ABC 23/09/13
MIQUEL PORTA PERALES
«Hoy, ciento cincuenta años después de la chispa patriótica encendida por la Renaixença –el romanticismo catalán del siglo XIX–, la pedagogía nacionalista sigue ahí. Y lo hace con el mismo objetivo: explicar qué es Cataluña y exponer sus razones »
No se sorprendan ustedes si en la mesa de novedades de cualquier librería catalana encuentran unos cincuenta títulos –todos ellos escritos en lengua catalana y aparecidos en los últimos meses– que hablan del llamado «proceso de transición nacional catalana» y del llamado «derecho a decidir del pueblo de Cataluña». Ya señaló Benedict Anderson –uno de los clásicos en el estudio del nacionalismo– el papel fundamental del libro en la educación o reeducación del sentimiento de pertenencia a una comunidad. En eso están. De eso se trata, de educar o de reeducar al ciudadano en la causa nacional catalana.
Hoy, ciento cincuenta años después de la chispa patriótica encendida por la Renaixença –el romanticismo catalán del siglo XIX–, la pedagogía nacionalista sigue ahí. Y lo hace con el mismo objetivo: explicar qué es Cataluña y exponer sus razones. El detalle: la pedagogía nacionalista de nuestros días –en los libros y en el argumentario político oficial– no se conforma con la apelación y reivindicación de la lengua, el territorio, la historia y la psicología propios –de la autonomía política, también– que hicieron sus antepasados renacentistas. Los pedagogos de nuestro presente brindan el decálogo del buen catalán (nacionalista, por supuesto). Lo que debe saber y hacer el buen catalán. En los libros que ustedes verán en las librerías catalanas –anoten algunos términos y expresiones que aparecen en los títulos de dichos trabajos: «Delenda est Hispania», «a un palmo de la independencia», «el día después de la independencia», «sin España», «basta», «Estado propio», «la trama contra Cataluña», «libres o muertos», «camino sin retorno», «orgullo», «rebelión», «libertad», «autodeterminación», «ser o no ser catalanes», «como Austria o Dinamarca»: así está el patio– encontrará el lector el resumen y compendio de lo que se desarrolla en su interior. El decálogo que a continuación sigue está extraído de esas decenas de libros con especial atención –estamos hablando de pedagogía– a un volumen cuyo título es ¡In-inde-independencia! y cuyo subtítulo reza así: El proceso de Cataluña hacia el estado propio explicado a los niños. El decálogo:
1. Debes saber que Cataluña es una región de España desde hace siglos, pero en el pasado había sido una de las naciones más grandes del mundo y tiene el derecho a serlo de nuevo. Hace trescientos años, por medio de una guerra, se negaron las libertades y los derechos de los catalanes como pueblo.
2. Debes saber que las decisiones que se toman desde España perjudican a los catalanes y ello hace que muchas familias padezcan económicamente, que nuestra lengua intente sobrevivir bajo la amenaza constante de la desaparición, que nuestro gobierno tenga muy limitados los recursos y la capacidad de decisión.
3. Debes saber que llegó la hora de que Cataluña, como señala Elssegadors, vuelva ser rica y plena. La hora de que se libre del dominio del reino de España durante casi tres siglos y que retome un camino estancado por la fuerza de las armas.
4. Debes saber que hay que reclamar algo tan sencillo como el derecho a decidir nuestro futuro y nuestra libertad como nación.
5. Debes saber que en una democracia las decisiones las ha de tomar el pueblo. El pueblo de Cataluña debe decidir libremente su futuro, sin intromisiones, amenazas, chantajes ni boicots. Una de las vías es convocar un referéndum vinculante o una consulta para que los ciudadanos ejerzan el derecho a decidir. Existe la posibilidad de que el Parlament haga una declaración unilateral de independencia como han hecho otros países.
6. Debes saber que somos capaces de todo si nos lo proponemos. La fuerza de la gente del pueblo es imparable; contra su valentía no vale la fuerza de los ejércitos, ni de los cañones ni de los tanques. Cosa que no solo pensamos nosotros, sino también una larga hilera de antepasados que siempre desearon una Cataluña soberana.
7. Debes saber que la soberanía, por sí sola, no nos hará un país más justo, pero es la oportunidad para construir un país nuevo y conseguirlo. Lo que queda claro es que tendremos un gobierno más próximo y mejor conocedor de nuestra realidad y nuestras necesidades.
8. Debes saber que la independencia no es complicada. Por suerte, se parece más a los sentimientos de los niños que a los de los adultos; no hay maldad, ni mentiras, ni odio ni manipulaciones que valgan. La independencia parte del amor a la tierra, a unas tradiciones, a una historia, a una cultura y a unas personas. La independencia no nace para ir en contra de nada ni de nadie, como muchos quieren hacer creer, sino para ir a favor de nosotros, de la libertad, de nuestra tierra y nuestra gente. Es un compromiso al que no podemos renunciar;
9. Debes saber que cuando seamos independientes pagaremos los mismos impuestos que ahora, pero el dinero revertirá directamente en nuestro entorno: carreteras, hospitales, escuelas, bosques y todas aquellas infraestructuras y servicios que necesitan los ciudadanos y el país para poder disponer de unas mejores condiciones de vida. Conduciremos el presente y el futuro y seremos responsables de nuestras propias decisiones.
10. Debes saber que el país te necesita. Todas las naciones están legitimadas para autogobernarse. En su casa cada uno ha de decidir lo que crea más conveniente. Así de sencillo.
Finalmente, el profesor convence al alumno: «A medida que escuchaba las sabias palabras de mi abuelo, una suerte de ilusión se iba apoderando de mí. El grito de independencia me caía mucho más simpático que hacía un rato e, incluso, me habría gustado contribuir a conseguirla. Al fin y al cabo, resultaba claro que era una cosa buena que no pretendía ir contra nada ni nadie, sino sencillamente ofrecer una oportunidad al pueblo catalán para gobernarse a sí mismo y construir un nuevo estado en donde todas las familias tuvieran cabida», concluye el nieto coprotagonista de ¡In-inde-independencia!
El decálogo –tergiversación de la historia, cultura de la queja, la Cataluña bondadosa frente a la España maliciosa, populismo, concepción errónea de la democracia, redentorismo, angelismo: en definitiva, el síndrome de la «nación elegida» y de la «víctima inocente», diría John Elliott– muestra que el discurso nacionalista contiene:
1) Una técnica de la persuasión que busca convencer, conmover e instruir a la manera de la retórica clásica que comprende exordio, narración, argumentación y epílogo.
2) Una propuesta moral que prescribe lo que es bueno hacer. 3) Una pragmática lingüística que atribuye significado y busca el monopolio de la palabra.
El decálogo del buen catalán –el discurso nacionalista, si quieren– brinda un ejemplo del modelo conductista de estímulo-respuesta aplicado a la política. El estímulo lingüístico –identificación, caracterización y apreciación de la víctima y el verdugo– está diseñado para provocar una determinada respuesta extralingüística: el apoyo al proceso independentista o, en su defecto, al «derecho a decidir». La palabra deviene un elemento activo que configura y conforma –a la carta– la realidad y la conciencia. La uniformización del pensamiento está servida.