Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
El Gobierno ha remitido a la Comisión Europea sus previsiones económicas para el ejercicio. Unos datos muy esperados, dada la especial situación que atraviesa el país. El resumen es el siguiente: caída del PIB del 9,2%; subida del paro al 19%, tras perder por el camino dos millones de empleos. El déficit público se irá al 10,3% y la deuda pública escalará hasta el 115%. El coste de las medidas de apoyo será de 35.000 millones, de los cuales el grueso se los llevan los ERTE. El gasto total de las administraciones públicas aumentará en 55.000 millones, un 10%. En cambio la recaudación solo bajará en 25.000 millones, un 5%. ¿Cómo es posible? Porque los ERTE mantienen parte de los ingresos, es decir de las obligaciones tributarias del IRPF. ¿Es una situación horrible? Sí, lo es. ¿Era esperada? Desde luego. ¿Podría ser peor? Sí, podría. Así que, ¿dónde hay que firmar? Me conformo con eso.
¿Son creíbles estos datos? A mí, que atravieso por una fase aguda de pesimismo estéril, me parecen demasiado bonitos. Habiendo perdido el 5,2% del PIB tan solo en las dos últimas semanas de marzo, se me antoja que el Gobierno confía demasiado en la recuperación del segundo semestre necesario para enderezar el sopapo que tendremos, sí o sí, en el segundo trimestre.
De todas formas, ni a este Gobierno ni a ningún economista se le puede exigir que acierte en esta previsión. Entre otras razones porque, como venimos comentando desde su inicio, el problema viene de fuera y todo -la profundidad de la caída, la duración de la parada de la actividad, la definición de cómo será la salida, y hasta su eventual repetición en otoño- son variables desconocidas, imposibles de prever con antelación. Imposibles no solo para el Gobierno, también para los epidemiólogos que deben y tratan de iluminarnos.
Lo que sí podemos exigirle es que tenga preparadas las respuestas a dar a los distintos escenarios. Aquí me han sorprendido -y no le diría que desfavorablemente-, las anunciadas ayer. Porque un dato relevante de todo este lío es quién y cómo vamos a pagar el roto. Obviamente emitiremos deuda en volúmenes hipopotámicos que nos comprará el BCE, quién sino, para no tensionar demasiado la prima de riesgo y alejarnos lo máximo posible del pavoroso escenario de la intervención. Pero eso de que no piensa subir los impuestos -aparte de las tasas Google y Tobin-, me suena a música celestial. Con el permiso de la señora ministra, voy a imitar a Santo Tomás y cuando vea, le creeré. Eso sí, con una amplia sonrisa. Si tiene usted paciencia, mañana hablamos de eso.