JAVIER ZARZALEJOS-EL CORREO

  • Producido el giro de Italia, España sale perdiendo en la comparación, cuando la coalición gobernante aloja un verdadero contragobierno
Italia pasa por ser un país proclive a salir de sus laberintos políticos recurriendo a los gobiernos llamados tecnocráticos. Mario Monti se convirtió en sinónimo de este recurso. Ahora es a Mario Draghi a quien se le atribuye el marchamo del solucionador tecnocrático del ultimo embrollo. Pero las apariencias engañan y bajo su aparente condición tecnocrática, la operación que ha llevado a Draghi a la presidencia del Consejo de Ministros -denominación oficial de la jefatura de Gobierno- es una operación de profundo calado político, sofisticada en la búsqueda de equilibrios y en absoluto diseñada para salir del paso o, lo que es lo mismo, dotada de una dimensión estratégica que el propio Draghi quiso subrayar en su primera intervención ante el Senado italiano. «El Gobierno que presido es simplemente el Gobierno de la República. No necesita adjetivos para definirlo». Una afirmación para desmentir el romo perfil que acompaña a los tecnócratas por contraposición a los políticos en un Ejecutivo que Draghi ha querido anclar en el patriotismo cívico: «El deber de ciudadanía antecede a nuestra pertenencia (…) los políticos y técnicos que forman este Gobierno son simplemente ciudadanos italianos (…) la unidad no es una opción, es un deber guiado por lo que estoy seguro que nos une a todos: el amor a Italia».

No suena así la habitual melodía tecnocrática, como tampoco forman parte del tecnócrata de manual las tres afirmaciones estratégicas en las que Draghi enmarca la acción de su Gobierno. La primera: «Apoyar a este Gobierno significa compartir la irreversibilidad de la opción por el euro, significa compartir la perspectiva de una Unión Europea cada vez más integrada». La segunda: «Este Gobierno será convencido proeuropeo y atlantista en línea con los anclajes históricos de Italia». La tercera, el objetivo de «estructurar y fortalecer la relación estratégica esencial con Francia y Alemania».

La figura de Draghi emerge al tiempo que Italia se va zafando del populismo que desde la Liga de Matteo Salvini y el Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo amenazaban seriamente con hacer descarrilar la trayectoria europea del país. Salvini, el populista ultra amigo del secesionismo catalán, ha pasado de pedir la secesión del norte a partir de aquel «Roma ladrona» a lucir la tricolor en su mascarilla y a suscribir ese amor compartido a Italia con el que Draghi rubricaba su discurso.

Lo curioso es que Draghi representa todo lo que, en Italia y aquí, la derecha populista detesta. Cosmopolita, prominente figura de la banca de inversión internacional, liberal, ‘globalista’, salvador del euro e impulsor de la transformación del Banco Central Europeo en la institución federal en que se ha convertido y que junto al Tribunal de Justicia representa la principal fuerza de tracción de un proceso de integración más estrecha. Por eso, las palabras de Draghi significan plantar cara con éxito al populismo, al nacionalismo eurófobo, a ese soberanismo que se tiñe de pretendido patriotismo y que simplemente se queda estancado en la retórica nostálgica de lo supuestamente perdido, en vez de afrontar el desafío de lo que es posible ganar. «No hay soberanía en la soledad. Sólo existe el engaño sobre lo que somos, el olvido de lo que hemos sido y la negación de lo que podríamos ser». Difícilmente se podría retratar mejor el populismo en sus componentes esenciales de mentira y negación.

El populismo tiene su presencia en el Gobierno que por ser de unidad y depender de la confianza del Parlamento no puede prescindir de la composición de fuerzas que existe en Italia. Pero la reafirmación en el euro, el compromiso con el proyecto europeo, la aproximación sensata a la crisis sanitaria y social derivada de la pandemia se alejan a distancia sideral del habitual despliegue de demagogia agresiva y de retórica simplista que caracteriza a los extremismos populistas ‘salvinianos’ o ‘grillinos’. Sólo Fratelli d’Italia, nuevo socio de Vox, por cierto, queda fuera y en contra del Ejecutivo draghi.

El giro de Italia -y no el ciclista precisamente- hacia la unidad, la gobernanza de la recuperación y el lanzamiento de una agenda reformista junto con la claridad estratégica en política exterior y europea afectan a España. Salimos perdiendo en la comparación, cuando la coalición gobernante deteriora las instituciones, despliega sus conflictos sin recato y aloja -por decisión de Pedro Sánchez y el Partido Socialista- un verdadero contragobierno que ataca a la jefatura del Estado, niega la condición democrática de nuestro país, amenaza a periodistas y a medios y alienta la violencia callejera. De ahí sale lo que vemos, una agenda política disparatada, con prioridades absurdas, divisivas y llenas de sectarismo ideológico. Tendremos un foco más potente sobre nosotros, y el Gobierno y sus socios, decididos a seguir dando espectáculo.