En las elecciones de 2011 el PNV podrá exhibir que es quien encarna los intereses de Euskadi, por encima del Gobierno autonómico, un simple administrador. El PNV puede esperar para volver a las reivindicaciones de los tiempos de Ibarretxe. Tras el revés estratégico sufrido, a la alianza PSE-PP sólo le queda salvar los muebles.
Decíamos ayer. Cuando fue posible intuir cuál era la distribución de las piezas en el tema de la aprobación de los Presupuestos, quedó asimismo de manifiesto que el presidente Zapatero se encontraba dispuesto a pagar al PNV lo que yo llamé «un precio excesivo». Zapatero es un hombre perfectamente previsible en cuanto entra en juego la única finalidad real de su estrategia política: mantenerse en el poder. Como según él mismo teorizó en un célebre prólogo a un libro de Jordi Sevilla, las «ideas lógicas», que identifica nada menos que con las ideologías, no le van. El análisis ha de ser sustituido por una sucesión de actuaciones concretas según van surgiendo los problemas. Lo esencial es que sus buenas intenciones están fuera de duda y que sus resoluciones, por ser suyas, siempre se dirigen al bien del país.
En consecuencia, lo importante para españoles, vascos y otros habitantes del reino es que Zapatero siga al frente del Gobierno sin mirar nunca hacia atrás ni medir cuales serán los efectos a medio y largo plazo de una determinada política. Lo cual proporciona a su línea de acción una indudable coherencia, sin que nunca pueda existir contradicción entre sus decisiones y el resultado de las mismas. Es lo que llamaríamos una hesicasmia pragmática: Zapatero se mira siempre a su propio ombligo, a su objetivo de supervivencia personal, pero no por voluntad contemplativa, sino para eludir los efectos desestabilizadores del mundo exterior. Si las cosas marcharon mal, como en el curso de la crisis económica, lo mejor es olvidarlas todo lo posible, o si no hay otro remedio, cargar la cuenta por un momento en variables externas o en la siempre socorrida mala voluntad del PP. Y tirar hacia delante.
No hay nada mejor en política que conocer cuál es el estilo de juego del otro y por eso el PNV no ha encontrado así dificultad alguna para diseñar una jugada maestra habida cuenta la necesidad que Zapatero tenía de sus votos y la seguridad de que estaba dispuesto a pagar por tal servicio todo aquello que se le pidiese. En todo caso, con la excepción de que su figura sufriera un daño considerable por permitir la ruptura a cielo descubierto de la unidad de caja de la Seguridad Social. Por debajo, como en el recosido previsto del Estatut frente a la sentencia del Tribunal Constitucional, y desde la transmisión de competencias pendientes, los objetivos peneuvistas pueden alcanzarse de modo más discreto, si ello es necesario. Nunca le ha preocupado al presidente valorar si algo es en concreto o no constitucional. Al repasar sus intervenciones, por ejemplo sobre el Estatut, no se encontrará una que incluya un mínimo razonamiento de base jurídica respecto de la ley fundamental. Por el hecho de haberlo él apoyado, el Estatut era ya constitucional, y basta. Lejos de sus intenciones el costoso esfuerzo de pensar la realidad. Ahora respecto de Euskadi, lo mismo. Nada más fácil que hacer política de este modo, si además uno cuenta, como Zapatero, con buenos recursos de márketing, notable calidad de actor y una oposición refugiada en la descalificación permanente.
A corto plazo, los efectos de la alianza PSOE-PNV se limitan a lo que el presidente deseaba: salvar el obstáculo de los Presupuestos y de paso garantizar la propia permanencia en el poder hasta 2012. De cara a Euskadi, la situación es bien diferente. Como en aquella estrofa del ‘Beotibarko Zelaia’, que cito con frecuencia, las aguas vuelven a su cauce, que no es en este caso el regreso a Castilla, sino la recuperación por el PNV de su papel hegemónico sobre la política vasca, paradójicamente sin que sea imprescindible su presencia en el Gobierno de Vitoria-Gazteiz. De hecho ha surgido una situación de doble poder, que si tiramos de ironía recuerda el modelo iraní, donde el presidente respaldado por las urnas, aquí por la alianza que garantiza la mayoría parlamentaria, se limita a gestionar la administración corriente, en tanto que las decisiones fundamentales corresponden a una instancia superior, el PNV, con la facultad para imponer decisiones y ejercer vetos merced a la dependencia que de ella tiene el Gobierno de Madrid. El lehendakari y sus consejeros ni siquiera tienen derecho a estar presentes en las negociaciones bilaterales Gobierno-PNV sobre cuanto afecta al Estatuto. Así en las próximas elecciones de 2011 el Partido Nacionalista Vasco podrá exhibir con razón que es quien encarna los intereses de Euskadi, por encima del Gobierno autonómico legítimo, simple administrador, que además a su juicio lo habrá hecho siempre mal. Lo lógico es entonces que los ciudadanos vascos entreguen su confianza a quien en la práctica representa sus intereses. El PNV puede esperar para volver a poner sobre la mesa las reivindicaciones expuestas en tiempo de Ibarretxe.
En tales circunstancias, a la alianza PSE-PP, y sobre todo a los socialistas, únicamente le cabe asimismo esperar, pero con otro horizonte: salvar en lo posible los muebles en las elecciones del próximo año después del revés estratégico sufrido. Aun cuando espera no debe significar pasividad ante la previsible cláusula secreta que puede encerrar el pacto ZP-PNV, consistente en garantizar a los nacionalistas el gobierno de provincias (‘territorios históricos’) y municipios si son el partido más votado, evitando coaliciones como la que hoy formalmente permite la Lehendakaritza de Patxi López. Aquí sí que resulta necesario romper con todo sucursalismo, dejando por parte del PSE las cosas claras antes de la consulta. Es lícito perder con dignidad, pero no aceptar una dependencia enmascarada que además lleva de modo indefectible a la derrota (o a la sumisión) ante la hegemonía nacionalista.
Antonio Elorza, EL CORREO, 16/10/2010