KEPA AULESTIA-EL CORREO

La tensión política ha vuelto a subir de tono en los últimos diez días, con Pablo Iglesias cuestionando que la democracia española sea plena, Vox irrumpiendo en el Parlamento catalán para dejar en evidencia a Ciudadanos y al PP, una joven de 18 años convencida de que la culpa es de los judíos, el ingreso en prisión del simpatizante del PCE(r) Pablo Hasél y la violencia callejera desatada tras ello. A los extremos que afloraron de la crisis anterior poniendo en solfa el sistema de partidos del ‘régimen del 78’ -Podemos y Vox, aunque también la CUP- se les han unido de golpe otros protagonistas aun más extremos. El populismo ya institucionalizado se ha visto superado por quienes lo desprecian a cada lado del eje izquierda-derecha.

Por un lado por quienes reivindican las bases fundacionales del nazismo o la falange, y por el otro por aquellos que lo hacen con la Fracción del Ejército Rojo en la Alemania Occidental de los años 70. La polarización y la fragmentación del arco partidario tienden al infinito cuando quienes pretenden representar el centro político descuidan su flanco ideológico y se alegran de que su adversario directo en la ocupación de esa centralidad se vea desgarrado desde el extremo.

Los dirigentes del Partido Popular se sintieron hasta complacidos por el 15-M, especialmente al comprobar que aquel movimiento no afectaba gravemente a sus bastiones en las autonómicas y municipales siguientes. La perspectiva de que el PSOE perdiera adeptos hacia su izquierda era demasiado atractiva como para pensar en otra cosa. Más recientemente dirigentes socialistas han visto en Vox un argumento para concentrar el voto de izquierdas en torno a Pedro Sánchez, y un factor de división en la derecha que aseguraría la continuidad del PSOE en el poder. Todos los partidos que conforman la mayoría dispersa que sostiene al Gobierno han hecho campaña en las últimas confrontaciones electorales invocando a Vox. Del mismo modo que PP y Ciudadanos se han referido al comunismo bolivariano como amenaza presente ya en el Gobierno de Sánchez. Pero ni populares ni socialistas se han preocupado de las consecuencias que podía tener que su adversario se viese lastrado por su respectivo flanco extremo.

Es desconcertante que una estudiante universitaria, Isabel Medina Peralta, cite a Ramiro Ledesma como fuente de autoridad de su «nacionalsocialismo fascista». Y que un rapero nacido diez años después de aprobarse la Constitución tenga como pensadora de cabecera a Gudrun Ensslin, fundadora de la Baader-Meinhof. El problema es que de la misma forma que el PSOE no acaba de encontrar la respuesta a Podemos, Podemos enmudece ante la violencia contra la policía. De la misma forma que el PP no sabe cómo medirse con Vox, Vox no puede distanciarse del nazismo. Véase también cómo la CUP continúa atando en corto a Junts y a ERC, de nuevo respecto a los Mossos y el orden público en Cataluña. Quienes aspiran a ocupar el centro no acaban de actuar en consecuencia con una verdad básica: la violencia y el odio son un problema en sí mismos.