Pablo Pombo-El Confidencial
- No resulta aventurado afirmar que durante el año que viene la diferencia se acentuará. La posición de país problemático y mal liderado que ellos tenían es ahora la nuestra
Si piensas que nuestro país no tiene arreglo, tengo una historia para ti. Si estás hasta el gorro de la confrontación. Si piensas que nuestra nación está sufriendo la insoportable mediocridad de una generación política. Si te sientes preocupado por la crisis energética, por la crisis de suministros, por el impacto de la inflación. Si crees que España está tirando al barranco otra década más, debes saber que las cosas pueden cambiar, que no estamos condenados, que esta historia es para ti y que está basada en hechos reales.
Viene de un país similar al nuestro, puede que el más parecido de todos. Llega desde una política todavía más fragmentada, más encanallada que la de acá, con condiciones objetivas peores que las nuestras. Una economía sin crecimiento real desde el siglo pasado. Una sociedad igualmente harta o puede que todavía más. Italia. Imagina lo que podría suceder aquí si estuviese pasándonos ahora lo de allí.
Imagina que estamos a principios de este año y se produce un cambio inesperado de guion. En el tramo oscuro de la pandemia, con la economía apagada, el vértigo al vacío provoca un gobierno de concentración nacional.
Tan cerca como febrero para el nombramiento de un presidente nuevo. Un respaldo parlamentario masivo, casi unánime. Alguien como Draghi, un tipo con muchísimas horas de vuelo, conocimiento y autoridad a raudales, y todo el respeto internacional posible. La apertura, después de tanta parálisis y tanta incertidumbre, de una oportunidad para la estabilidad.
Imagina que, en pocas semanas, se nos disolvió el cainismo y la política basura. Y todas las fuerzas políticas concentradas en el esfuerzo compartido de sacar al país del agujero. Una estrategia y no 17 para plantarle cara a la pandemia. Un pasaporte covid para extender la seguridad en los negocios más dañados por la enfermedad. Y, rápidamente, la mejor negociación en Bruselas.
El pronto despeje de las dudas sobre la seriedad del país. La derrota del conservadurismo fiscal europeo y la ocasión de recibir un paquete de ayudas sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial.
El mejor resultado porque se ofrecen las mejores garantías de que el dinero no se gestionará bajo los intereses electorales, sino con la meta blindada de reconstruir el país. Reconstruir no para volver a lo anterior al coronavirus. Reconstruir para avanzar invirtiendo en lo que la nación debería ser dentro de diez años.
Las mejores garantías porque para gestionar el dinero se designa al Tesoro de Italia. Transparencia, independencia y profesionalidad. Y no un despacho partidario repartiendo arbitrariamente los dineros. Consecuencia inmediata: 25.000 millones de euros llegando rápido y sin condiciones. La fiabilidad es exactamente eso. Genera automatismos.
El mejor resultado, porque se ofrecen las mejores garantías de que el dinero no se gestionará bajo los intereses electorales
Imagina que, a continuación, se enciende un programa de reformas que permanecían aparcadas por culpa del enfrentamiento político. Empezando por el sistema de justicia. Increíble pero cierto: no para repartir los jueces poner color de partido a las togas y sí para terminar con la lentitud de las disputas jurídicas de carácter civil y comercial. Una reforma que levanta la seguridad jurídica. Mala noticia para los corruptos. Buena para la gente honrada y para los inversores internacionales.
Y después de esa reforma, más. Puesta en marcha de reforma de las leyes de competencia. Y la fiscal. Un proyecto completo en tiempo récord.
«En los últimos 20 años, hemos pagado el precio de la austeridad y las reglas presupuestarias europeas […] Ahora podemos ser mucho más ágiles a la hora de invertir. Podemos utilizar los recursos de una manera mucho más inteligente […] Sobre todo, estamos tratando de reconstruir un marco regulatorio seguro para la inversión. Estamos cambiando por completo la forma en que funciona la administración pública italiana».
«En los últimos 20 años, hemos pagado el precio de la austeridad y las reglas presupuestarias europeas, Ahora podemos ser mucho más ágiles»
Esas palabras no fueron pronunciadas por un tecnócrata, ni por un representante del ‘establishment’ de toda la vida. Son declaraciones de Giancarlo Giorgetti, ministro de Desarrollo Económico y compañero de filas de Salvini —al que le está comiendo la tostada siendo el número dos del partido—.
En Italia se está produciendo un cambio político notable —puede que efímero—: los partidos, incluso los más alejados de la tradición democrática, están demostrando su disposición a realizar sacrificios en la búsqueda del interés nacional. Justo al revés que aquí, donde las formaciones políticas clásicas parecen abonadas a la irracionalidad política.
Resultado: Italia ya está creciendo más y mejor que España. Y no resulta aventurado afirmar que durante el año que viene la diferencia se acentuará. La posición de país problemático y mal liderado que ellos tenían es ahora la nuestra. Los sospechosos habituales somos nosotros.
También allí acaban de aprobarse los presupuestos de 2022. Aquellos contienen bajadas de impuestos, estos un aumento de la presión fiscal a las clases medias. Aquellos afrontan decisiones difíciles, como el retraso consensuado de la edad de jubilación. Aquí no es que falte unión, es que la división anida en el interior del propio gobierno. Nadie sabe lo que quieren porque ninguno está dispuesto a hacer lo que tiene que hacerse.
La mejora de la situación italiana, este encendido del optimismo y de la inversión internacional, puede terminar siendo puntual. Como muy tarde, habrá elecciones en primavera de 2023 y eso es una moneda al aire seguramente con dos cruces.
Aquel equilibrio es precario. No son pocas las probabilidades de que la coalición actual se rompa antes y Draghi deje de ser primer ministro. El mandato de Matarella —presidente de la República— termina en febrero y en esa fecha aguarda un cabo de Hornos. Veremos.
La mejora de la situación italiana, este encendido del optimismo y de la inversión internacional, puede terminar siendo puntual
Hacer predicciones sobre la política italiana es un deporte de alto riesgo. Y mi intención además no es esa. Esa historia que te traigo no es una defensa de la tecnocracia ni un ingenuo brindis al sol que esconde el deseo de que llegue un mesías independiente.
Mi propósito es otro. Es contarte que todo esto que nos está pasando no responde a una maldición bíblica. La vacuidad política, la crueldad del enfrentamiento permanente, la debilidad económica actual, el aumento de la desigualdad material, la falta de perspectivas; todo eso y todo lo demás podría ser distinto aunque no lo sea. No estamos condenados. Se puede cambiar. Se puede mejorar. Y cuando se puede, eso está claro, se debe.