Dirigentes en el alambre

TEODORO LEÓN GROSS-EL PAÍS

La política tiende a la inmediatez desconectada del tiempo. Pero el pasado siempre regresa

La aceleración del tiempo en política —su última víctima es Casado— ha llegado a ser insoportablemente tempestiva. Los anglosajones suelen citar a Sir Harold Nicolson, al que se recuerda injustamente como marido de Vita Sackville-West y jardinero de Sissinghurst: “¡Una semana es mucho tiempo en política!”. A estas alturas esa es una frase muy viejuna: ahora una semana es una eternidad. Hace siete días se hablaba de la fusión Bancaixa, no de Kitchen, y desde entonces se ha estrellado la aritmética del poder con los remanentes municipales. Esa aceleración del tiempo en política disuade de cualquier estrategia de largo recorrido. Todo es regate corto. Hasta que a la política se le cruza el tiempo largo de la ciencia, como les sucede con las vacunas, o de la justicia, que tiende a cojear despacio pero al final llega, como advertía el aforismo de la vieja Roma, y descompone los esquemas. Eso le ha sucedido a Casado: “¡Yo solo era un diputado por Ávila!”, se resiste. Pero el pasado siempre vuelve. Casado acaba de toparse consigo mismo como meritorio de Génova, como a Iglesias le persigue aquel tipo con camisas de Alcampo que nunca se iría del barrio.

El tiempo anómalamente vertiginoso de la política provoca un colapso cuando el pasado irrumpe en el presente. Sobre todo cuando estalla una bomba de espoleta retardada que quedó ahí, como a veces estallan obuses de las viejas guerras del siglo XX. Casado quiere pensar que él es un nuevo PP, sin entender que es el PP. Sánchez nunca supo cómo responder a Rivera cuando le preguntaba insistentemente si iba a dimitir por los ERE, después de su moción a moción a Rajoy por escándalos del aznarismo. Rajoy trató de desconectarse de Aznar, y Zapatero del lado oscuro del felipismo. A Feijóo le hace pensar Kitchen en cosas de “hace 15 o 20 años” pero no pasa de la mitad y él ya era un líder de su partido. Todos tienden a creer que lo sucedido años atrás es prehistoria, sin asumir que casi siempre es su propia historia.

“Palabra en el tiempo”, decía Machado resistiéndose a creer en los versos de mármol eterno, y eso vale sobre todo para la palabra política, que es puro presente, sin aspirar a nada más allá del titular de mañana. Las próximas elecciones quedan muy lejos. Sánchez andaba estos días ofuscado por que Casado haya variado de idea sobre la renovación del poder judicial en unas semanas, y quiso demostrar su inconsistencia con un whastapp. No hace tanto que Felipe González se lamentaba de que Sánchez se hubiera comprometido a la abstención y se pasara al no es no, forzando el abismo. Sánchez quiso gobernar con Cs, al poco confesó que se había equivocado con Podemos, después reveló que no dormiría en caso de gobernar con Podemos, con quienes gobierna, y a la vez negocia con Cs pero los devuelve a la foto de Colón. La política, en fin, tiende a la inmediatez desconectada del tiempo. Pero el pasado —ya sea el zarrapastroso Caso Dina o la hooveriana Operación Kitchen— siempre regresa.