Contra la güija democrática

ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 06/03/16

Arcadi Espada
Arcadi Espada

· Mi liberada: Habrás disfrutado con la fallida doble sesión de investidura del diputado Pedro Sánchez Castejón. Por el resultado y por la degradación, ética, intelectual y estética, de las instituciones que la ceremonia ha aportado. Yo sé que a la degradación tú la llamas, orgullosa y airadamente, la llegada del pueblo a las instituciones. Pero debes calmarte, porque los dos queremos decir lo mismo. Cada vez más queremos decir lo mismo. El desarrollo de las sesiones de la XI legislatura ha hecho también de mí un antisistema.

Habrás observado, en los fugaces momentos en que las sesiones se han hecho inteligibles, con qué precisión se interpreta lo que ha querido decir el pueblo alumbrador de este hemiciclo. Tú participas en esa interpretación, desde luego, cuando aseveras solemne: «El pueblo ha optado por el cambio». Pero no estás sola. «El pueblo quiere que nos entendamos», dicen otros. Los más artistas añaden una coletilla fatigosa a cualquiera de las dos interpretaciones: «Pero el pueblo no ha dado manual de instrucciones». Uf. La obviedad más escamoteada en este asunto es que el pueblo no vota nunca. Votan los ciudadanos, uno a uno y al mismo tiempo, es decir, sin saber cada uno lo que vota el otro. Por lo tanto no hay un sujeto responsable del resultado, al que pueda interrogarse y diga que está por el entendimiento o el cambio.

Del mismo modo tiene poco sentido decir que la mayoría de los ciudadanos no quiere que gobierne el Partido Popular. Porque esta conclusión aritmética es tan verdadera como decir que la mayoría de los ciudadanos no quiere que gobierne el Psoe, C’s o el partido Podemos. Las urnas tampoco dicen nada explícito sobre el entendimiento.

El que vota a su caballo quiere que gane la carrera. Y las preguntas sobre lo que le gustaría que hiciese su caballo después de haber perdido sólo tiene sentido hacerlas una vez comprobada la derrota. En el sistema político español los partidos no combaten unos contra otros, sino que lo hacen contra una cifra, que es la de 176 diputados, número de la mayoría absoluta. Si quedan por debajo de ella no puede decirse que haya ganado nadie.

En ocasiones esta derrota se convierte en victoria relativa cuando dos o más partidos acuerdan sumar fuerzas y llegar a la cifra clave. En otras, como en la actual circunstancia española, las respectivas derrotas no permiten alcanzar una victoria. Pero haya o no acuerdo, esas decisiones corresponden siempre a los partidos y no a los ciudadanos y por lo tanto el nombre de los ciudadanos no debe invocarse en vano. Ni siquiera debería invocarse, por cierto, para la interpretación más aparentemente lógica del resultado de las urnas, esto es, que los ciudadanos han votado en contra del entendimiento y que la actitud de los partidos implicados en este negocio estéril del acuerdo es el reflejo fiel de la actitud de unos ciudadanos respecto a otros. Porque, entre otras cosas, eso sería tanto como decir, ¡y a ver quién podría discutirlo!, que el pueblo ha votado para que siga gobernando en funciones el Partido Popular.

Los dramitas en torno a la posibilidad de la repetición de las elecciones sólo ocultan los temores de los protagonistas del teatro postelectoral. Una nueva convocatoria no supone fracaso alguno, ni de los políticos ni de los ciudadanos, y lo contrario sólo es un análisis del género ¡Piove, porco governo! o ¡Piove, porco popolo! El único problema es económico, pero asumible cuando se tiene en cuenta lo que gastan, lo que siguen gastando, las administraciones públicas en propaganda. Es igualmente falso que los resultados de unas nuevas elecciones estén obligados a ser los mismos, porque tan solo hayan pasado unos meses. Habrá pasado poco tiempo cronológico. Pero muy denso políticamente. Y hay nuevos datos encima de la mesa. Hasta ahora afectan, básicamente, al desprecio.

El desprecio al Pp del Psoe. El desprecio al Psoe del partido Podemos. Si en los dos meses que faltan no se producen novedades los ciudadanos habrán de incluir estos desprecios principales entre sus motivaciones. Y también lo que arroja la investidura fallida y el error táctico del presidente Rajoy al renunciar a ella: la evidencia de que a la única coalición que se ha ofrecido para el Gobierno, Psoe y C’s, le faltan 36 escaños: no es necio pensar que tal vez se decidan a afianzarla. Si en junio los ciudadanos votan de nuevo lo harán, no sólo sobre la experiencia del gobierno Rajoy, sino también sobre la experiencia de estos movidos meses postelectorales.

Sin embargo, no hay seguridad, claro está, de que el resultado vaya a permitir la formación de una mayoría. Los ciudadanos no serán convocados a votar sobre la posibilidad de un pacto Pp/Psoe/C’s, de un pacto Psoe/Podemos, de un pacto Pp/C’s, o de un pacto Psoe/C’s. Votarán, de nuevo, opciones políticas concretas y ninguna de ellas va a darles garantías sobre un pacto, porque el voto es uno y el pacto implica, como mínimo, a dos. La posibilidad de que se repita el callejón sin salida es la razón básica para resistirse a unas nuevas elecciones.

Por lo tanto sería interesante que los partidos acudieran a ellas explicando qué van a hacer en caso de una repetición del bloqueo. Ahora bien: lo que espero que se ahorren, si se repite el caso, es la interpretación de lo que el pueblo ha dicho o ha querido decir. Si van a insistir por la vía hermenéutica mejor que pregunten directamente a los ciudadanos cómo salir del bloqueo. Ya sé que es dudoso que en una democracia parlamentaria los ciudadanos puedan obligar a los partidos a uno u otro pacto. Pero cuando se invoca la voz del pueblo mediante técnicas espiritistas hay que proceder radicalmente. Antes que la güija democrática, mejor organizar una consulta, un referéndum, o como quiera llamársele, limitada a los afiliados de los distintos partidos o incluyendo al conjunto de los ciudadanos.

Tanta pasión por la democracia directa en tantos de los partidos españoles y eluden plantearla una vez que la ocasión lo merece. El método supondría el reconocimiento de que el problema del vacío de gobierno no es un problema de los partidos, sino de la sociedad. Y por lo tanto sería, contra la democracia adolescente, una sutil invitación a la responsabilidad.

Y sigue ciega tu camino…

ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 06/03/16