BELOSTICALLE BLOG – 21/04/17
· El domingo de Pascua de Resurección a mediodía estábamos entrando en Bilbao. Para el nacionalismo vasco, esa fiesta movible y principal del calendario cristiano es el día de la Patria vasca, el Aberri Eguna, aunque nada en el ambiente urbano lo daba a entender.
La celebración oficial del PNV, a modo de mitin y ágape de hermandad, se circunscribe al recinto de la Plaza Nueva, que no es precisamente La Concorde parisina. Es casi una fiesta a puerta cerrada y con invitación. Una patria vasca muy casera. Este año parecía talmente un homenaje del partido a sus ancianos. En la propia plaza, los balcones cerrados y desnudos no expresaban calor alguno por la toma y ocupación de ese recinto, tan popular en las mañanas de domingo, para una ceremonia privada. Esta involución de una festividad, por lo demás, rigurosamente apócrifa en su origen, invita a repensar los grandes mitos que hay bajo todo esto. Dirán que por qué. Buena pregunta. A quien no es nacionalista o patriota vasco, aunque haya nacido aquí y lleve tres o cuatro generaciones en el país, ¿qué puede importarle esa efeméride, que sólo le concierne por lo que le cuesta?
Respondo sin asomo de ironía: porque me deja atónito que, en la conmemoración más solemne del vasquismo, el gran ausente, el único de toda la gran familia no invitado a la fiesta de la Patria vasca, sea precisamente el padre fundador que la inventó.
Sensible que es uno. Da como lacha ajena, que un autor con 2.500 páginas publicadas en sus tres tomos de Obras completas, no sea objeto en esa fecha de una lectura pública de textos suyos escogidos. Mucho mejor que las prédicas de Andoni Ortuzar, presidente del PNV, o la monserga habitual en el lendacari Íñigo Urkullu, sin comparación.
El PNV es un partido político singular por muchos conceptos que todo el mundo le reconoce. Pero el más estupendo y menos comentado es su censura férrea sobre el propio fundador y primer ideólogo, y sobre sus escritos. Es verdad que son infumables casi todos ellos, impresentables hoy en día ante extraños; pero siquiera por piedad filial y gratitud a quien les agenció un excelente pasar y estatus social, los burukides (cabecillas o capitostes) del partido deberían ser más considerados con Sabino Arana, que tan ufano estaba de su producción intelectual. Han de ser otros los que por estas fechas se dediquen a desempolvarlos y airearlos. Y claro está que, siendo éstos los adversarios españolistas, de entre los frutos de aquel cerebro siempre seleccionan lo más ruin, deleznable y grotesco.
Esa piedad y lástima puede también mover a quien nada le debe a Sabino a suplir en parte ese mutismo vergonzante de los suyos, que más que sabinianos parecen y recuerdan más a los rivales ‘euscalerríacos’ –los fueristas a ultranza del bilbaino Fidel Sagarmínaga (1830-1894)–, los que Arana llamaba con desprecio ‘fenicios’, por verlos más atentos al interés económico del país y propio que a las verdaderas esencias vascas. Empezando por la patria.
Vasca o no vasca, patria como voz latina ha sido voz compartida en castellano y en vascuence. Razón bastante para que el patriota Sabino Arana la repudiara, inventando en su lugar un término ‘auténtico’, aunque jamás oído, y tuviese que traducirlo e interpretarlo porque era incomprensible para todos, menos para él. Lo mismo le ocurrió con la palabra bandera, como símbolo de esa patria. Porque en el mundo hay muchas banderas, como hay muchas patrias, pero sólo una patria vasca con una sola bandera vasca.
De las cosas de Sabino, y también de su hermano Luis Arana, ya escribimos al alimón Fernando Navarro y yo el libro ‘El patriota insufrible’ (2014). Evitando repetirnos, aquí ofrezco unas cuántas ideas y reflexiones complementarias. Del quinteto identitario sabiniano –patria, bandera, himno, lengua propia, raza, fijémonos sobre todo en los dos términos primeros. Al hacerlo, procuraré incluso ajustarme a su modo de decir, para representar hasta qué punto el hombre sabía ponerse pelmazo.
