Ignacio Camacho-ABC
- Convivir con el Covid no puede ser la excusa para quitarle importancia. El Gobierno sale a fracaso por oleada
No vamos bien. Casi quince mil hospitalizados y dos mil de ellos en UCI son cifras parecidas a las de enero de 2021, uno de los peores meses de la pandemia fuera de la primera oleada. Cierto que la letalidad es bastante menor que entonces -aunque roza los setenta fallecimientos diarios-y que la mayoría de los casos, vacuna mediante, cursa de forma leve o asintomática. Sin embargo por más que la proporción entre contagios e ingresos sea mucho más baja, la veloz circulación del virus multiplica en términos absolutos los casos que necesitan atención sanitaria y empieza a crear problemas de camas. La ‘factura’ real del desparrame navideño se conocerá dentro de una semana. Los médicos de los hospitales con
más demanda temen verse obligados a pulsar el ‘botón rojo’, la orden de suspensión de la actividad quirúrgica y asistencial ordinaria. Y el impacto de Ómicron en el plano sociolaboral está provocando una plaga de bajas ante la que el Gobierno es incapaz de elaborar una normativa de tramitación instantánea. La idea de convivir con el Covid fracasará si se transforma en un modo de quitarle importancia.
El ‘sologripismo’, la minimización inicial de la enfermedad que acabó desencadenando fatales estragos, parece haber retornado, en esta ocasión por un lógico efecto social de cansancio que las autoridades aprovechan para bajar los brazos. Los expertos de verdad, a los que casi nadie escucha, se desesperan ante el pronóstico voluntarista de un final inmediato y sostienen que se trata una especulación carente de respaldo real en estudios o datos. Es decir, rayano en el pensamiento desiderativo, en el optimismo mágico. Tal vez ocurra así o tal vez no, pero es un error ignorar o banalizar lo que de verdad sucede mientras lo comprobamos. Y en cualquier supuesto hay una cuestión que trasciende a las percepciones individuales y a los debates adulterados: ningún poder público, nacional o local, democrático o autoritario, puede desentenderse de una crisis de salud que afecta cada día a varios cientos de miles de ciudadanos. Eso es, sencillamente, una omisión grave de la responsabilidad de Estado.
La única estrategia, si cabe llamarla así, de Sánchez consiste en aferrarse a la vacunación y negarse a aceptar la evidencia de que el país tiene al mismo tiempo la mayor tasa de población inoculada y el récord de contagio europeo. Ha llegado a blasonar, impertérrito, de que la epidemia ha sido «un acelerador» (sic) de su proyecto: quizá resulte posible ser más torpe -difícil- pero no más insensible ni más ajeno al drama de cien mil muertos. Los españoles hemos aceptado toda clase de restricciones de derechos con paciencia, disciplina o civismo ejemplares y pese a ello el Gobierno ha fracasado en los cinco primeros embates y lleva la misma traza en el sexto. Con el peor líder en el peor momento más vale esperar que la suerte nos libre del séptimo.