Jon Juaristi-ABC
- Lo del fin del orden internacional de signo democrático-liberal es pura superchería. Nunca existió ese orden
Tópico al uso que arrasando invade los perezosos predios de los medios: lo de que el orden mundial surgido en 1989 de la Guerra Fría, o sea, el orden liberal bajo la hegemonía de los EE.UU, está definitivamente muerto y de que, en su lugar, emerge un nuevo desorden multipolar que enfrenta a Estados de tradición liberal, más o menos corroídos por los populismos, con otros de corte autoritario o iliberal, a remolque aquellos del bloque atlantista y del contubernio chino-ruso estos últimos. Ante esta supuesta evidencia, unos ríen y otros lloran y otros se mueren de pena, como rezaba el romance de los quintos que partían a la batalla, pero todos, jubilosos, descontentos o indiferentes, repiten la misma murga.
Según el tópico, la actual crisis desmiente aquella parida de Fukuyama acerca del fin de la Historia gracias a la victoria incontestable de Occidente y de las lógicas combinadas del capitalismo y de la democracia liberal sobre el totalitarismo comunista. Sin embargo, los que ya íbamos para antiguos cuando Fukuyama publicó su famoso ensayo, no nos lo creímos. Somos de una generación de jóvenes izquierdistas devenidos viejos conservadores (no todos: algunos se han ido a la tumba como Alain Krivine, el difunto más reciente de esta minoría, creyendo que la Verdadera Revolución -el Mesías profetizado por Marx- está aún por llegar).
Los del 68 que no fuimos a París, sin embargo, recordábamos una frase escrita en aquel entonces por Manuel Vázquez Montalbán, poeta orgánico del hoy desaparecido PSUC: «Cayó la Bomba y se instauró el Sistema». Vázquez no era trosquista, como Krivine. No era un marxista mesiánico, sino un eurocomunista cínico. La proliferación nuclear tras la Segunda Guerra Mundial condenaba toda victoria en la Guerra Fría a ser fatalmente efímera. Por definición, la Guerra Fría evitaba el enfrentamiento militar directo entre las dos grandes potencias y reducía la actividad bélica de estas a tres ámbitos: la disuasión mediante la amenaza de destrucción mutua asegurada, la intervención directa o indirecta en guerras civiles de la periferia poscolonial y las infiltraciones de sus respectivos servicios secretos en el campo enemigo. Pero esto significaba que cualquier teórica ‘victoria final’ sería fruto de una negociación diplomática sin invasión ni ocupación, lo que dejaría intacto el arsenal nuclear del vencido. Por tanto, no desembocaría en el final del conflicto, sino en su congelación. Se habla mucho ahora de ‘conflictos congelados’ a propósito de Georgia, de Transnistria o de la propia Ucrania, pero el principal conflicto congelado ha sido, desde 1989, el de Estados Unidos con Rusia. Acaba de descongelarse y ha entrado en una fase hasta hoy diferida de la Guerra Fría que comenzó en 1945. Con la novedad de la reconstrucción de la alianza chino-rusa que se rompió hace sesenta años. Por eso China exige de EE.UU. que le entregue Taiwan ahora mismo.