JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA-EL CORREO

  • Castilla y León ha sido ignorada y despreciada en esta campaña electoral en la que se han dirimido batallas que nada tienen que ver con los intereses que más le son propios

Ocultos, como bajo este título la identidad del objeto que la sigla significa, ha mantenido la campaña electoral castellana los intereses de la comunidad autónoma española de más extenso territorio y más acendrada raigambre histórica. No es cuestión de ponerse solemnes y citar a Sánchez Albornoz con aquello de «Castilla hizo a España y España deshizo a Castilla», pero esta segunda parte es lo que confirman unos comicios en -y no de- esa Comunidad que no pasan de ser el pretexto para librar una de las batallas que escalonan la guerra que acabará con el enfrentamiento final por el Gobierno de España. Resulta así, ya metidos en citas, que la «ayer dominadora» de Machado, la que «desprecia cuanto ignora», se ha visto ella misma ignorada por quienes, despreciándola, la han puesto al servicio de intereses que no le son propios. Procede, pues, hablar, no de la región, sino de la nación que la ahoga en este sofocante abrazo.

Varias cosas relevantes se dirimen en estas elecciones más allá de los límites de Castilla y León. La más evidente es, como todo el mundo ha intuido a lo largo de la campaña, el futuro político a medio o largo plazo de quien impulsó la decisión de convocarlas. Pablo Casado quiso hacer de ellas un enfrentamiento directo entre la Comunidad y el Gobierno de España o, mejor aún, entre él mismo, por persona interpuesta, y el presidente de aquel último. Pretendía que fueran la continuación de la exitosa batalla que ganó en las elecciones de la Comunidad de Madrid y que se prolongaría, según el resultado de las que hoy se cierran, en unas próximas de Andalucía.

«No parece descartable que Vox rompa el tabú y pase a formar parte del nuevo Gobierno»

Ninguna otra persona o cosa ha sido citada en la campaña con tanta frecuencia e inquina como Sánchez o su Gobierno. Pero, sumado a los errores cometidos en la selección de los temas de campaña, ni la región es Madrid ni su candidato, Ayuso. Los sondeos, a expensas de que se verifiquen en las urnas, dan a entender que lo que prometía ser una marcha triunfal amenaza con tornarse en poco menos que un fracaso. La última y reciente torpeza de la actitud mantenida en el Congreso a propósito de la reforma laboral habrá ayudado. Hoy, la esperanza de allanar el camino es temor a empedrarlo con obstáculos. Y es que no alcanzar la expectativa del Gobierno en solitario sería un traspiés que haría tambalearse el ya controvertido liderazgo de quien se ha escondido tras un candidato de paja. De querer precipitar las elecciones generales se habría pasado a desear retrasarlas. Y aun esto podría ser ocasión de mayor desgaste más que oportunidad de recuperación.

Peor aún es, no ya para el Partido Popular, sino para el país, el notable aumento de voto que las encuestas prometen para el extremismo de Vox. No parece descartable, a tenor de lo que aquellas anuncian, que, de apoyo externo como en Madrid o Andalucía, el partido de Abascal rompa el tabú y pase a formar parte del nuevo Gobierno castellanoleonés. Y, si esta Comunidad ha sido elegida como la Casandra que anuncia la destrucción de Troya, la participación de Vox en su Gobierno sería el presagio de lo que ocurriría en la gobernación del país entero. Todo es posible allá donde se erige la aritmética, en vez de las ideas o los valores, en criterio determinante del gobierno que se forma. Paso a paso, habríamos llegado a un final que, lejos de sorprendente, venía ya siendo el anunciado desde hace casi una década, cuando comenzaron a desmoronarse los partidos que habían dado estabilidad al país y a irrumpir unos nuevos que la sacudieron desde sus cimientos. No son éstos los culpables, sino aquellos, los responsables. De ello dan cuenta forzada en el progresivo abandono de adeptos que vienen padeciendo.

Y, por fin, el fenómeno que se vislumbra del auge de partidos, en este caso, provinciales apunta, sin duda, de nuevo a quienes no han sabido resolver los problemas que éstos denuncian. Pero plantea, a la vez, una cuestión más amplia de orden político. Y es que, así como se habla en otros campos de ‘apropiación cultural’, cuando alguien pretende hablar en nombre de una minoría que no es la suya -de raza, de género o de otra identidad-, parece como si de Zamora o de Soria, por poner los ejemplos que vienen al caso, sólo pudieran hablar zamoranos o sorianos, ya que los demás se considerarían intrusos. Si éste fuera el presagio que envían los electores castellanoleoneses, la política quedaría abocada a una fragmentación localista que dejaría corta la que se proclama de orden ideológico. ¡Dios no quiera que ésta sea la España que Castilla, por venganza, quiera volver a hacer!