Alejo Vidal-Quadras-Vozpópuli

  • La izquierda fiel al orden constitucional, a la unidad nacional, a los valores democráticos y al imperio de la ley sigue existiendo en el seno de nuestra sociedad

Si un observador foráneo contemplase la evolución del socialismo y del comunismo españoles a lo largo de las últimas cuatro décadas llegaría a la conclusión de que si bien durante la Transición las fuerzas de izquierda contribuyeron a la articulación de nuestro régimen constitucional con indudables responsabilidad y patriotismo, desde aquellos sensatos planteamientos han ido experimentando un proceso de degradación creciente hasta desembocar en un Gobierno entregado a la destrucción de todo aquello que sus mayores levantaron con tanto esfuerzo. Los motivos de orden político, sociológico y psicológico que han producido tan disolvente fenómeno son varios y no resulta fácil elucidarlos. Nunca he creído en la tesis marxista de que la estructura social, tecnológica y económica determina de forma inapelable la política y que los actores individuales carecen de verdadera influencia, limitándose a encarnar en cada período histórico las ciegas fuerzas colectivas que marcan el devenir humano. Por el contrario, estoy convencido a través del análisis de acontecimientos pasados y de mi propia experiencia personal, que ya es dilatada, de que los hombres y las mujeres concretos tienen un papel en ocasiones determinante en los grandes aciertos y los letales errores que elevan o hunden a las naciones.

Se diría que una oscura maldición, proferida por algún misterioso y malvado nigromante, ha caído sobre nuestra venerable y agitada piel de toro para condenarla a la pobreza, la división y el declive

España ha padecido dos tremendas desgracias llamadas José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez Castejón. El hecho de que estos dos personajes hayan habitado La Moncloa, el primero siete años y el segundo no sabemos hasta cuándo, podría conducirnos a pensar, si nos dejásemos dominar por la superstición, que una oscura maldición, proferida por algún misterioso y malvado nigromante, ha caído sobre nuestra venerable y agitada piel de toro para condenarla a la pobreza, la división y el declive. Ambos comparten ciertas características que resultan muy peligrosas en un gobernante: un ego desmesurado, una llamativa falta de conocimientos, la ausencia de cualquier forma previa de actividad profesional, empresarial o académica relevante, un desprecio irrestricto por la verdad, una inteligencia descriptible y una completa carencia de escrúpulos morales. Baste mencionar dos cosas, entre las muchas que adornan sus ejecutorias, para juzgarles. Zapatero se gana hoy la vida ayudando a un asesino en serie y narcotraficante a matar y torturar a todo aquél que se opone a su tiranía y Sánchez, tras prometer la Constitución y lealtad al Rey, está entregado con entusiasmo en compañía y estrecha colaboración con golpistas separatistas, filoterroristas y liberticidas totalitarios a liquidar la monarquía parlamentaria, nuestro orden jurídico democrático y la existencia misma de la Nación que se ha comprometido a preservar y defender, todo ello, por cierto, tras asegurar pública y solemnemente que haría lo contrario.

Objeto de nostalgia

No se puede ignorar el inquietante dato de que si esta pareja siniestra ha regido los destinos de su más que centenario partido y de España es porque la militancia socialista así lo ha querido. En el caso de Sánchez, incluso después de que los dirigentes de su formación lo apartasen de la Secretaria General conscientes de la amenaza que representa para la seguridad, la prosperidad, la estabilidad y la pervivencia de nuestro proyecto común. Ya en este punto, cabe preguntarse dónde está la izquierda constitucionalista, la de Felipe González, Alfonso Guerra, Joaquín Leguina, Paco Vázquez, Joaquín Almunia, Javier Solana, Nicolás Redondo, César Antonio Molina y tantas figuras respetables del socialismo razonable y patriótico. ¿Ha desaparecido de nuestro tejido social y de nuestro censo electoral? ¿Ha de ser, a la vista de los aciagos sucesos que nos estremecen cada día, un mero objeto de nostalgia, de lo que fue y ya no es ni será? Una respuesta afirmativa a este interrogante nos sumiría en la desesperación, pero afortunadamente la izquierda fiel al orden constitucional, a la unidad nacional, a los valores democráticos y al imperio de la ley sigue existiendo en el seno de nuestra sociedad y también en el interior del PSOE, aunque la una está desorganizada y atomizada y la otra prisionera del llamado patriotismo de partido y quizá de las necesidades de la supervivencia material.

Es posible que surja una nueva opción electoral fruto de la unión de los muchos grupos, asociaciones y pequeños partidos de izquierda que ahora bullen inquietos por los desmanes de Sánchez e Iglesias

En el centro-derecha, el abandono por parte de esa otra calamidad que fue Rajoy de los fundamentos ideológicos de su organización y su aversión a dar la batalla de las ideas, junto con su pusilanimidad frente al separatismo y su proverbial indolencia, partió en tres su espacio electoral y la aparición de Ciudadanos y de Vox ha demostrado que cuando el genial estratega gallego invitó a los liberales y a los conservadores a abandonar su partido, que era curiosamente liberal-conservador, le hicieron caso. Es posible que haya llegado la ocasión para que un proceso similar se dé en el ámbito socialista y surja una nueva opción electoral fruto de la unión de los muchos grupos, asociaciones y pequeños partidos de izquierda que ahora bullen inquietos por los desmanes de Sánchez e Iglesias y que este estandarte, alzado sin complejos, sin servidumbres y sin dependencias sentimentales, apoyado explícitamente por los nombres consagrados de la socialdemocracia española fuertemente críticos con el Gobierno, movilice a un amplio sector de españoles, progresistas en el buen sentido del término, haciéndole un roto al PSOE de calibre análogo al que Ciudadanos y Vox le han infligido al PP. Ojalá se cumpla este pronóstico en beneficio de la salud ética y democrática de nuestra en estos tiempos desventurada Nación.