TONIA ETXARRI-EL CORREO

Sostiene el refrán cervantino que las segundas partes nunca fueron buenas. Pero la tentación persiste. En la política, la repetición de los errores, más que un golpe de audacia parece un movimiento a la desesperada. Pulsiones que se repiten con el agravante de la soberbia que mantienen quienes creen que a ellos les irá mejor que a sus antecesores.

Es lo que le ocurre al actual presidente del Gobierno. Persuadido de que los independentistas catalanes no se la van a jugar como hicieron con Rajoy. Una actitud voluntarista que denota, más allá del desconocimiento del ADN político de ERC, Junts y la CUP, un empecinamiento en no querer reconocer lo que sus propios aliados le vienen diciendo: volverán a delinquir.

Independientemente de que la concesión del indulto les llegue a los condenados por sedición y malversación cuando ya estén en régimen de semilibertad, por obra y gracia de las juntas de tratamiento penitenciario, el caso es que la agenda de negociación entre Sánchez y el partido de Junqueras va a todo ritmo. Su cruzada contra la derecha le ha dejado a los pies de los caballos del independentismo y ya es rehén de su propia condición. Muchos de sus compañeros socialistas (no del sanchismo) le están avisando en público. La concesión de los indultos a quienes violentaron el orden constitucional sería el mayor error político que se cometería en democracia. Pero no hace caso. En este momento de debilidad, mientras espera que avance la vacunación, el reparto de los fondos europeos y el rebrote económico, necesita oxígeno. Y los independentistas que se lo van a suministrar le van a pasar una factura muy elevada.

Cuando los indultos se conceden no por arrepentimiento de los condenados sino con la amenaza de reincidencia, la situación se agrava. Pero desde el Gobierno frivolizan intentando quitar importancia a la posibilidad de que los independentistas vuelvan a saltarse las reglas. Hablando de «valentía» donde otros ven «sumisión».

Los beneficiados por los indultos los aprovecharán pero no se lo agradecerán a Sánchez. Por mucho que le oigan hablar de las medidas de gracia como símbolo de concordia o de la justicia como sinónimo de venganza. La exvicepresidenta del Gobierno del PP Soraya Sáenz de Santamaría podría contarle cómo se las gasta Junqueras. Ella lo vio primero. Después del engaño de Mas a Rajoy creyó que su ‘operación diálogo’ iba a lograr la cuadratura del círculo. Con despacho en la delegación de Barcelona y anunciando inversiones millonarias estableció una ‘línea caliente’ con el líder de ERC que fracasó porque desembocó en el ‘procés’. Ahora Sánchez les ofrece indultos, rebajas del delito de sedición y una mesa de negociación. Pero los independentistas quieren la amnistía y el derecho de autodeterminación. Se sienten fuertes a medida que se les acerca Pedro Sánchez. ¿Cómo se defenderá al Estado después de haber negociado con quienes quieren destruirlo? Esa es la cuestión.