narcotizando las mejores energías en aras del equilibrio.

Para los teorizadores del justo medio los dos bandos en disputa serían algo así como dos boxeadores sonados que se darían golpes sin ton ni son a ver cuál de los dos caía antes a a la lona. Mientras que ellos, ecuánimes, moderados a más no poder, cogían de un lado y del otro alternativamente, haciendo que las ideas fluyeran por un cauce previamente trazado, equidistante, previsible, controlado. Si unos decían que el Rey y la religión católica eran intocables, y otros que la soberanía del pueblo era lo incuestionable, estos espabilados del justo medio decían, vale, ponemos la soberanía del pueblo como principio supremo, dentro de una monarquía católica, pero a la hora de elegir a sus representantes les ponemos el listón tan alto que solo gobierne un puñado de poderosos, de los nuestros. Eso era el justo medio. Qué hazaña, qué despliegue de cordura y de sensatez.

Pero con eso lo único que se consiguió fue que el verdadero pensamiento, el que crea desde una posición política, el que la defiende y la proclama en buena lid frente a sus adversarios u oponentes, se quedara frustrado, anquilosado, anulado por una opción ventajista, que cogía de aquí de allá, que no creaba nada nuevo, que no aspiraba a nada distinto. Los del justo medio ni eran conservadores ni eran progresistas, porque tanto el conservadurismo como el progresismo defienden posturas legítimas, como se hace en todos los países avanzados, donde hay un pensamiento conservador potente y hay un pensamiento progresista audaz. Los del justo medio, en cambio, ni piensan, ni sienten, ni padecen. Solo copian, adaptan, acomodan, ajustan. Ni siquiera haciendo lo que hacían eran originales, puesto que tomaron su modelo de los doctrinarios franceses. Su preponderancia en la España del siglo XIX lo único que hizo fue preparar el gran desastre que marcó toda la primera mitad de nuestro siglo XX.

Del mismo modo, también ahora, ante este marasmo de políticos de pacotilla que nos asola, surgen voces que proponen no hacer caso ni a derechas ni a izquierdas, sino situarse en un justo medio equilibrado, moderado, sensato, apaciguador. Pero no nos engañemos, no hay justo medio que valga en política. Porque lo normal, lo propio, lo necesario de la política es la confrontación de ideas, de visiones de la realidad, de proyectos de futuro, de concepciones del pasado, haciéndolo por verdadero interés de cada uno, por radical necesidad vital. Y eso cuenta tanto para la política económica como para la salida de la pandemia o para la «memoria histórica». Que los políticos que ahora tenemos sean de baja calidad no justifica esa suerte de paternalismo político de los del justo medio, ese ver la vida y la historia a distancia, sin implicarse, sin fajarse, sin decir aquí estoy yo, sin involucrarse. Los del justo medio no son auténticos y su promedio solo sale del sudor, del esfuerzo y del trabajo de los demás.

La política es lo más noble que hay porque es la manifestación de nuestra propia vida y la puesta en común de la misma con los demás que nos rodean y con quienes compartimos un mismo espacio y un mismo tiempo. La política condiciona las demás actividades sociales y económicas de manera insoslayable. Y está bien que así sea, siempre que se vivan con veracidad, con sinceridad, con convicción. Por supuesto que la ciencia y la técnica, en todas sus facetas y modalidades, están condicionadas por la visión política de sus creadores, de sus gestores. Y esa posición es más real y verdadera que la de creer que podemos vivir al margen la política. Es mejor ser consciente de que todo es política que no vivir en la creencia de que lo tuyo queda fuera de las refriegas partidistas. Es mejor pensar que la política es un arte noble y no que, como está en un momento dado manejada por unos cuantos chisgarabises, no merece la pena dedicarle ni un minuto y mejor buscamos el justo medio.