Dios, el gran logístico

ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 17/11/15

· Como de costumbre las noticias después del crimen vienen saturadas de «autores intelectuales», «perfecta coordinación», «compleja logística», «envergadura estratégica» y otros sintagmas que prestigian el acto terrorista. Por no hablar de las alusiones al uso de la tecnología, es decir, al Whatsapp. Es difícil encontrar una explicación de la conducta de tantos analistas, como no sea la de justificar su sueldo. Cuando se examinan los hechos conocidos, la última matanza de París resulta especialmente refractaria a todo el engolamiento habitual.

En la matanza participaron ocho terroristas. Siete están muertos y uno ha huido. Es interesante saber que cuatro de ellos murieron cuando hicieron explotar las bombas que llevaban adosadas, sin causar más víctimas. Como es natural ignoro las razones de este fracaso notable. Puede que responda a lo que Clausewitz llamó «la fricción de guerra», esa resistencia de la realidad a comportarse según lo planificado. También pasa en la paz. El suicida criminal tiene muchas posibilidades de no cumplir su misión. Al fin y al cabo va a matarse y es probable que la intensidad de esta percepción, el morir, nuble el objetivo de matar. Por contraste, el francotirador que va descabezando enemigos solo tiene una preocupación.

La única logística que merece atención en este asunto se desarrolla muy atrás del día final. Es la que convence a un hombre de que debe matarse para así poder asesinar con devastadora eficacia. Esta posibilidad se basa, primero, en una evidencia técnica. El suicida asesino es el resultado de la pólvora prensada. Su historia es moderna porque los cuchillos y lanzas dan suicidios poco rentables criminalmente. En segundo lugar, se basa en una empresa moral: el convencimiento de que la muerte es más valiosa que la vida, tal vez la idea más maligna de la humanidad.

André Glucksmann ha muerto sin demostrar que el terrorismo islamista fuera un nihilismo. Cuando a lo que más se asemeja es a un contrato entre la vida arrebatada y el más allá. Los analistas harían bien en abandonar sus parodias estratégicas y concentrarse en lo esencial: cómo se consigue hacer de un hombre una bomba. Porque una vez logrado eso sus paseos siniestros por las ciudades confiadas al placer del mundo no tienen mayor interés ni dificultad ni mérito.