Santiago González-El Mundo

Mi admirado Grande-Marlaska sigue incurriendo en algunos de los errores que me parecían impropios de él, un juez cuyos autos me han parecido siempre llenos de sintaxis y sentido común, que vienen a ser lo mismo. El miércoles vino a decir que el traslado de los presos golpistas (presuntos, que no se me olvide el presuntos) a Cataluña no es más que la aplicación de la ley por parte del Gobierno.

Todos los ministros del Interior acaban pareciéndose, no importa su grado de formación jurídica. Recordarán ustedes el traslado de Iñaki de Juana Chaos. El entonces ministro, Alfredo Pérez Rubalcaba, explicó el 1 de marzo de 2007: «He tomado la decisión personalmente y la he tomado por razones, por una parte legales y por otra, humanitarias».

No diré nada de las razones humanitarias, pero sí de las legales. Las palabras del ministro sugieren la idea de que era la ley la que obligaba al traslado del terrorista preso. No había tal. El ministro confundía, me temo que deliberadamente, lo que la ley permite hacer y aquello a lo que la ley obliga.

Cinco años más tarde, en agosto de 2012, el ministro Jorge Fernández decidía excarcelar al terrorista Bolinaga, secuestrador y carcelero de Ortega Lara con un argumento semejante: «No excarcelarlo habría constituido prevaricación». Más de lo mismo.

Y ahora viene mi Señoría a decir que el Gobierno se ha limitado a aplicar la ley. Aplicar la ley, mi admirado Marlaska, es hacer lo que la ley obliga, nada que ver con lo que la ley nos permite.

No puedo creer que el ministro del Interior no tenga clara la diferencia que acabo de apuntar. Tal vez, como sus dos predecesores, considera que los incapaces de distingos seamos nosotros.

No es un caso único. Sigo con mucho interés la carrera del secretario de Estado de la Seguridad Social, Octavio Granado. Es de Burgos, mi ciudad natal. Yo conocí y aprecié mucho a su padre, Esteban Granado Bombín, un librero de los de antes, que me surtió de mucho Ruedo Ibérico y de sabios consejos en la librería con trastienda que tenía haciendo chaflán entre las calles Madrid y Aranda. A Granado le compré La guerra civil española de Hugh Thomas, El laberinto español, de Brenan, La biografía de Franco de Luis Ramírez, ignorante aún de que era un seudónimo de quien habría de ser mi amigo y compañero Luciano Rincón, un par de libros de Wilhelm Reich, La revolución sexual y La función del orgasmo, por unir lo útil con lo agradable. Esteban era un gran tipo que fue diputado socialista en las dos primeras legislaturas de nuestra democracia.

Y ahora va su hijo Octavio y nos dice que están ultimando nuevos impuestos para pagar las pensiones, pero que no afecten a la economía. Pero hombre, Octavio, una función fundamental de los impuestos es afectar a la economía. Las dos grandes palancas de la economía clásica eran la política monetaria y la política fiscal. De la monetaria mejor ni hablamos desde el euro, pero si la política fiscal fuera inane no tendría sentido cobrar impuestos. Vaya en su descargo que él no es economista, sino licenciado en Historia, pero argumentos como este y el de Marlaska parecen pensados por el mismísimo presidente, cosas de Pedro Sánchez.