Kepa Aulestia-El Correo
La sequía y Doñana. La presencia de condenados por terrorismo en las listas de EH Bildu. La compra y venta de votos en Melilla y en algunas localidades pequeñas. El vídeo anónimo sobre la supuesta vida inmobiliaria de Oscar Matute referida después por Andoni Ortuzar. La sucesión de DANAs inundando comarcas enteras, a favor del negacionismo. Era inimaginable que la liza electoral del 28-M fuese a acabar así.
Los imprevistos afectarían sobre todo a las expectativas del PSOE. Una campaña basada en la potestad del presidente del Gobierno para adoptar medidas, frente a las promesas remotas de Núñez Feijóo, se ha visto descuadernada. Primero por el impacto que la denuncia de las listas de la izquierda abertzale podría tener en el resto de España. Luego por compras de votos protagonizadas por candidatos socialistas o, en Melilla, por sus aliados. Solo hay un dato positivo electoralmente hablando. Si en tales circunstancias el PSOE de Sánchez se queda como está en los ayuntamientos y en las doce comunidades que mañana renuevan sus asambleas, la resiliencia demostrada será muy difícil de batir en las generales de diciembre.
Los candidatos del PP han necesitado presentar el voto a su favor como la mejor garantía para acabar con el sanchismo, requiriendo para ello la presencia de su líder nacional Núñez Feijóo. Menos Díaz Ayuso, que se vale sola para eso y más. Pero aunque el sesgo radical que la presidenta madrileña ha dado a su campaña permita adivinar intenciones para el supuesto de que el presidente de su partido no logre serlo del país dentro de seis meses, convendría fijarse también en las señales que emiten los responsables territoriales del socialismo. Quienes no han podido o no han querido prescindir de la visita electoral de Pedro Sánchez a sus respectivos dominios seguirán en vilo hasta mañana a la noche. Pensando en si tendrán que cargar sobre el sanchismo las penas de un mal resultado, o deberán agradecer al presidente quedar a flote tras una contienda en la que Sánchez ha despachado los contratiempos acusando a la derecha de tratar de hundir el voto libre en el «barro».
El relato de Andoni Ortuzar sobre la supuesta vida inmobiliaria de Oscar Matute, narrada en un vídeo anónimo, ha sido el sorprendente pico al que ha llegado la liza entre el PNV y EH Bildu. Cumbre que deja en nada dos indicaciones del lehendakari Urkullu. Que los cuarenta candidatos condenados por terrorismo no eran un descuido sino una decisión de la izquierda abertzale. Y que ésta tiende a validarse secundando la política centralista de Madrid a costa del autogobierno vasco. Desde 1977, el panorama electoral en Euskadi solo ha experimentado tres cambios a destacar. El derivado de la división del PNV en 1986, la irrupción de Podemos hasta convertirse en el primer partido vasco entre 2015 y 2016, y el retraimiento del voto no nacionalista en 2020. Vueltas las aguas a la inercia patria, Sabin Etxea no tiene motivos para preocuparse de la izquierda abertzale en lo inmediato. Claro que el bizkaitarrismo puede comenzar a revolverse si EH Bildu iguala al PNV en Gipuzkoa, se consolida como aspirante a la alcaldía de Vitoria, y llega a ponerse a la par del PSN en Navarra.