Patria – Aberri
Fue en 1896 cuando los hermanos Arana (Sabino y Luis) echaron de menos un término vasco legítimo que tradujera ‘patria’. Para Sabino, en su dogmatismo obsesivo, patria era un extranjerismo intolerable, y para reemplazarlo discurrió el discutido aberri.
Aberri = aba + erri. Erri es tierra o país, y aba no es nada; pero Arana decidió que fuese contracción de asaba, abuelo o ancestro. En realidad, primero formó asaberri, tierra ancestral; pero lo desechó, bien por ridículo, o porque se prestaba a entender algo compuesto de berri, nuevo, y eso sí que no. Asaba se quedó en aba, y listo, sin olvidar todos los derivados tan necesarios para la causa: aberri-zale, que dió abertzale (aficionado a la patria, patriota). No confundir con aberezale, aficionado al ganado, o a las riquezas de este mundo, aunque ambos adjetivos concurran a menudo en las mismas personas (caso de los ‘fenicios’, sin ir más lejos).
En la metafísica popular vasca, que se expresa en refranes, «lo que tiene nombre existe», y viceversa. Según eso, teniendo nombre ya teníamos patria vasca, y aberri era su partida de nacimiento. El neologismo sabiniano tuvo éxito entre escritores nacionalistas del país vasco-español. Entre los recalcitrantes figuró el filólogo Azkue, que ni siquiera lo registra en su gran Diccionario, recogiendo en cambio como dudosamente legítimo asaberri.
Aquí hay que advertir que aquella manía sabiniana de inventar palabras a porrillo se les pegó a sus discípulos, de manera que hoy en día el Diccionario General Vasco de la Real Academia de la Lengua Vasca (Euskaltzaindia) es uno de los más ricos del orbe universo, si bien la mayoría de sus voces no se emplean, y muchas incluso sólo se usaron una vez, con ocasión de ser inventadas. Este vicio tan contrario a la regla de Ockam –no multiplicar los entes sin necesidad– se cometió con aberri, por ejemplo añadiéndole el sinónimo abenderri (1930), que amén de superfluo tiene el defecto de que se puede entender como abendu erri: ‘el país de diciembre’, o incluso, ‘donde se ayuna en adviento’.
Ahí quedó, pues, aberri = la tierra ancestral. El problema con este término es que no traduce correctamente ‘patria’, ni siquiera significa patria. Patria en castellano –dejando aparte la celestial– es (según la Real Academia Española):
- f. Tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos.
- f. Lugar, ciudad o país en que se ha nacido.
Viene del latín patria, que en principio es adjetivo femenino (patria terra, patria res etc.), derivado de pater, padre, sin el empaque genealógico y el tufo racial de aberri. (Este vocablo se adecua mejor a los adjetivos latinos patritus y, sobre todo, avitus, ancestral, aunque éstos se aplicaron a la hacienda y herencia, más que a la patria.)
¿Cuál es la patria del vasco? ¿Cuál es su nombre? La patria vasca, por supuesto, tenía nombre secular en vasco: Euscal erria. Pero a Sabino Arana ese nombre no le satisfizo, tal vez por tomarlo en sentido geográfico, territorial. Cierto que ese antiguo ‘Tierra de Vascos’ podía perfectamente entenderse como el ‘Pueblo Vasco’; pero Arana era un adamita compulsivo para re-nombrar las cosas como sus cosas –una forma de apropiación, como es bien sabido–. Además, Euscalerría era el témino que usaban los ‘fenicios’, vade retro…
El bueno de Sabino siempre se encontraba con un vascuence real demasiado pobre para expresar la grandeza de sus ideas. Afortunadamente era lengua maravillosa, dotada de virtud autogenerativa en manos de quien, como este demiurgo político, estaba en posesión de su alma. Esta vez el resultado fue Euzkadi.
Si la lengua de por sí generó el vocablo, o si más bien Sabino se lo sacó de la chistera, da igual para el caso. También Euzkadi, para designar al colectivo de los vascos, o pueblo vasco, ha sido objeto de crítica por su impropiedad. Arguyen que el sufijo -adi designa de suyo conjuntos arbóreos, siendo raro para los humanos; y lo que es peor, conjuntos desordenados, como en gizadi, gentío o tropel. Dejemos eso. El mayor reparo sería que el neologismo era totalmente superfluo, y así lo verá mucho después el filólogo Federico Krutwig cuando fundó la ETA.
