Luis Ventoso-ABC

  • Un sueño honorable que declina por altivez y malas decisiones tácticas

Los estragos de la crisis de 2008 y la porquería que embadurnaba los dos logos hegemónicos dieron aire a la llamada Nueva Política. El PSOE era el partido que había robado el dinero de los ERE de los parados y el del saqueo de los fondos sindicales de la minería y los cursos de formación (nunca destacados como se debería). También el de la irresponsabilidad de Zapatero, que había negado un desastre económico evidente. El PP parecía el patio de Monipodio. Dirigentes de fuste habían chorizado sin complejos en Madrid, Valencia, Baleares… El partido hasta se había robado a sí mismo, con Bárcenas y la Gürtel. Dos marcas nuevas, Podemos, desde la izquierda populista, y Ciudadanos, desde el centro reformista,

denunciaron esa degeneración y se abrieron un hueco que ilusionó a millones de españoles. Podemos le asestó una dentellada electoral al PSOE (en la que colaboró el sorayismo, fomentando la nueva marca zurda a través de un mapa televisivo que a medio plazo ha resultado demoledor para el centro-derecha). Cs, un proyecto empujado desde el mundo financiero catalán con la pretensión un tanto altiva de «aportar seny a España», se alimentó de los graneros del PP. Jóvenes profesionales urbanos de derecha y centro, abochornados por la corrupción de los populares, se pasaron al bando naranja. Cs contaba además con un líder fresco, un orador superdotado e hiperdinámico, que contrastaba con las maneras cautas de Rajoy y su porte de antaño. El partido de Rivera ofrecía además un valor añadido: por primera vez alguien plantaba cara sin ambages al supremacismo separatista, y lo hacía en su propio feudo, Cataluña, hasta el punto de que Cs acabó ganando las autonómicas.

¿Qué tal ha resultado la Nueva Política? Como tantos experimentos con gaseosa, mal. La erosión del bipartidismo ha traído una taquicardia paralizante (cinco elecciones generales en ocho años). Además, llevamos dos ejercicios sin presupuestos y tenemos a los comunistas metidos con vara alta en el Gobierno, pese a haber obtenido solo 35 escaños y el 12,8% de los votos.

En abril de hace un año, Rivera se autoproclamaba líder de la oposición tras haber quedado a solo 9 escaños del PP. En noviembre caía de 47 diputados a 10 y optaba por una elegante retirada. Este fin de semana se ha celebrado la Asamblea General de Cs, con discreta atención mediática. Rivera mandó desde su confinamiento prenatal con Malú un vídeo de trámite de tres minutos. Arrimadas, noble y bienintencionada, se pone a los mandos, pero de un tren que ya ha perdido muchos vagones. La encuesta madrileña de ABC esboza el futuro de Cs: un drástico declinar, probablemente hasta una no lejana extinción. Cae en la Comunidad desde el 19,4% del voto al 7,6% y en el Ayuntamiento, del 19% al 5%. Pagan su soberbia -el empacho de grandes lecciones adanistas-, su falta de visión táctica (de un partido bisagra se esperaba que contribuyese a la gobernabilidad), los vaivenes de Rivera y la nunca explicada espantada de Arrimadas en Cataluña tras un memorable triunfo electoral.

Cs enfila su honorable crepúsculo. Tal vez sea su último servicio, porque la alternativa liberal al socialismo nunca triunfará en las urnas con tres partidos.