José Alejandro Vara-Vozpópuli
  • Moncloa afina su artillería para demoler el ‘efecto Feijóo’ antes del supermayo. Se escrutan puntos débiles, se distribuyen argumentarios, se adiestra a las cacatúas. He aquí el decálogo del sanchismo contra el líder gallego

Si la hipótesis de Dios obra satisfactoriamente en el más amplio sentido de la palabra, es verdadera. Si la hipótesis vertida este lunes en el editorial de El país es correcta, Feijóo no tiene oportunidad alguna de acceder a la Moncloa como presidente. «Señuelo resultón», califica el plan económico del líder del PP, centrado por ahora en ahorro y reducción de gastos. Un aspirante de cartón piedra, viene a decir. Mejor, que ni lo intente. El PSOE, claro, se suma a la embestida de su periódico insignia. Hay que dinamitar a Feijóo antes del vendaval de mayo. He aquí los diez poderosos argumentos que, a modo de irrebatibles razones, se escucharán con insistencia los próximos meses. En ello están.

1.- ‘Efecto’ efímero. El llamado ‘efecto Feijóo’ se ha evaporado. Lo cantan los sondeos. Siete meses después del relevo en Génova, el estirón demoscópico se ha frenado. Ya no rula. «La ilusión ha durado menos que la de Xavi en el Barça», corean los sabiondos. Ha decepcionado a mucha gente y se le ven las costuras. «Es peor que Casado», cacarean los papagayos del Gobierno, en un tirabuzón dialéctico en el que, muchos se dejan el pescuezo. O sea, que duró lo que duró. «El amor es eterno mientras dura», cantaría Vinicius (el de Moraes)

2.- Carece de proyecto. «Utiliza bulos y está huérfano de propuestas». Distribuye por los foros un tocho de decenas de páginas que no es más que ‘un catálogo’ de medidas absurdas o que ya están en vigor. Sánchez se lo reprocha con insistencia: «No se sabe lo que piensa porque a lo mejor no piensa nada». Poco dice sobre si está de acuerdo con indexar las pensiones, si topar el gas, si subir el salario mínimo, ¿de dónde va a recortar…? Defiende la bajada de impuestos como la primera ministra británica, y así le ha ido. Es la actitud de «un cenizo, un malaje» que espera que todo se hunda para saltar él sobre el sillón. Política de rapiña.

«Usted que me puede dar lecciones con su larga experieeeeencia, triplicó la deuda de Galicia», se burlaba desde el atril senatorial. Aseveración que, chequeadas las cuentas, se demostró falsa.

3.- Es un pipiolo sin experiencia. Gestionar Galicia no es gobernar España. Improvisa, protagoniza estruendosos patinazos, hace el ridículo, es un pipiolo, inseguro, despistado, a veces, ausente. «Es un insolvente que ni siquiera tiene el descaro de no parecerlo». El presidente del Gobierno gusta de bromear sobre el currículum como gestor de su rival. «Usted que me puede dar lecciones con su larga experieeeeencia, triplicó la deuda de Galicia», se burlaba desde el atril senatorial. Aseveración que, chequeadas las cuentas, se demostró falsa. ¿Cuándo dijo Sánchez una verdad? El traje de aspirante a presidente del Gobierno ‘le viene grande’.

4.- ¿Y el equipo? ¿Dónde está ese ‘gobierno en la sombra’? Carece de equipo, de técnicos, de infraestructura. «No se fía de nadie». Se ha traído de Galicia a su núcleo duro de toda la vida, a sus fieles leales y le ha rapiñado a Juanma Moreno a sus piezas clave, Juan Bravo y Elías Bendodo, convertidos ahora en el eje de la sala de máquinas de Génova. También ha reclutado a Antonio Zapatero, el mago de la Sanidad del Gobierno de Madrid, el ‘cerebro’ de Ayuso en la operación pandemia, admirada e imitada en medio mundo. Por carecer, ni siquiera tiene un ‘Gabinete en la sombra’, esa alineación de los imprescindibles que deberían ya irse preparando por si se produce adelanto electoral y toca hacerse cargo del Ejecutivo. Son cuatro y el cabo.

