Luis Ventoso-ABC

  • Arrimadas busca sitio, pero no saldrá indemne de su doble juego

El cataclismo económico 2008-2013 provocó un revolcón político en el mundo, con una eclosión de nuevos partidos y líderes, algunos populistas. Ahí medró Podemos (espoleado, además de por las brisas venezolanas, por el miope diseño televisivo sorayista, que metió a Iglesias en todos los platós para mermar al PSOE, sin percatarse de que al dejar al país sin una sola gran cadena conservadora iba a poner muy cuesta arriba el futuro retorno del PP al poder). A la recesión se sumó en España un segundo y enorme problema: la embestida independentista. Y de ahí surgen otros dos partidos, Ciudadanos y Vox, con una propuesta nacionalista española nítida, dispuestos a dar una batalla frontal contra el separatismo que el marianismo prefería orillar.

Ciudadanos fue una idea apoyada por el poder financiero catalán con la pretensión paternalista de aportar «seny» a España, superando el cainismo derecha-izquierda con una oferta liberal moderna. La operación tuvo la fortuna de contar con un rostro que le dio alas, Rivera, un antiguo campeón de oratoria, joven, de grata presencia y enérgico desparpajo. En Cataluña, Ciudadanos prestó un magnífico servicio desenmascarando al nacionalismo y ofreciendo una alternativa constitucionalista (no se olvide que en 2011, el PP todavía pactaba con Artur Mas). Ciudadanos dio entonces el salto nacional, y aunque ha sido sobre todo un partido del Puente Aéreo Madrid-Barcelona, despegó con sus lecciones de Pepito Grillo a la «Vieja Política» y hasta soñó con desbancar a un PP por entonces enfangado en la corrupción.

Pero los naranjas cometieron dos errores tácticos que los hundirían. El primero fue la espantada de Inés Arrimadas en Cataluña, donde dilapidó su formidable triunfo en las autonómicas y abandonó a sus votantes con una fuga a Madrid. El segundo fue el pecado de soberbia de Rivera tras los comicios de abril de 2019, cuando Cs logra 57 diputados. En lugar de resignarse a lo que es Cs -un partido bisagra- y coaligarse con Sánchez para moderarlo y evitar la llegada de la ultraizquierda; a Rivera se le sube el pavo, se cree el líder de la oposición y se acantona en el «no es no». Resultado: siete meses después, pierde 47 diputados y se queda en el chasis, con solo diez, una debacle que lo prejubila.

Ahora Inés Arrimadas busca un nuevo lugar bajo el sol para que Cs no se diluya en la irrelevancia. Para ello ha asumido con naturalidad su condición de bisagra, apoyando a Sánchez. Lo vende -y en parte es cierto- como un servicio a la estabilidad del país en un trance crítico. Pero al tiempo, Arrimadas es también socia de Casado en el País Vasco y hasta ofrece mítines con él. Con una mano pactan con Sánchez, le dan oxígeno, y con la otra tachan de «mesa de la vergüenza» su inminente reunión bilateral con los separatista catalanes. La alianza con Sanchez obliga a demás a un partido antinacionalista por excelencia a tragarse sapos como los compadreos del PSOE con Bildu. La gestión de la epidemia la califican como «muy mala», una «sucesión de errores y engaños». Pero paradójicamente la apoyan.

Arrimadas busca el círculo cuadrado. Pero en las próximas elecciones descubrirá que no se puede soplar y sorber al tiempo. ¿Un pronóstico? UPyD.