Ignacio Camacho-ABC

  • Andalucía será la primera prueba para un modelo de centro-derecha amenazado por un corrimiento interno de tierras

De todos los gobiernos de coalición entre el PP y Ciudadanos, el de Andalucía es sin duda el que funciona con una compatibilidad más fluida. Tanta que Inés Arrimadas no parece cómoda ante ese paisaje de armonía porque teme que su partido pierda (más) identidad política. En puridad no debería de causar extrañeza que dos formaciones que comparten el mismo proyecto de sociedad trabajen juntas sin mayores problemas y aprendan a superar los roces y discrepancias que puedan surgir entre ellas; al menos eso es exactamente lo que sus respectivos votantes esperan. El carácter constructivo del líder autonómico de Cs, Juan Marín, un hombre poco amigo de intrigas, tiene mucho que ver en esa atmósfera de cooperación interna. Pero lo que debería verse como una virtud tiene mala prensa en el seno de una dirección nacional agobiada por su retroceso en las urnas y en las encuestas, y que antes de culpar a quien hace lo que debe tal vez debería revisar sus propias decisiones estratégicas. Le guste o no a Arrimadas y a su círculo de confianza, el modelo andaluz representa la única vía pragmática para el centro-derecha. Salvo que prefieran que sea Vox el que desequilibre en el futuro la correlación de fuerzas.

Hace dos años, en su estreno en la fiesta regional del 28 de febrero, el llamado ‘Gobierno del cambio’ se presentó con un programa de regeneración institucional y económica que la pandemia ha hecho saltar en pedazos. Las prioridades del primer Ejecutivo no socialista en 38 años se han visto arrasadas por el colapso sanitario. Sin embargo, a diferencia de Sánchez, reacio a aceptar que la emergencia alteraba su agenda ideológica de arriba abajo, Juanma Moreno ha entendido la necesidad de replantear las bases de su mandato. La gestión de la catástrofe le ha salido razonablemente bien pero deja pendientes muchas reformas que había comprometido, sobre todo la del desmantelamiento de las viejas redes de clientelismo. Tiene la coartada de que el Covid exigía un esfuerzo sin respiro, pero en el primer año, antes de que irrumpiese el virus, le faltó audacia para hacer patente un vuelco político significativo.

Aun así ha logrado alzarse al primer puesto de los sondeos, en parte gracias a que el PSOE no ha superado el trauma de la pérdida del poder y está envuelto en el proceso de sustitución de una Susana Díaz que se resiste al relevo. Pero el desplome de Cs anuncia un corrimiento de tierras de importantes efectos porque si Vox lo adelanta, como parece, no se conformará con un papel subalterno. Andalucía, con elecciones en 2022 o antes, será la experiencia piloto que mida las posibilidades de alternativa nacional a la alianza socialpodemita, y en algún momento el liberalismo moderado tendrá que decidir si presenta una o dos listas. Los cálculos ensimismados y los errores de perspectiva acaban a menudo en el limbo de las oportunidades perdidas.