Pero nuestro hombre era así de suyo, y como inventaba Euzkadi inventaba también euzka(d)itarra –como existía de antiguo bizcaitarra–; no ya como el simple nativo o vecino del país, sino como simpatizante del PNV o afiliado al partido. El doblete correspondiente fue euzkotarra (1897), con el mismo matiz añadido de ‘vasco nacionalista’.
ETA y su entorno político-social siempre han preferido Euskal Herria (en la ortografía actual), y han terminado imponiéndolo en la práctica. En la TV vasca, las chicas del parte meteorológico, en sus meneos y mohínes para anunciar que una borrasca se nos avecina, o que el anticiclón nos visita, no dicen Euskadi, sino Euskal Herria, explicando con unción: «nuestro territorio».
¿Qué se hizo, pues, de Euskadi? Al final de la II República, fue el nombre de la autonomía vasca, y por último el de la citada y golpista República de Euzkadi, en la desbandada final. Tras el franquismo pasó a ser el nombre oficial de la nueva Comunidad Autónoma Vasca. Fue, junto con la ikurriña, otra de las simplezas de la transición, y un gran regalo al nacionalismo y al PNV. Otra victoria póstuma de Sabino Arana en la democracia española recobrada. Una humillación para la ciudadanía no nacionalista o no vasca-vasca, y un objeto de desprecio para el separatismo radical, que no se contenta con menos de los Siete Territorios, y no sólo lo Tres que conforman oficialmente a Euskadi.
Volvamos a Sabino. Con este hallazgo suyo, Euzkadi, ya tenemos todos los términos para componer su lema sacramental y dogmático, tanto como tautológico:
«Euzkotarren aberria Euzkadi da.» La patria de los euzkotarras es Euzkadi.
Esta sentencia, sin ser ni con mucho la más profunda del maestro, es sin duda la más conocida; qué digo, para muchos nacionalistas y no nacionalistas, la única conocida. Es la que, modernizada, figura en el pedestal de la estatua de Arana en los Jardines de Albia, a corta distancia del solar donde nació. Y es la única frase de Sabino, o atribuida a él, que suele citarse en asambleas públicas, como la del Aberri Eguna. Debidamente censurada, cual corresponde, porque hoy a nadie se le ocurre mentar su complemento sabiniano:
«Los euzkotarras para Euzkadi, y Euzkadi para Jaungoikoa (para Dios)».
He dicho que aberri tiene un problema, y no sólo filológico, sino político. Vengamos a la aplicación. Y para facilitar las cosas, admitamos que, en la mente de Arana, su Euzkadi era la patria común de todos los vascos. En tal sentido, aquella Euzkadi ideal del lema no se corresponde con el territorio autonómico y ente político así nombrado hoy, Euskadi, pues quedan otros territorios vascos fuera de éste; y por otra parte, no todos los ciudadanos de Euskadi son euskotarras, pues una gran proporción son oriundos de fuera de «nuestro territorio».
Otro problema con aberri es que, como para la lengua vasca hay euscaldunberris (nuevos usuarios del vascuence), para el solar vasco habría que reconocer la categoría de eusko(tar)berris (vascos de nuevo cuño); y claro está que a éstos no les cuadra para nada este solar como su aberri, no teniendo ancestros de por aquí. Decir en cambio que Euskadi es su patria –en castellano o en vascuence, como patria de nacimiento o de adopción– no tiene ese problema, sólo el equívoco de suponerles abertzales, como ocurre en todo lo sabiniano. Porque patria, incluso como oriundez, es donde uno nace, no su padre ni sus abuelos y antepasados.
Ser o no ser vasco, es el título hamletiano de un libro de Caro Baroja. Para muchos de aquí, la respuesta correcta a si eres o no eres vasco sólo puede ser una: «Depende de quién pregunta». Y ahí es donde entra lo de los apellidos vascos, la oriundez territorial y familiar, y hasta qué generación. Al final, aquí, siempre, la raza.
