FABIÁN LAESPADA-EL CORREO

  • Muchos también pedimos el respeto a los derechos de los presos, pero seguimos distinguiendo perfectamente a las víctimas de la violencia etarra de sus asesinos

Sigo pensando que las y los vascos padecemos el riesgo de cometer un grave error si no dedicamos tiempo, energías y voluntades a contar y relatar nuestra historia reciente y, de esa manera, poder llegar a la conclusión de que la violencia solo nos trajo pérdida de vidas, dolor y trincheras humanas. Que matar siempre fue malo, que la violencia se llevó por delante más de mil vidas y que, a modo de lección aprendida, nada de ello puede volver a suceder. Habrá que apuntar responsabilidades, autorías y culpas, por supuesto. Pero lo que hay que evitar a toda costa es amontonar los daños padecidos, rebuscar entre los sufrimientos varios y equipararlos al asesinato, que es la máxima violación de derechos, que no tiene reparación ni vuelta atrás ni nada que lo compense, además de destrozar el calor y sustento de una familia.

Veo en la sociedad vasca una suerte de indolencia y pasotismo acerca del tema de la violencia; igualmente, percibo una nítida indulgencia hacia los perpetradores de graves delitos cuando observo las adhesiones a la manifestación anual en favor de los derechos de los presos convocada por Sare. En ese contexto, parece difícil ponerse de pie y decir públicamente ‘no, yo no voy’; no por negar a los presos de ETA sus derechos, no, sino por todo lo que rodea a esa violencia ejercida por un grupo terrorista con un apoyo social innegable. Pero yo no formo parte de ese grupo que legitima el uso de la violencia, yo no formo parte de quienes interpretan que pegar un tiro en la nuca a alguien supone liberarnos de un país invasor.

Los convocantes proclaman los derechos de los presos de ETA, sí, pero no mencionan nada de los derechos fundamentales de sus víctimas, conculcados y pisoteados por esos mismos presos, sin un mínimo de arrepentimiento o actitud crítica. Eso me diferencia de los convocantes y de la gran mayoría de participantes, que muchos también pedimos el respeto de los derechos de los presos, pero seguimos distinguiendo perfectamente a las víctimas de la violencia etarra -siempre inocentes- de sus asesinos. Y en las calles de Bilbao se oía ‘amnistia osoa’.

Pero un preso puede afrontar el pasado de otra manera: mirar atrás y reconocer que fue un error matar. Es el principio de un camino acertado y resocializador. Hay quienes han hecho ese viaje y se han topado con la cruda realidad provocada por sus acciones. Caerse del guindo violento es entrar en la dimensión del respeto a las personas y de confrontar con la voz y la letra, no con las balas y la imposición. Lo hicieron los de la Vía Nanclares y no obtuvieron más beneficio penitenciario que revolucionar su propia cabeza e instalarse de nuevo en la sociedad con una actitud constructiva y con una mirada digna hacia sus víctimas. Pero este itinerario tan positivo siempre ha sido rechazado por el núcleo duro de los presos de ETA y, por ende y obediencia, el resto de presos oficiales del colectivo EPPK, que no entiende de cuestionamientos y dudas.

Es, en fin, imposible apoyar una manifestación en la que, de salida, sus apoyos denominan a los delincuentes como presos políticos; difícil de sustentar la teoría de que son presos de conciencia, detenidos y condenados por pensar, escribir o emitir sus opiniones políticas. De la misma manera, difícil de apoyar una manifestación cuyo lema es ‘somos el camino a casa, a la convivencia, a la paz’, dejando a las claras que la convivencia y la paz caminan de la mano de la impunidad y del olvido de crímenes del pasado; es decir, nada de tocar asuntos de ayer. Tira para adelante sin mirar atrás. Ya ocurrió en la Transición y ahora lamentamos las impunidades y olvidos de muchos. De hecho, la Justicia debe prevalecer, y quedan demasiados delitos sin aclarar, más de 300 víctimas sin reparar, sin conocer cómo fue lo que les sucedió y de todo eso saben bastante los homenajeados del sábado pasado.

Una cuestión que, creo, no es precisamente baladí: el apoyo sindical a la convocatoria resulta, cuando menos, extraño, por mucho que en este país se promueva la transversalidad. Es lamentable que un sindicato como ELA hable de ir «abriendo las cárceles a las presas/os políticos», asimilando como propio el trampantojo lingüístico y semántico de la izquierda abertzale. Más grave todavía, el apoyo mostrado abierta y gráficamente por un número importante de ikastolas, lo cual refuerza, tristemente, las hipótesis de no pocos tertulianos y periodistas que buscan confrontación de brocha gorda; pero es evidente que, si desde espacios de la educación reglada se envían mensajes de ‘presoak etxera’, la conclusión sea que en esos lugares se está manipulando a la chavalería. Grave.

Para acabar, ¿se puede invocar la convivencia y la paz y, a la vez, rendir un homenaje social y público a un ex preso cuyo recorrido vital ha sido militar en una organización con más de 850 muertes a sus espaldas? Si esa persona mató en la calle a alguno de los nuestros, ¿no le debemos exigir que repare en la calle también el mal causado mostrando una actitud diametralmente opuesta a la mantenida entonces? Que yo sepa, la reinserción va de eso.