Democracia malversada

IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Las democracias fracasan cuando sus leyes se convierten en la expresión arbitraria de una autoridad desviada

Legislar para favorecer a personas concretas es una aberración jurídica y uno de los peores abusos que se pueden cometer en política. No el único: aún es más nocivo el sometimiento de los jueces al correlato directo de la mayoría. De hecho, esta última medida, clásica de los modelos populistas, es unánimemente considerada como el principal indicador de deterioro de la calidad democrática. Las dos juntas dibujan el siniestro panorama de un sistema corrompido por el ejercicio de una autoridad arbitraria, una estructura institucional degradada donde los controles y garantías constitucionales se vuelven una farsa. Como en Turquía, Rusia, Marruecos o ciertas repúblicas sudamericanas (Venezuela, sí, ¿qué pasa? Es difícil no parecerse a ella cuando se imitan sus prácticas). Como en cualquier nación donde gobernantes elegidos en las urnas malversan –ésa es la palabra exacta– su legitimidad al convertir las leyes en la expresión de una voluntad personal desviada.

Ése es el paradigma hacia el que se ha ido deslizando el sanchismo. Poco a poco pero sin parar, de un modo cada vez más nítido, los poderes del Estado van quedando subsumidos en el designio bonapartista del jefe del Ejecutivo. Un dirigente sin pudor para ocupar tribunales, comisiones independientes y organismos públicos de todo tipo con personas no ya de su confianza sino a su más estricto servicio, y que reacciona a todo impedimento legal ordenando inmediatos cambios normativos. Si sus socios han sido condenados por sedición o malversación, se redefine el delito; si los representantes judiciales emiten veredictos inconvenientes o se resisten a dejar su sitio, se modifican a capricho los requisitos establecidos para elegirlos. He aquí el instinto autocrático en su sentido más rudimentario, más primitivo: mandar para beneficiarte a ti mismo a tus amigos. Con el agravante de que éstos son delincuentes convictos.

Todos esos libros recientes que advierten de la crisis del constitucionalismo liberal, de su progresivo menoscabo, describen entre los más destacados episodios del fenómeno la tendencia a legislar a plumazos. Es dentro del sistema donde se fragua su fracaso: políticos ventajistas, microgolpismo camuflado, discursos polarizadores, ciudadanos voluntariamente desinformados proclives a dejarse embaucar con señuelos falsos y, sobre todo, una mentalidad colectiva de rasgos agalbanados que ha perdido la conciencia de la ley como dique ante las extralimitaciones del liderazgo. Quincey ironizó sobre la banalidad del mal diciendo que se empieza por cometer un crimen y se acaba por faltar a misa de precepto o por no ceder el paso a las damas. Sánchez lo hizo al revés: comenzó plagiando una tesis y al ver que casi nadie le daba importancia ha seguido normalizando el fraude hasta perpetrar la falsificación de la democracia.