Bandera – Ikurriña
Todas las demás serían ‘patria’ con ‘bandera’. La patria vasca es la única aberria con ikurrina.
Se conoce al detalle cómo y cuándo los hermanos Arana se plantean el diseño de una bandera para su bachoqui, con especial intervención de Luis, que por haber iniciado estudios de arquitectura tendría mejor mano. Se conserva incluso el boceto original, y la bandera ondeó por vez primera en el balcón principal del Euskeldun Batzokija de Bilbao, esquina Bulevar-Correo, el 14 de julio de 1894, tras una solemne ceremonia religiosa en Begoña para celebrar el primera aniversario de la fundación. (“El día Grande», 1: 651). .
Aquello que debutó como bandera de una sociedad política separatista, mal camuflada de cultural-recreativa, se convirtió en la bandera militante de un partido político: el PNV, como símbolo de contradicción y autoafirmación de una patria vasca natural, frente a la patria artificial que era España para los vascos. De hecho, el fundador la miró como la futura bandera de Euzkadi, estado independiente, tal vez «bajo protectorado de Inglaterra» (sic; por algo se empieza).
Tachado de innovador por su bandera, Sabino se defendió alegando que la nación vizcaína nunca usó tal adminículo. Sí usó en cambio escudo de armas, mucho más expresivo, según él, de los valores emblemáticos (‘Dios y Leyes Viejas’), aunque criticó los lobos señoriales del apellido López de Haro, y por lo demás dió una explicación absolutamente fantástica a las armas y a la orla.
Tuvo sin embargo el desparpajo de instruir a un imaginario catecúmeno diciéndole que la nueva bandera o ikurriña «no es tampoco inventada por nadie [sic], sino expresión exacta del Lema y el Escudo, como verás»,etc. (“La Bandera Bizkaina», en Baserritarra, 1/11 (1897), 11 de julio; 2: 1323-1325). Y el mismo que atribuía poco menos que a inspiración divina aquella primera bicrucífera un tanto esmirriada, con aquella cruces tan estrechas, no tuvo reparo en arremeter contra la bandera nacionalista ‘fenicia’ del maketo Ramón de la Sota. Así lo hizo, en un ‘sainete histórico’ pretendidamente jocoso y satírico, ‘La Bandera Fenicia’ (1: 654-671), con toda la finura que Arana sabía destilar contra quienes no acataban su pontificado.
La ikurriña sabiniana se convirtió muy pronto en símbolo religioso, y no por metáfora. Ikurriña Deuna (Santa Bandera) fue canonizada y tuvo su fiesta el 14 de julio, según el Primer Calendario Vizcaitarra 1898 (2: 1542-1543), De ahí el neo folclore importado, donde los gudaris vascos –que, como magister dixit, jamás usaron bandera– terminaban una danza arrodillados mientras el abanderado la hacía ondear sobre ellos, como el Espíritu Santo meciéndose sobre las aguas. El mismo rito que este domingo se repetía en la Plaza Nueva, al tiempo que entrábamos en Bilbao.
Increíblemente, esa bandera partidista nos la colaron como oficial para la Comunidad Autónoma Vasca, sin consulta popular alguna, con el argumento especioso de que se usó como tal durante el Estatuto Vasco (1936) bajo la II República, silenciando que fue finalmente la bandera de una República de Euzkadi golpista y fantasmal, con lo que debió quedar deslegitimada para siempre dentro de un Estado español. Y más increiblemente aún, la misma bandera se está infiltrando en la Comunidad Navarra, como seña de su identidad vasca. ETA-Batasuna y su cuerpo político-social, que repudia el término Euskadi, con buen sentido práctico ha exaltado en cambio la ikurriña, hasta el punto de hacerla inviable como bandera neutral de una comunidad autónoma vasca española.
Ese logro del PNV, de imponer su enseña particular como la oficial de un territorio, sin renunciar a ella como tal partido, es otra de las anomalías pardillas de la Transición. Y aun suponiendo que fuese legal –ahí ni entro ni salgo, doctores tiene–, da un toque totalitario al régimen vasco, haciendo recordar el caso del estandarte nazi, que Adolfo Hitler diseñó de su mano para su partido, y finalmente lo impuso como bandera de Alemania. Algo parecido había ocurrido en la Unión Soviética y otros países con la bandera del PC. Por todo ello, más otros considerandos, la imposición de la ikurriña no resulta ejemplarizante.
