IGNACIO MARCO-GARDOQUI-El Correo

Contra toda evidencia el Gobierno insiste en proclamar la fortaleza de la economía española. Y no contento con ello nos pone de ejemplo de recuperación. Nada hace mella en su ciego optimismo. Da igual que todas las revisiones de crecimiento del PIB nos expulsen del podio europeo y nos coloquen por debajo de la media, él sigue impertérrito sin modificar a la baja ni un solo euro de las previsiones de ingreso que sustentan los Presupuestos y que hoy resultan inalcanzables.

El FMI nos proporciona ahora otra lección de modestia. En efecto, no solo vamos a crecer a un ritmo modesto, sino que la base de partida es mala pues duplicamos la media de la UE en la caída de PIB durante los años de la crisis reciente, 2019 y 2020, medido en términos ‘per cápita’. Un 10%, sin tener en cuenta el efecto de la inflación que, bien es cierto, fue pequeño en ese periodo. Pasamos de disponer de 42.600 dólares a 38.442, cuando la media bajó de los 46.728 dólares a los 44.427. Estamos ya a 6.000 dólares de esa media, cuando empezamos la pandemia a 4.000. Es decir, hemos caído más abajo y estamos creciendo menos que nuestros 26 socios.

¿Somos un ejemplo? Pues será de paciencia y mansedumbre, porque el dinamismo que predica Nadia Calviño y del que alardea Pedro Sánchez no se ve por ninguna parte. Ni aunque lo observemos con un microscopio electrónico.

Es posible que una buena parte de la explicación se encuentre en nuestro estructura productiva, que es muy sensible al sector servicios y que ha padecido con crudeza las limitaciones a la movilidad impuestas por la lucha contra la enfermedad, pero seguro que también ha influido la manera de atacar sus efectos económicos. Mientras la mayoría de países europeos han seguido la ‘doctrina Draghi’ de ir a luchar contra las causas, aquí hemos preferido ocuparnos de los efectos. Por eso, en lugar de bajar los impuestos, hemos decidido subirlos y en lugar de liberar de regulaciones y de cargas al empleo planteamos una reforma que lo encorseta y subimos las cotizaciones que lo lastran.

Los buenos datos del empleo permiten sustentar sobre ellos ciertas dosis de optimismo, pero de ahí a la euforia gubernamental hay un trecho demasiado grande para pretender colmarlo con buenas palabras que desconocen los malos datos. Máxime, cuando la enésima ola de la pandemia amenaza con arruinar, otro año más, el consumo navideño.