- Legislar es un arte más difícil de lo que creen los aprendices de magos, porque no bastan las buenas intenciones y tener una mayoría parlamentaria para hacer buenas leyes.
El 6 de septiembre de 2022 el BOE publicó la conocida como ley del sólo sí es sí. Cinco meses más tarde el Grupo Socialista del Congreso ha presentado una proposición de ley para reformarla y corregir algunos de los graves efectos no previstos (por sus autores) pero, en todo caso, indeseados e indeseables para todos.
Que una ley hecha expresamente, entre otros objetivos, para reforzar la lucha contra agresiones sexuales haya producido por ahora centenares de reducciones de condenas (721) y excarcelaciones (74) es, cuando menos, una muestra de impericia legislativa.
Decía Bentham, maestro en el arte de legislar, que para hacer leyes bastaba con saber escribir y tener fuerza suficiente para hacerlas cumplir. Que lo difícil, añadía, era hacer buenas leyes. Para esto, como hemos visto, se requiere algo más que aptitudes literarias, buenas intenciones y mayoría para aprobarlas.
El caso de la ley del sí es sí y ahora el de su reforma son un ejemplo más de cómo entre las víctimas del populismo penal figura en primer lugar el modo de legislar. Una vez más, con el recurso a una proposición de ley se vuelve a eludir el asesoramiento de la Comisión General de Codificación, los informes preceptivos del Consejo General del Poder Judicial o el trabajo de las Secretarías Generales Técnicas de los Ministerios. Y de nuevo se recurre a procedimientos de urgencia en temas tan delicados como son los penales.
Es cierto que la reforma de ley del sí es sí es de urgente necesidad. Pero dicha urgencia no justifica en absoluto una nueva circunvalación, especialmente peligrosa en materia penal, de los procedimientos ordinarios de legislación.
Los avatares de la ley del sí es sí y ahora el de su reforma me han recordado un famoso poema, Der Zauberlehrling o «El aprendiz de mago», que tal vez tomó Goethe de Luciano de Samósata y que más modernamente adaptó Walt Disney. Es un texto utilizado en instituciones educativas como recurso pedagógico para discutir con los jóvenes sobre la responsabilidad. Pero también viene como anillo al dedo cuando se trata del arte de legislar. El resumen del poema es más o menos el siguiente.
Había una vez un mago que, por las razones que no explicita Goethe, abandonó unos días el taller encomendando su cuidado al aprendiz. Este se las prometió muy felices porque creía haber aprendido del Maestro las fórmulas mágicas que le ahorrarían el trabajo. Bastaba mediante encantamientos con dotar de una cabeza y dos piernas a su vieja escoba y ordenarla que fuera ella la que trajera el agua del río.
Pronunció el oportuno conjuro «Walle, Walle/manche Strecke, etc.» y la escoba partió como un rayo hacia el río, comenzó a subir cubos de agua y a vaciarlos en la casa. De nada sirvió que el aprendiz le ordenara que parara ya, que no necesitaba más agua. No conocía el conjuro exacto para cancelar la primera orden y hacer que volviera a ser una simple escoba. Inundado el taller, el sobrepasado aprendiz tomó un hacha y rompió la escoba encantada. Pero los trozos se convirtieron en escobas y ahora no eran una sino dos las escobas que arrojaban torrentes de agua dentro de la casa. Desesperado el mancebo mandó la escoba al rincón (In die ecke Besen! Besen seid gewesen!) y reconoció sus limitaciones llamando al maestro.
«No son de recibo las reformas penales hechas a golpe de mayorías improvisadas y circunvalando los procedimientos parlamentarios»
No sé si el Ministerio de Igualdad conoce este poema. En todo caso, está claro que, por razones estrictamente políticas e ideológicas, y a diferencia de la reacción arrepentida del aprendiz de Goethe, no están dispuestos en dicho Ministerio a reconocer que han anegado la casa y que la siguen inundando más cada minuto que pasa sin reformar la ley. Al final ha tenido que ser el socio mayoritario de la coalición quien intenta ahora quitarle la escoba y mandarle in die ecke Besen. En este caso, al rincón de pensar. Aunque, eso sí, ni el aprendiz ni el mago nos han aclarado cómo recogerán el agua ya derramada.