La profusión de ikurriñas en el auto del Aberri Eguna contrastaba con la ausencia de las mismas en los balcones herméticos. Lo mismo por todo Bilbao. En mi barrio sólo lucía visible en un piso, enfrente de otro con la española republicana. Por lo visto, este vecino tenía puesta su colgadura desde el 14 de abril, mereciendo la réplica del otro, nacionalista militante. Todo en perfecto civismo y en uso de la libertad de opción política. Más aventurado es predecir qué ocurriría si, en vez de la republicana, alguien se atreve a colgar una bandera española constitucional. O bien, si hace esto mismo en la Plaza Nueva (plaza pública) durante el mitin del PNV. O en fin, qué excusa tendría si es tan insensato que se atreve a hacerlo en Guernica, o en cualquier lugar de la patria vasca profunda.
Ubi bene, ibi patria: esto es lo más que llegan a entender del Aberri Eguna muchísimos vascos, «los que vivimos y trabajamos aquí», delicioso eufemismo. Estos no ponen en duda la buena intención de los nacionalistas, en sus diferentes obediencias, por mejorarnos a todos las condiciones de vida. Lo que no entienden es por qué esa mejora siempre incluye, como primera entrega –a veces incluso como única entrega–, la imposición de sus señas de identidad, que a buena parte de esos vascos maldito lo que les importan ni la gracia que les hacen. Y se les comprende. El gobierno es un servicio público, que como tal implica sacrificio. Sin embargo, las biografías personales de los políticos jelzales presentes en la tribuna del domingo de Pascua no revelan sacrificio alguno apreciable, más bien lo contrario. Para ellos sí que se cumple a rajatabla, «aquí me va bien, esta es mi patria». No todos los demás vascos pueden decir lo mismo.
Razón de más para tener presente que todo eso de la construcción nacional, de la bandera, de la lengua propia, que para ellos es un estilo y hasta un medio de vida, a los extraños les suena a música celestial, y en definitiva es un modo de perpetuar una casta ‘pata negra’, por encima de los vascos de segunda o tercera clase.
Sabino vivió empeñado en uniformar aquí la vida entera, según sus prejuicios personales, incluidos los religiosos:
«Que todo cuanto vean nuestros ojos, oigan nuestros oídos, hable nuestra boca, escriban nuestras manos, piensen nuestras inteligencias y sientan nuestros corazones, sea vascongado» (‘Regeneración’, El Correo Vasco, 11-06-1899; 3: 1673-74) .
Ahora que el partido se hizo laico y, por así decirlo, ‘fenicio’, no estaría mal que sus políticos con cargo de gobierno imitasen al gran científico Claude Bernard:
«Cuando me dispongo a entrar en el laboratorio, junto con el gabán y el sombrero en la percha, dejo fuera también los conceptos filosóficos, materialismo y espiritualismo, que nada ayudan a mis experimentos».
Bueno sería que los nacionalistas, que dicen gobernar para todos, colgasen en la percha sus ideas y símbolos partidistas, que a mucha gente no le importan nada, no le dicen nada positivo.
Para esas efusiones ya tienen el Dia del Partido. En este Día de la Patria –que encima quieren convertir en el día oficial de la CAV (no se lo aconsejo)–, mucha gente alabará que se centren en lo que a todos interesa como ciudadanos, y otra tanta o más les agradecerá que les ahorren la sobrecarga de su confesionalidad identitaria. Pedirles algún gesto de respeto también a la patria y a la bandera española… ¡tranquilos!, ya se sabe que eso no está al alcance de cualquier generosidad magnánima. ¡Y mira que el vasco es magnánimo y generoso! Pero todo tiene su miga, digo, su muga.
En gesto de buena voluntad, paz y convivencia:
VIVA EUSKADI! ¡GORA ESPAÑA!
BELOSTICALLE BLOG – 21/04/17