IÑAKI EZKERRA-EL CORREO

  • El populismo ha convertido a Gran Bretaña en una isla expuesta a los aguaceros

La dimisión de Liz Truss a los 44 días de llegar al poder es un simple síntoma de la crisis que vive no ya el Partido Conservador, sino la misma Gran Bretaña desde que se dejó arrastrar por las mentiras del populismo al fraudulento camino del Brexit. Y es que ese camino se basaba en una trola -«fuera de la UE viviremos mejor»- que desmienten los hechos: cuatro primeros ministros en seis años y una soledad que, unida a la pandemia y a la guerra de Putin, les ha incrementado el coste de la vida a los ingleses.

Los ha convertido en una isla aislada y expuesta a todo tipo de aguaceros sin paraguas. Sin el paraguas de la mano de obra inmigrante ni el de las políticas proteccionistas del BCE; sin el paraguas de las ayudas económicas de Bruselas para paliar los efectos del covid y el encarecimiento de los combustibles; sin el paraguas de los fondos de resiliencia ni del mercado único que facilitaba las importaciones y las exportaciones.

En esa fatal deriva -que inauguró David Cameron jugando a la ruleta rusa con el referéndum escocés y luego con el del Brexit por si el anterior le hubiera sabido a poco- la solución que ahora se baraja -resucitar a Boris Johnson- sólo indica que los ‘tories’, lejos de enfrentarse a una básica autocrítica, siguen dando unos palos de ciego que el electorado parece haber percibido por el trágico descenso de votos que les auguran los sondeos. Y es que una cosa es el electorado, que puede castigar una política errónea o errática, y otra son las bases, que tienden a cerrar filas en torno al líder errado o errante. Las primarias son un arma de desesperados que la carga el diablo y que produce inesperadas resurrecciones políticas de las que en nuestro país ya tenemos alguna experiencia dramática. Uno es que se imagina a Boris Johnson firmando ejemplares de un manual resiliente que a los españoles nos sonaría de algo.

Ni la chapuza exprés de Liz Truss en la economía británica se arregla volviendo al gran chapucero del reino, ni al populismo se lo combate con populismo. A uno este caso le recuerda al de un amigo que, para curarse de los disgustos que le daba una novia díscola, se volvió a echar en brazos de otra anterior con la que había roto por el mismo motivo. Yo creo que su problema residía en su incapacidad para asumir que la vida no es justa y que la realidad podía llegar al sadismo de no ofrecerle, en un determinado momento, más que opciones igualmente catastróficas. No entendía que, a veces, entre dos malas alternativas es mejor no elegir ninguna. Cada vez me convenzo más de que el mal de mi amigo con sus parejas es universal. El panorama político de hoy no ya en Gran Bretaña, sino en toda Europa, es un claro ejemplo.