IÑAKI EZKERRA-EL CORREO

  • Nos suenan de algo esas peleas amañadas en el Gobierno con Irene Montero

Es una de las últimas de Carmen Calvo: ahora va a acabar en dos días con la prostitución en España. O sea que va a iniciar una cruzada similar a la que inició Franco con su decreto de 1956 y no hace falta ser muy linces para prever idénticos resultados: la prostitución se disparó en España durante la década de los 60 gracias a la prosperidad económica y a la relajación de costumbres que trajo el desarrollismo. La ocurrencia estaba ya contemplada en el programa electoral del PSOE para las elecciones del 10-N de 2019, pero su anuncio solemne tuvo un no sé qué de extemporáneo y ridículo en unas vísperas de Semana Santa en las que no es Carmen Calvo, sino la pandemia con sus restricciones y sus toques de queda, la que ha echado el cerrojo a los puticlubs.

La verdad es que no resulta fácil saber si esta clase de órdagos sin cartas y brindis al sol responden a la picaresca demagógica o al mero infantilismo político. Lo que nos suena de algo es el numerito de la bronca en el seno del propio Ejecutivo, esas peleas amañadas entre Carmen Calvo e Irene Montero. Con las diferencias que escenificaron teatralmente ambas en torno a la Ley Trans y a las manifas del 8-M, lograron algo prodigioso: que Calvo pasara por encarnar la sensatez de este país. Con las diferencias que igual de histriónicamente vuelve a encarnar ahora esa pareja, una a favor de la abolición de la prostitución y la otra a favor de una regularización legal que acabe con las mafias, se ha obrado un segundo prodigio: es Montero la que está pasando por depositaria de la sensatez nacional.

Aunque parezca una táctica publicitaria diseñada por Iván Redondo, hay un cierto mar de fondo en esa discusión. La confluencia en un mismo Gobierno de dos populismos está escenificando las diferencias que hay en un progresismo que se pretende falsamente unitario. Y la prostitución no es más que una de ellas. Hay una izquierda golfa y otra que va de moralista, una que quiere redimir a las prostitutas y otra que presume de frecuentarlas y las llama «princesas»: así se titulaba la película de León de Aranoa que triunfó en los Goyas de 2005. Para colmo, ése es un tema que concilia sociológicamente a los enemigos políticos. Los compañeros de Carmen Calvo que se costearon juergas en los locales de alterne con sus ‘tarjetas black’ no están lejos del general Primo de Rivera, un pionero de Podemos que llegó a destituir a dos jueces para librar de la cárcel a La Caoba, la prostituta con la que estaba liado y por la que recibió un tirón de orejas del propio Alfonso XIII. Fue el primer escándalo de su dictadura, hasta el punto de que su denuncia le costó a Unamuno el destierro a Fuerteventura. Este país no cambia.