EL ECONOMISTA 8/06/13
NICOLÁS REDONDO TERREROS
Dependen de su significado, de quienes las utilizan y de dónde se pronuncian
«Quién domina la jerga no necesita decir lo que piensa, ni siquiera pensarlo rectamente, de esto le exonera la jerga que, al mismo tiempo, desvaloriza el pensamiento». Nos plantea Adorno en esta reflexión el valor que tienen las palabras, que pueden servir para que los interlocutores se entiendan, pero también para ejercer el poder, para imponer unas ideas o los deseos de unos sobre el resto.
La historia nos muestra ejemplos extremos en los que las palabras sirven para complementar el poder autoritario sobre toda una sociedad. En los campos de concentración nazi se leía: «el trabajo os hará libres», provocando involuntariamente una macabra paradoja, la infinita distancia entre el letrero que anunciaba la entrada «al infierno» y lo que verdaderamente sucedía en el interior.
Tal vez después de la II Guerra Mundial, con la comprobación de las atrocidades de las que somos capaces los seres humanos, corroborado con la política de exterminio del régimen comunista soviético, fue cuando las palabras estuvieron más cerca de perder todo su sentido. Pero inmediatamente volvieron a recobrar su vigor, toda su utilidad en la vida pública para cimentar uno de los periodos más prósperos, justos y libres de la Europa Occidental. Evolución que me lleva a pensar que las palabras dependen tanto de su significado como de quienes las utilizan y el ámbito en el se pronuncian.
¿Mismas palabras para significados tan diferentes?
El discurso adquirió toda su dignidad al servicio de la reconstrucción europea y las grandes palabras, las utilizadas en el espacio público, recuperaron toda su elasticidad plástica. Los padres de la nueva Europa pudieron hacer el relato de la reconstrucción y con su coherencia política volvieron a tener significado las palabras, significado que adquirieron plenamente cuando todos nos pudimos considerar hombres libres e iguales ante la ley, desterrando los espacios de arbitrariedad que permiten dar a las palabras el sentido que desea el que ostenta el poder, como nos recuerda Humpty Dumpty en Alicia en el País de las Maravillas:
«-Cuando yo uso una palabra -insistió Humpty Dumpty- quiere decir lo que yo quiero que diga… ni más ni menos…
-La cuestión -insistió Alicia- es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
-La cuestión -zanjó Humpty Dumpty- es saber quién manda… eso es todo».
La crisis en España, de naturaleza poliédrica, amenaza con desvirtuar poco a poco, sin darnos cuenta, el significado de las palabras. Pero lo que demuestra esta negativa evolución no es una enfermedad de las palabras, de lo que significan o de lo que pueden representar, sino un descrédito de quienes las emplean. La búsqueda de eufemismos, la grandilocuencia, la falta de coherencia que provoca la incapacidad manifiesta de quienes están obligados por su responsabilidad a combatirla, si no es con el inmenso sacrificio de los menos favorecidos, ha devaluado la confianza depositada en ellos.
Pero esta reflexión no afecta exclusivamente a los dirigentes políticos, también se deben sentir concernidos unos medios de comunicación que se desenvuelven entre el populismo y el presentismo más radical por causa de la crisis económica, de un sectarismo simplificador y de un miedo irreflexivo a la estantigua de los nuevos medios de inter-comunicación, por otra parte instantáneos, nacidos al calor de Internet. No se han dado cuenta que al papel le queda la profundización en las cuestiones de actualidad, en vez de la liviandad de lo inmediato, el análisis en vez de la descripción, la objetividad en sustitución de la subjetividad que impone la interpretación de la automático, que no es óbice para el compromiso y la defensa de las ideas.
Pero con el tiempo volveremos a encontrarnos con el esplendor de las ideas y de las palabras que las expresan y tal vez con otra generación de hombres públicos -y no me refiero solo a un salto en el tiempo- que nazca en esta época tan confusa. Hubo un tiempo que desde la propia sociedad se dio crédito a las palabras, a las ideas, a los discursos y la irrupción de lo nacido en el seno de ésta arrumbó con las viejas costras de cuarenta años de dictadura. Nuevos modos, nuevas expresiones y discursos que eran tan familiares en la realidad como desconocidos por la clase oficial trajeron nuevos tiempos, nuevas caras y nuevos desafíos… Hace de eso ya más de treinta años. Tal vez tengamos la oportunidad algún día de volver a vivir aquel vivificante y embriagador ambiente.
Nicolás Redondo Terreros, presidente de la Fundación para la Libertad.