Contra Merkel…y contra Aznar

ABC 27/12/16
EDURNE URIARTE

· Las debilidades políticas de las democracias frente al terrorismo islamista son las mismas entonces y ahora

DOCE años después de la matanza del 11-M, los extremistas reaccionan al atentado islamista de Berlín de la misma manera que entonces en España, intentado inculpar al presidente del Gobierno, entonces a Aznar, ahora a Angela Merkel. Los de Alternativa para Alemania han llegado a afirmar que «son los muertos de Merkel», que es lo mismo que decían los ultras de aquí de Aznar y de las víctimas del 11-M, un reflejo de que las debilidades políticas de las democracias frente al terrorismo islamista son las mismas entonces y ahora, y en el resto de Europa como en España. La falta de determinación y consenso para combatirles eficazmente en sus territorios, por un lado, y la fragilidad política y moral para resistir sus ataques en nuestros propios países.

Hay algunas diferencias entre quienes acusaron a Aznar de los muertos del 11-M y quienes acusan a Merkel de los muertos de Berlín. Que es la extrema derecha la que lidera en Alemania la nauseabunda acusación y que es la extrema izquierda la que lo hacía aquí, aliada con el socialismo. Una vergüenza histórica que la izquierda democrática española sigue intentado excusar hoy en día con aquello de que su protesta se debía al «intento de manipulación informativa del Gobierno de Aznar». Pero lo que le ocurrió al socialismo es que no pudo resistir la tentación de sumarse o de co-dirigir (Iglesias discute a Rubalcaba el liderazgo de aquella movilización contra el Gobierno por los atentados del 11-M) la ola populista que pretendió y logró explotar electoralmente el miedo y la indignación de una parte de los ciudadanos por lo que consideraba un castigo a nuestro apoyo a la guerra de Irak. Eso sí, la izquierda moderada ha criticado ahora con dureza la reacción de los partidos de la extrema derecha, como si hubiera alguna diferencia moral entre los ataques a Merkel y los que hubo aquí contra Aznar. Como si culpar a los gobiernos de los atentados por las políticas de inmigración y de refugiados fuera más grave que hacerlo por el apoyo a operaciones militares internacionales con otros países democráticos. Entre la xenofobia de la extrema derecha y la comprensión ideológica del fundamentalismo islámico por parte de la extrema izquierda, no parece que haya grandes opciones de elección virtuosa. Pero ambas, la segunda mucho más comprendida y apoyada que la primera, son dos de los flancos por donde se debilita y se debilitará la unidad frente al terrorismo.

Y tampoco hay que olvidar los efectos disolventes de quienes cuestionan la labor policial en cada atentado, estos que pretenden la seguridad total, como si un terrorismo no suicida y de un volumen muchísimo menor que el islamista, como ha sido el de ETA o el de otros grupos terroristas de extrema izquierda en Europa, no nos hubiera enseñado la imposibilidad de la seguridad total y la acusada vulnerabilidad de las sociedades libres frente a los ataques terroristas.

Este es el contexto social y político europeo, que conoce muy bien el terrorismo fundamentalista y cuyas contradicciones pretende exacerbar en cada atentado: los efectos del terror multiplicados por los efectos de la división política. Frente a ellos, los países europeos carecen de decisión y estrategia para combatir militarmente al terrorismo fundamentalista en su territorio y también están lejos de una unidad social, política e intelectual que mantenga los valores, la fortaleza moral y la serenidad cada vez que haya un ataque terrorista. Han cambiado demasiado poco las cosas desde los atentados del 11-M, como acabamos de comprobar tras el atentado de Berlín.