Cristian Campos-El Español
Dice Carmelo Jordá que un tipo que sale a la calle con una pancarta de Marx es probablemente un gilipollas. Si sale con una de Lenin, un ignorante. Pero si sale con una de Stalin, es 100% seguro que estamos frente a un hijo de la gran puta.
La tesis es difícilmente refutable. Me rasca, eso sí, la diferenciación entre los fans de Lenin y los de Stalin. Como si los primeros fueran menos hijos de puta que los segundos.
Hombre, es cierto que al lado de Stalin cualquier mostrenco pasa por santo varón. Pero es que Lenin inventó el gulag, teorizó el terror de masas, creó la Cheká (luego KGB) y asesinó a millones de rusos. Tampoco le quitemos mérito.
Así que aceptemos Lenin como animal de compañía de Stalin, y el que tenga quejas, que me deje un tuit, que con mucho gusto le contestaré nunca.
Viene esto a cuento porque unas cuantas docenas de republicanos, bastante jóvenes por cierto, salieron a la calle este miércoles a celebrar la Segunda República con pancartas de Marx, de Lenin, de Stalin e incluso de Enver Hoxha.
Ya saben, Hoxha, ese carnicero albanés que asesinó a 5.000 seres humanos, espió y torturó a uno de cada tres compatriotas y prohibió a sus ciudadanos huir del Estado, así como negarse a volver a él si la dictadura se lo exigía.
No me digan que no es gracioso ver a nuestra catetada nacional reivindicar las progresistas políticas de Hoxha. Ya veremos cómo se las apaña dicha catetada para prohibirle a los españoles «huir del Estado» cuando España se divida en 17 repúblicas confederadas. Supongo que esta gente ha visto los confinamientos perimetrales de la pandemia como ensayos generales.
Hay que reconocer, en cualquier caso, la habilidad de la extrema izquierda madrileña, la de Podemos, Más Madrid y sus grupúsculos afines, para estar al cabo de la calle y detectar las tendencias políticas del futuro: la Revolución de Octubre, la Segunda República y la Guerra Civil.
Joder, ¿quién no querría una España así, bien anclada en las décadas más criminales de la historia de la humanidad? Como programa electoral es difícilmente mejorable.
Lo llamativo, en cualquier caso, no es que en Madrid, o en cualquier otra ciudad europea, exista un pequeño reducto de gente cuyo proyecto de país consiste en reducirlo todo a cenizas. Lo llamativo es que tengan un partido al que votar. Porque en Madrid lo tienen. De hecho, tienen dos. Uno más explícito que el otro. Pero dos.
Dijo ayer Edmundo Bal durante una charla en el Club Siglo XXI de Madrid que está hasta los cojones de la Guerra Civil y de Largo Caballero. Lo expresó con más elegancia que yo (creo que sus palabras textuales fueron «qué cansancio»). Pero se le entendió todo.
Sorprendentemente, nadie de los allí presentes, incluido yo, le pidió durante el turno de preguntas su opinión sobre la Segunda República, o la Tercera, o la lucha de clases, o Francisco Franco, o el Valle de los Caídos, o la Inquisición, o todas esas cosas que tanto interesan a nuestra izquierda y a buena parte de nuestra derecha.
Le preguntaban por cosas como la política de Ciudadanos respecto a las familias y la natalidad, por sus propuestas para el campo, por su opinión sobre el plan del Gobierno para el reparto del rescate de la UE o por cómo piensa reaccionar a la subida fiscal en Madrid que pretende el PSOE (de la mano de Podemos, Más Madrid, ERC y EH Bildu).
Luego, Begoña Villacís y yo charlamos un rato en una terraza a unos pocos metros del DiverXO. Yo pensaba que la vicealcaldesa se iba a estirar e invitarme a un menú degustación con maridaje en lo de Dabiz Muñoz. Pero el que se estiró fui yo para pedirle un cigarrillo a la mesa de al lado (que a ella le daba vergüenza pedir).
Ahí, hablando con Villacís, y después de haber escuchado a Bal, uno casi podía entrever cómo sería una España sin catetos.
Lamentablemente, en estas elecciones madrileñas no contaremos tanto votos a favor o en contra de una rebaja fiscal en la Comunidad de Madrid como votos a favor o en contra de Stalin y la Segunda República.
Decía Pablo Iglesias que él está orgulloso de pertenecer a una de las dos Españas que lucharon en la Guerra Civil. No tengo ni la más remota idea de si el líder de Podemos se cree lo que dice o no. Yo creo que es menos inteligente, y también peor persona, de lo que creen muchos en el centroderecha.
Pero lo realmente grave es la intuición de que, lo diga con sinceridad o no, todavía queda gente en España que ansía comprar ese mensaje de odio.
Por lo visto, muchos españoles de finales del siglo XX y principios del XXI han nacido con cuentas pendientes de serie que se remontan a 1936.
–¿Sexo del niño? –pregunta el del Registro Civil.
–Guerracivilista –responde el padre.
Qué cansancio, joder. Qué puto cansancio.