Dormir con el enemigo

ABC 08/06/15
IGNACIO CAMACHO

· González defiende en Venezuela a los presos del régimen que le ha dado cobertura y hasta nombre al nuevo socio del PSOE

DE las dos viejas almas del PSOE, la pragmática y la cimarrona, la accidentalista y la republicana, la moderada y la revolucionaria, el felipismo logró siempre que se impusiera la de mayor sentido del Estado. Incluso el frívolo Zapatero acabó cediendo, aunque a la fuerza, a esa tradición institucionalista en la que Rubalcaba se inmoló para facilitar sin sobresaltos el relevo de la Corona. González construyó el moderno Partido Socialista como una organización de mayorías anclada en las clases medias a través de lazos clientelares, y nunca toleró que a su izquierda creciese ninguna fuerza capaz de desafiar su hegemonía. En el arriesgado referéndum de la OTAN no sólo atornilló la presencia española en el seno de la UE; lo utilizó para desmantelar toda oposición interna en su longitud de onda. El PSOE como partido de Gobierno no era negociable: pactar con él no significaba compartir poder sino someterse a su liderazgo.

Nadie le ha oído al expresidente una palabra en contra –ni a favor– de los pactos que Pedro Sánchez se dispone a cerrar con una izquierda radical que le ha sobrepasado en las grandes ciudades españolas. Sí las pronunció antes de las elecciones contra el auge del populismo, pero eso también lo hizo, y a menudo –ay, las videotecas–, el propio Sánchez. En política hay que atender a los gestos y el de Felipe ha sido diáfano e irrevocable: se ha ido a Venezuela a defender a los presos políticos del chavismo, el régimen que le ha dado cobertura, dinero y hasta el nombre al inminente nuevo socio de su partido. El que pueda entender, que entienda.

El PSOE de Sánchez se va a meter en la cama con Podemos y sus marcas para blanquear de poder una derrota electoral. A cambio va a blanquear también el perfil extremista de una estructura política que sueña con consumar el vuelco ya iniciado en la correlación de fuerzas de la izquierda, y que a tal efecto prepara nuevas plataformas desde las que asaltar en otoño el declinante predominio socialdemócrata. En las autonomías podrá disfrazar su entreguismo con una posición de ventaja, pero en las capitales –Madrid, Barcelona, Valencia, La Coruña, Compostela, Alicante, Cádiz–se dispone a llevar a hombros su propio féretro. El precedente catalán de esta operación de aislamiento de la derecha, el Pacto del Tinell, acabó con el PSC escombrado.

Allá en Caracas, recibido con manifestaciones de repudio orquestadas por el oficialismo, Felipe ha señalado su sideral distancia ideológica y hasta moral con los patrocinadores –«la financiación y tal», admitía la propia Manuela Carmena– de esta nueva izquierda populista de la que aún no ha salido un reproche contra el chavismo. El sedicente progresismo siempre es generoso con sus propias contradicciones, pero tal vez el viejo gato siga siendo, como dijo una vez durante la etapa zapaterista, más militante que simpatizante de su propio partido.