IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

En el crucial tema de las cuentas públicas, que a tan pocos interesa en el presente y a tantos afectará en el futuro, hay dos discursos diferentes, dos maneras de pensar, que básicamente dependen del punto de vista del observador. Uno es la forma de verlo desde la responsabilidad y la sensatez. No se me ocurre una manera mejor de resumirlo que este párrafo textual que procede del informe presentado ayer por la AIReF. «La estrategia de fiar la reducción del déficit público y del nivel de endeudamiento de las AAPP a la inercia económica -que a corto plazo está proporcionando un fenomenal flujo de ingresos fiscales gracias a la inflación-, permitirá una reducción cosmética del déficit y la deuda…, pero no resolverá los problemas de fondo de las cuentas públicas». Y advierte de que «cuando acabe este impulso coyuntural, el desequilibrio se estancará en el entorno de ese 3% y la deuda repuntará y podría llegar al 140% del PIB». Así es y la verdad es que resulta curioso, por no decir insultante, que justo ahora cuando la población y las empresas se enfrentan a una colosal subida de todos los precios que merma su capacidad de compra y disminuye sus márgenes, además de vivir bajo la amenaza de un inmediato repunte de los tipos de interés, sea el Estado el principal beneficiario de la situación, gracias a su insistencia en no deflactar los tipos en función de esa inflación. Una acción que además de conveniente y urgente, es de absoluta justicia.

Hay otro discurso, otra forma de verlo. Es la que hace el Gobierno y no se la puedo entrecomillar pues es necesario leerla entre líneas. Seguro que usted ya lo ha hecho más de una vez. Dice así: ‘No pienso acometer ningún ajuste que soliviante a la ciudadanía cuando tengo menos estabilidad que un borracho de madrugada, necesito sortear un campo de minas en cada votación parlamentaria, y me enfrento a un calendario electoral endiablado con las encuestas tan en contra que ni siquiera Tezanos es capaz de camuflarlas. Así que no ‘pienso pensar’ en esto tan desagradable de la estabilidad hasta que se cierren las urnas. Si gano las elecciones, ya habrá tiempo de reconocer la dureza de la situación y ahí seguirá Putin para echarle las culpas de todo. Y, si las pierdo, pues el siguiente que apechugue, porque yo le pienso arrear de lo lindo, asegurando con razón que con él llegaron los ajustes’. Así de sencillo.