FERNANDO SAVATER-EL PAÍS

  • Los que están disconformes con su sexo biológico no deben sufrir persecución por ello, aunque tampoco es razonable que pongamos la sociedad cabeza abajo

En general, creo que cada uno debe ser tratado de acuerdo con la percepción que tiene de sí mismo, siempre que no implique peligro o menoscabo de los demás. Y dentro de ciertos límites: al que se proclama Napoleón se le puede llamar “sire” para darle gusto pero no enterrarlo en Les Invalides. Los que están disconformes con su sexo biológico no deben sufrir persecución por ello, aunque tampoco es razonable que pongamos la sociedad cabeza abajo hasta que la normalidad se convierta en abuso o agravio. Por ejemplo, recurrir a la cirugía para que la disforia se convierta en euforia es temerario ya que hay demasiados casos que se creen clínicos. Los llamados transabled (algo así como “transcapacitados”) rechazan su integridad corporal, creen que algunos de sus miembros no les pertenecen y reclaman la invalidez: me sobra esto, que me corten lo otro… ¿Les parece absurdo? Es solo porque a ustedes no les pasa, no sean tránsfobos. Por no mencionar a quienes se toman al pie de la letra a Jesús: “Si tu ojo derecho es ocasión de pecado, sácatelo; si tu mano derecha te hace pecar, córtatela…” (Mateo 5, 27-30). Sobrecarga laboral para los cirujanos.

De las bastantes cosas pintorescas, ejem, que plantea la ley trans, hay una contradicción que me choca en especial. En general mantiene un tono permisivo, incluso demasiado, pero de pronto se pone intransigente y prohíbe los programas de aversión y conversión destinados a modificar la orientación sexual o identidad de género, aunque sean voluntarios, bajo multa de 150.000 euros. O sea que si usted considera que tiene el cuerpo equivocado, puede hormonarse y operarse desde la infancia, pero si cree que lo equivocado es su autopercepción… cuidadito con buscarse remedio. Conclusión: hay disforias buenas y malas.