Ignacio Camacho-ABC
- Lo de hoy es un sortilegio, una impostura inofensiva. Lo de todos los días, una vulgar superchería ventajista
Una de las imposturas más hermosas de la civilización de raíz cristiana, si no la que más, es la de la noche de Reyes, ese dulce e inofensivo ensalmo construido sobre una leyenda oriental para proporcionar a los niños la majestuosa expectativa de un hechizo sagrado y otorgar a los adultos el espejismo efímero de un poder mágico. Una fiesta de la esperanza y de la pureza, una idealista epifanía de los sueños y hasta de los milagros, una rebelión inocente contra la tiranía del desencanto. Un retorno al territorio de la fantasía infantil que se evaporó en el momento amargo en que la madurez nos puso ante la perturbadora evidencia de la frustración, del quebranto, de la pesadumbre, de la melancolía o del fracaso. Una venial revancha contra la áspera desazón de los avatares cotidianos.
Sobre esa bellísima tradición, anclada en el sustrato de la fe y en el simbolismo de la mitología, hemos levantado una patraña tierna, amable, inofensiva, que con el pretexto de ilusionar a los pequeños nos ayuda a escapar del tedio, el desconsuelo o la rutina. Un requiebro al imperativo de las certezas que una vez al año desafía sin remordimientos al implacable sesgo doloroso de la vida. Una licencia para la ficción, un condescendiente salvoconducto para la mentira. Un paréntesis moral para abrirle un hueco a la utopía y despenalizar el engaño sin traicionar ninguna convicción íntima.
Lo que quizá nunca se nos hubiera ocurrido pensar, cuando aprendimos a urdir ese inocuo simulacro, esa quimera sencilla, era que íbamos a sufrir la competencia ventajista de la política. Que la impudicia populista podía superar nuestra capacidad de invención para elevar el embuste a categoría y envolver toda nuestra existencia en una cápsula de mendacidad desaprensiva. Que el breve y candoroso sortilegio de un solo día iba a palidecer ante la perpetua pantomima que subvierte la realidad con relatos alternativos y versiones ficticias hasta transformarla por entero en una gigantesca superchería.
Al lado de esta desahogada consagración del fraude, la breve abolición de la verdad en torno a la llegada de los Magos no alcanza el rango de un nimio montaje. Todo nuestro minucioso despliegue de imaginación en torno a la comitiva celeste de camellos y pajes resulta de una ingenuidad trivial frente a la exhibición de propaganda aplastante que emana del enorme aparato de consignas oficiales. Con el agravante de que es a nosotros a quienes tratan como a niños fáciles de camelar con cuentos que ni siquiera tienen el embrujo magnético del misterio; sólo vulgares trolas sin ingenio repetidas en un bucle eterno para alterar la percepción objetiva de los hechos. Y lo que es peor: con el mayor desprecio a nuestra autonomía de criterio. A sabiendas de que lo sabemos, sin el cuidado primoroso y el celo atento que los padres ponen en mantener a salvo el más delicado de los secretos.