Ayer era un día especial en Vitoria. Se inauguraba el Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo en el edificio que alojó el Banco de España en la capital alavesa.  Ahora sigue siendo metafóricamente lo mismo, el Banco de la Memoria, según dijo su director, Florencio Domínguez. La inauguración fue presidida por los Reyes, a los que acompañaron el presidente del Gobierno, el lehendakari Urkullu, el ministro Fernando Grande y los dirigentes de las principales asociaciones de las víctimas del terrorismo.

El Memorial integra de manera muy armónica la historia del terrorismo en España, una crónica que arranca de 1960 con el asesinato de la niña Begoña Urroz por una bomba en la estación de Amara que había puesto el DRIL (Directorio Revolucionario Ibérico de Liberación). Unos meses más tarde, esta organización terrorista secuestró el barco de pasaje Santa María, como una operación propagandística contra las dictaduras de Oliveira Salazar y Franco. La cronología se divide en tres períodos: terrorismo en la dictadura franquista, en la transición y en democracia.

Dentro de las instalaciones destaca una reproducción a tamaño natural del zulo en el que José Antonio Ortega Lara pasó sus 532 días de cautiverio, hasta que lo rescató el 1 de julio de 1997 la Guardia Civil. El mismo agujero en el que el empresario Julio Iglesias Zamora pasó sus 116 días de secuestro cuatro años antes. La reconstrucción es de un realismo atroz. Solo falta la humedad que el río Deba filtraba a la nave de Mondragón que escondía el zulo de los secuestros. En la misma planta hay un espacio para la memoria de Ana Mª Vidal Abarca, fundadora de la Asociación de Víctimas  del terrorismo y viuda del que fue jefe del Cuerpo de Miñones, Jesús Velasco.

Gustaron mucho en líneas generales, tanto el Memorial como el discurso de Rey, que señaló los fines del mismo: difundir los valores democráticos que personifican las víctimas, construir la memoria colectiva de las mismas y concienciar a los ciudadanos en defensa de la libertad y contra el terrorismo. Gustó a los Reyes, al lehendakari y al presidente del Gobierno y gustó también al ministro del Interior, que al fin y al cabo, era pagano.

Lamentablemente no complación a todos. No le gustó a Otegi, pero tampoco a mi querido Arcadi Espada, lo que al parecer debería bastar para concluir que es perfecto, según el criterio ‘in medio virtus’ que elevó Felipe al absoluto en ‘El hormiguero’. Piensa Arcadi que no se debió reproducir el zulo de Ortega y que los memoriales tienen que ser abstractos, como el que hizo en Berlín el arquitecto Eisenman. No sé, a mí para expresar el dolor también me vale una concretísima Pietá de Bernini y por no salir de Berlín, el Museo Judío de Daniel Libeskind. Pero se equivoca al creer que no hay un reconocimiento de las víctimas. Todos los asesinados de todos los terrorismos tienen su recuerdo emotivo en los 1.451 discos que cuelgan del techo en una de las instalaciones. En la pared de la misma sala se proyectan imágenes de todos los niños asesinados por ETA. Es una llamada urgente a la memoria, con todas las causas identificadas por sus nombres, su fecha de nacimiento y la edad que tenían en el momento de su asesinato.