5.- Mal orador, peor parlamentario. No Castelar. Ni siquiera buen parlamentario. En la Cámara gallega funcionaba mejor pero al aterrizar en el Senado ha mostrado escasa habilidad con la oratoria. Cierto que el formato le perjudica. Poco tiempo para exponer, lo que le fuerza al error y los acelerones. No es mitinero, ni enciende a las masas, apuntan sus fieles. Como apuntaba Stendhal, «detesta el énfasis, primo hermano de la hipocresía. Transmite, eso sí, credibilidad y confianza. En Ferraz le llaman ‘el gallego soso’ para diferenciarlo del irónico gracejo de Rajoy, más suelto en el Hemiciclo. Como su predecesor, también expide curiosas frases, algo disparatadas: «Para estar en Cataluña hay que venir a Cataluña. Y para estar en Cataluña hay que escuchar los problemas prioritarios de los catalanes» ¿Disculpe? La suerte le acompaña porque a Sánchez tampoco le ha llamado Dios por el sendero de la brillantez dialéctica. Es lo que hay. El nivel de las actuales Cortes recuerda al de la Primera República con Pi Margall, que el pueblo las bautizó como «el Tren de tercera», por la escasa enjundia de si pasaje.

6.- Dos agujeros negros. No sabe qué hacer con el País Vasco ni con CataluñaRajoy aseveraba, en privado, que ‘esas plazas están perdidas’. Casado no acertó. Feijóo intenta una aproximación de maneras suaves, entre la perífrasis y el merengue. El ‘catalanismo constitucionalista’ es una de ellas. Un oxímoron ya desechado por la reciente historia. No hay nacionalismo moderado. O ‘el bilingüismo cordial’, harto ingenioso aunque ambiguo y zalamero. Está en trance de celebrar los congresos de regionales de ambas plazas. Quizás se adivine un camino, una línea de actuación.

7.- Un perfecto ‘don nadie’. ¿Quién lo conoce en Europa? Feijóo es un don nadie en las cancillerías, es un desconocido en las instancias europeas, no tiene contactos, ni socios, menos aún colegas o partenaires«Un cateto a babor y estribor», según lo define un asesor monclovita. Sánchez se pasea lustroso y relamido por los escenarios de la UE con notable desparpajo. Génova organiza, a toda prisa, una agenda internacional. Acaba de visitar en Bruselas a Ursula Von der Leyen, de su misma cuerda ideológica, con escasos resultados. Ni siquiera mediáticos. Ahora le preparan una gira por Iberoamérica. Mucho voto gallego por allí disperso.

Su liderazgo se percibe incuestionable, al menos hasta que llegue la hora de la verdad. Esto es, las elecciones generales. Caso de no lograr una victoria, deberá irse.

8.-Un liderazgo con pinzas. En el PP, luego del trastazo con el experimento Casado, se le respeta. Más bien, el partido lo acogió como la última Coca Cola del desierto. Su liderazgo se percibe incuestionable, al menos hasta que llegue la hora de la verdad. Esto es, las elecciones generales. Caso de no lograr una victoria, deberá irse. No tendrá una segunda bala. Emergerá entonces el sordo tironeo que se detecta en las aguas profundas de la derecha. ¿Juanma o Ayuso? Le reprochan al gallego que no ha sido capaz de domeñar a la lideresa madrileña. Tan sólo la ha apaciguado. Ya es bastante. Hay sensación de unidad. Ni una palabra más alta que otra. Ni disputas ni griterío. Por ahora, con eso basta.

9.- La batalla cultural, ya si eso… No hay narices. Feijóo huye de la llamada ‘batalla cultural’, ese catálogo de eslóganes y farsas que la izquierda, incapacitada para la gestión, maneja con persistente habilidad . El presidente del PP, como el Bartlerby de Melville, prefiere no hacerlo, no entrar en ello. Es un territorio inhóspito, en el que no se siente cómodo, le suena a cantinela de las guerrilleras madrileñas, Aguirre, Ayuso, Botella… no es lo suyo. Ley Trans, feminismo, ecología, memoria histórica, Valle de los Caídos, eutanasia… que no le busquen en esos sembrados. Opta por terrenos con menos riesgos y electoralmente más rentables. Como Mariano, ese espacio se lo regala a Vox. Lo suyo es el centrismo.

10. No habla inglés. Un columnista pijoprogre catalán se lo reprochaba hace días. Argumento definitivo, qué duda cabe. ¿Dónde va usted sin saber inglés, buen hombre?

Estrambote.- Bastan luego tan sólo diez minutos de convivencia con el sanchismo (sedición, impuestazos, Bildu, ERC, Txapote, los precios, la permanente mentira, el asalto a las instituciones, el atraco a la Justicia…) para que el deseo de cambio y el ansia de un entorno en libertad se lleve por delante este tedioso entramado de la factoría de la propaganda de Monclovia que, con ilusorio entusiasmo, pretende acabar con el gallego que ya llega.