Con los centenares de reducciones de condenas y de excarcelaciones provocadas por esta ley, ¿habrán aprendido ya que la legislación penal opera con los bienes constitucionales más delicados? ¿Y que, por ello, no son de recibo las reformas penales compulsivas, hechas a golpe de mayorías ajustadas e improvisadas en torno a plataformas ideológicas, circunvalando los procedimientos parlamentarios y menospreciando los cánones de racionalidad pública que exige una democracia digna de este nombre?
Recurrir a los expertos en materia penal, se ha dicho por voces más autorizadas, es el mejor antídoto frente a los riesgos recurrentes de opciones de política criminal arbitrarias, preferencias partisanas, tentaciones oportunistas de explotación político-simbólica del Código Penal y reacciones emotivas artificialmente alimentadas por el sistema mediático.
Pero lamentablemente estamos viviendo desde finales del siglo pasado, y de forma exacerbada con el moderno populismo, lo que se conoce como el declive de la deferencia. Es decir, el escaso o nulo respeto hacia las aportaciones de los expertos y científicos sociales en la elaboración de las políticas públicas.
Fue esta colaboración entre gobernantes y expertos la que hizo posible construir desde el siglo XIX un derecho penal liberal que ha operado hasta hace poco como un derecho excepcional. Y no como el primer, y en ocasiones único, instrumento del moderno populismo punitivo.
«Las reformas de este Gobierno raramente alcanzan el mínimo de racionalidad que exige la dignidad de la ley penal»
Esta deferencia hacia el conocimiento, hacia los datos empíricos aportados por los expertos está cayendo en declive también en España. Y así, en lugar de encomendar los borradores de las reformas penales a los profesionales del sector (juristas y académicos) que utilicen su lex artis para ofrecer al gobierno buenos borradores, se recurre, como denuncia Luigi Ferrajoli, a la construcción intuitiva de tipos penales inspirados por los sentimientos populares del momento.
El resultado son unas reformas penales (sedición, malversación, ley del sí es sí, etc.) en ocasiones ilegibles, que difícilmente se insertan armónicamente en el sistema penal y que raramente alcanzan ese mínimo de racionalidad lingüística, sistemática, pragmática, teleológica o incluso política que exige la dignidad de la ley penal.
Lo mismo ocurre con el declive de la deferencia con las instituciones. Especialmente hacia el Parlamento, cuyos procedimientos ordinarios están pensados para hacer posible la reflexión y el debate y para que el Congreso y el Senado puedan en temas tan delicados como este llegar a fórmulas que reflejen el espíritu de nuestro tiempo y no el de unas mayorías coyunturales.
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Ambas partes de este Gobierno de coalición y sus asociados debieran aprender que legislar es un arte más difícil de lo que creen los aprendices de magos y que para dotar a un país de buenas leyes no bastan las buenas intenciones y tener una mayoría parlamentaria. Las buenas leyes son tales si se fundan en buenas razones. Y lo que está ocurriendo con esta nomorrea legislativa de los últimos meses es una auténtica feria de irracionalidades.
El mensaje del Der Zauberlehrling es que en la vida en general uno no debe comenzar aquello que, llegado el caso, no sabe cómo parar. También los políticos. Es lo que le está ocurriendo a Unidas Podemos al negarse ahora a reformar una ley mal proyectada y con efectos demoledores sobre centenares de víctimas de agresiones sexuales.
Hace bien el PSOE en reformar esta ley. Pero éste también debe ser consciente de su responsabilidad no sólo al haber aprobado hace cinco meses la ley que ahora reforma, sino mucho antes. Esto es, cuando formó una coalición que ahora no puede controlar ni parar.
En esta historia, pues, ha habido más de un solo aprendiz de mago. Y ambos corren el riesgo, si siguen jugando con la magia, de terminar como la escoba de Goethe.
*** Virgilio Zapatero es catedrático emérito, exrector de la Universidad de Alcalá y exministro de Relaciones con las Cortes.